El blog del Foro Milicia y Democracia quiere ser un blog colectivo donde se planteen los temas de seguridad y defensa desde distintas perspectivas y abrirlos así a la participación y debate de los lectores. Está coordinado por Miguel López.
No permitamos que se queden también con nuestras Fuerzas Armadas
Asistimos, no sin cierto estupor, a la reacción de la derecha y la ultraderecha contra la decisión del gobierno de enviar al buque Furor para proteger y socorrer a la flotilla Sumud de ayuda a Gaza, en la que hay un buen número de españoles. Si bien los máximos responsables del PP aún no se han manifestado expresamente, algunos de sus líderes regionales y locales se han mostrado disconformes, cuando no abiertamente hostiles, con este envío. De Vox ni hablo.
En las redes sociales, las opiniones de conservadores y ultramontanos son demoledoramente contrarias a este envío. Consideran que un barco español no tiene que proteger a “jipis”, “rojos”, “descerebrados que se ponen en riesgo sin motivo” “a gente que no cree en el ejército, es ridículo” y cosas por el estilo. Hay además un runrún que forma parte del argumentario de la derecha española: este envío es una cortina de humo para tapar las corrupciones de Sánchez. Nada nuevo.
He omitido la “preocupación” de Vox que señala un hipotético riesgo de enfrentamiento con la armada israelí. Tampoco hay novedad por este lado, que sigue las mismas opiniones expresadas con la misma virulencia entre sus seguidores en relación con este asunto. En este tema es difícil distinguir entre conservadores y ultramontanos.
Nada de esto es nuevo. Cada vez que un presidente intenta involucrar a las fuerzas armadas (FAS) en misiones civiles, la respuesta es la misma. Recordemos el acoso al presidente Rodríguez Zapatero cuando creó la UME. Claro que cuando necesitan el apoyo de contingentes como en el caso de los incendios de este verano, no dudan en exigir el “envío inmediato” del ejército, como si la UME, que ya estaba prestando sus servicios en la extinción, no fuera parte del ejército.
No es mi intención señalar cómo ante la imprevisión, cuando no dejación flagrante de funciones, de las comunidades gobernadas por el PP con el apoyo de Vox, la solución que han encontrado ha sido clamar por una ayuda que quizá habría sido innecesaria de haberse conducido con mayor previsión. Y culpar al Gobierno por no haber enviado a tiempo, según ellos, al ejército. La UME estaba allí desde el primer momento. Pero…
Todo este ruido de fondo, aderezado con la benevolencia con que se trata desde la derecha y ultraderecha española el genocidio israelí, me lleva a reflexionar sobre el papel que se debe otorgar a las FAS desde diferentes puntos de vista en una sociedad libre y democrática como la nuestra.
Legalmente hablando, el artículo 8 de la Constitución, colocado en el Título Preliminar como una parte básica de nuestro ordenamiento constitucional, otorga a las FAS tres misiones de carácter muy general e indeterminado: garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional. Voces más autorizadas que la mía han llamado la atención sobre la intención de los constituyentes de “pacificar” a un ejército proveniente de un régimen dictatorial basado justamente en la fuerza militar que acabó con la democracia en 1939 con la redacción y colocación de este artículo. No lo analizaré aquí. Ni es el momento ni es mi intención.
Es en la Ley Orgánica 5/2005 de la Defensa Nacional donde se recogen con algo más de detalle las misiones de las FAS. Así, en el artículo 15.2 se establece que “Las Fuerzas Armadas contribuyen militarmente… al mantenimiento de la paz, la estabilidad y la ayuda humanitaria”.
El apartado 3 del mismo artículo dice: “Las Fuerzas Armadas (…) deben preservar la seguridad y bienestar de los ciudadanos en los supuestos de grave riesgo, catástrofe, calamidad …”.
Y en el apartado 4 se señala: “Las Fuerzas Armadas pueden, asimismo, llevar a cabo misiones de evacuación de los residentes españoles en el extranjero, cuando circunstancias de inestabilidad en un país pongan en grave riesgo su vida o sus intereses”.
En cuanto a las operaciones para cumplir con estas misiones, desarrolladas en el artículo 16, en su apartado b) se señala: “La colaboración en operaciones de mantenimiento de la paz y estabilización internacional en aquellas zonas donde se vean afectadas, la reconstrucción de la seguridad …”.
Y en el apartado c): “El apoyo… a las instituciones y organismos responsables de los servicios de rescate terrestre, marítimo y aéreo, en las tareas de búsqueda y salvamento”.
Y en el apartado f) se dice: “La participación con otros organismos nacionales e internacionales para preservar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos españoles en el extranjero…”
La ley no ampararía una medida como las reclamadas por Ortega Smith y Tellado, Vox y el PP en la misma línea, sino todo lo contrario: no impedir sino ayudar y rescatar
Incidentalmente quiero señalar que, pese a las repetidas peticiones del PP y de Vox, no están dentro de las misiones u operaciones que la ley encarga a las FAS, la de impedir (se supone que por la fuerza y mediante el bloqueo marítimo) la llegada de inmigrantes en embarcaciones que no suponen ningún peligro real, más allá de lo que políticamente pretenden ambos partidos, para la integridad española. Y en cambio sí que deben de apoyar “… a las instituciones y organismos responsables de los servicios de rescate … marítimo … en las tareas de búsqueda y salvamento”. Es decir, la ley no ampararía una medida como las reclamadas por Ortega Smith y Tellado, Vox y el PP en la misma línea, sino todo lo contrario: no impedir sino ayudar y rescatar.
Tampoco ampararía abandonar a su suerte a unos españoles en una flotilla que, como se ha demostrado con el ataque que ha inutilizado un buque con el peligrosísimo y beligerante nombre de “Familia”, han puesto sus vidas en riesgo para intentar una misión humanitaria que supone llevar alimentos a la población famélica, masacrada y en riesgo de exterminio de Gaza.
Podríamos hablar de tres concepciones de las FAS. Una la tradicional, otra la actual y otra la progresista. Nuestra historia más o menos reciente ha estado marcada por una presencia de un ejército utilizado por determinadas clases sociales para mantener una sociedad subyugada y sometida a una disciplina cuartelera.
El modelo de ejército “tradicional” e intervencionista ha sido el habitual en España durante el siglo XIX, con los constantes “pronunciamientos” y en tres cuartas partes del XX con las dictaduras de Primo de Rivera y Franco. No es de extrañar que la concepción intervencionista del ejército en la sociedad como un ente casi extraño y en un nivel superior de los diferentes estamentos que forman la sociedad, garante del orden y la disciplina, sea vista por muchas personas como natural y consustancial al ejército.
Esta concepción no sólo la tienen, difunden y defienden los estamentos y partidos políticos más conservadores que, por definición, no ven con buenos ojos los cambios que priven de privilegios a las clases que originalmente representan. Han conseguido extender esta concepción a parte de la sociedad, que entiende que le irá mejor en ese mundo “disciplinado y de orden”.
También se ha extendido en parte de los elementos progresistas, que ven aún al ejército como ese estamento suprasocial defensor de las clases conservadoras. En nada ayudan, para eliminar esta visión, declaraciones, manifestaciones, mensajes en redes sociales y chats de militares de alta graduación que recuerdan con demasiada fuerza tiempos pasados alineados con una percepción de España que poco o casi nada tiene que ver con el presente de la sociedad española.
En resumen, esta visión tradicional tiene mucho de patrimonialista del ejército por parte de estamentos sociales que lo consideran “suyo”. Durante casi dos siglos ha defendido sus intereses y su visión de la sociedad, y fijado por la fuerza un inmovilismo social que les beneficia.
En el momento actual, el ejército en nuestro entorno es un estamento más de la sociedad. Los países occidentales consideran sus FAS de una forma bastante semejante: fuerzas que defienden su país, tendentes a unirse con otros ejércitos en instituciones supranacionales (más allá de lo que eso suponga en este momento), con misiones básicamente de paz e interposición entre combatientes.
Nuestras FAS han avanzado desde esa concepción patrimonialista e intervencionista que hablábamos hacia una homologación con las de otros países de nuestro entorno. Desde el “ruido de sables” que se oía constantemente en los primeros años de la vuelta de la democracia, ruido que prácticamente no cesó, languideciendo, hasta bien entrada la década de los noventa, hasta las misiones de paz acometidas en este siglo, parecen haber transcurrido siglos.
Para una visión progresista, quedarse sólo en eso no es suficiente. Primero por la necesaria integración completa de las FAS en la sociedad y después por el riesgo de involución. Sobre la integración completa, la sociedad debe contemplar a los militares como ciudadanos de uniforme que cumplen con una profesión de características propias y en ciertos momentos muy exigente, con una dosis de disciplina y jerarquización algo mayor que en otras profesiones. Pero nada más que eso: profesionales que cumplen con las misiones que la ley les encomienda a través de las operaciones que marca la propia ley. Un ejército “ciudadano” en el más amplio sentido de la palabra, que no se debe confundir con un ejército de reemplazo que, desgraciadamente, parece que vuelve a llamar a la puerta.
Es misión de las fuerzas progresistas impedir que nos quiten de nuevo a las FAS para utilizarlas en provecho de unos pocos
En cuanto al riesgo de involución, lo estamos viendo cada día. Estados Unidos en manos de Trump ha cambiado el nombre del departamento de Defensa por el de la Guerra y ataca militarmente a embarcaciones sin ninguna contemplación. Pero se autodenomina pacificador y exige para sí el premio Nobel de la paz. Un sarcasmo brutal. La UE planea gastar cientos de miles de millones en armamento. Alemania incrementa su gasto en defensa y se plantea volver al ejército de reemplazo. Drones rusos violan el espacio aéreo de Polonia. Esta corriente autoritaria y esta visión atávica de las FAS se ha extendido por todo el mundo.
En el caso de los Estados Unidos, tiene profundas raíces y motivos. De los tres pilares que han mantenido a los Estados Unidos como faro y referente de la sociedad occidental, sólo le queda el poderío militar. Ha perdido el industrial y está a punto de perder el económico ante la “desbandada” de países que abandonan el patrón dólar y los bonos estadounidenses para buscar el refugio en el oro. El profesor Juan Torres López lo describe con gran claridad aquí.
Lo extraño es que la derecha y la ultraderecha en el mundo estén “comprando” esa visión arcaica del ejército como un instrumento disciplinante que actúa incluso contra civiles. Y en países como el nuestro en los que el peso de la historia inclina mucho la balanza hacia esa concepción, la deriva es evidente.
Es misión de las fuerzas progresistas impedir que nos quiten de nuevo a las FAS para utilizarlas en provecho de unos pocos, de una visión social caduca, anclada en un conflicto constante para “disciplinar” con el ejército a quienes no compartan esa visión. Los conservadores se han apropiado de demasiados símbolos comunes y los usan para señalar a quienes no piensan como ellos, desunir a la sociedad. Y acusar de “malos españoles” a quienes no piensan como ellos. Y azuzar a las FAS contra ellos.
El papel que deben jugar las FAS en una sociedad libre y democrática como la nuestra sólo puede ser decidido de una manera: en libertad y democráticamente.