Sobre este blog

Semiosfera Digital quiere ser un blog que, con una mirada crítica, se interrogue acerca de los fenómenos relativos a los espacios digitales. En este sentido, se abordarán aquí cuestiones como la circulación del sentido en los nuevos medios; la relación entre estos y los medios de comunicación de masas tradicionales; la tipología de los públicos y la configuración de la opinión pública en un mundo cada vez más hipermediatizado; o cómo estos espacios propician la viralización de rumores y bulos.

Una propuesta interaccional frente a los machetazos del estigma

La agenda mediática y el tráfico de contenido de redes sociales como Twitter del pasado jueves, así como el cierre de Vox a la campaña electoral en Castilla y León, estuvieron marcados por las declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en respuesta a las acusaciones de Rocío Monasterio (Vox), que le recriminaba favorecer la inmigración ilegal, poniendo en riesgo la vida de los jóvenes madrileños, afirmando sin rubor que salir un sábado por la noche por la capital podría conllevarles un machetazo.  

Ayuso, en realidad, se limitó a decir algo tan obvio y tan sabido como que “la delincuencia no está relacionada con el origen de las personas” y que muchos de los integrantes de las bandas latinas en cuestión “son inmigrantes de segunda generación tan españoles como Abascal, como usted (dirigiéndose a Monasterio) o como yo”. La intervención de Monasterio —que Ayuso tildó, justamente, de 'pregunta mitin'—, huelga decir que no fue casual. A pocos días de las elecciones en Castilla y León, Vox quiso movilizar a su electorado apelando, como tantas veces hace, a la pasión del miedo, sirviéndose del fantasma estereotipado del racismo y aprovechando la fragilidad del sentimiento identitario colectivo, tan explotado y retroalimentado por los partidos europeos de extrema derecha.

Algunos de los factores que han propiciado esta fragilidad son los procesos de globalización que, desde principios de los años ochenta del siglo pasado, se han desarrollado a una velocidad vertiginosa, redefiniendo la oposición entre identidad y alteridad, modificando las diferencias entre lo familiar y lo extraño, aumentando, en palabras de Simmel, “la cercanía de lo lejano” y haciendo que tengamos cada vez más a menudo la sensación de ser “extranjeros a nosotros mismos” (Kristeva). A esto se suman, según el semiólogo Massimo Leone, las características de la posmodernidad, los procesos de digitalización y la estructura rizomática de la red, que desposeen al individuo de una comunidad de referencia y vierten sobre él la enorme responsabilidad de erigir e irradiar sus propias fronteras de pertenencia. Y, además de estos procesos, en España, debemos añadir el factor endógeno de los nacionalismos periféricos que chocan con el discurso nacionalista asumido por Vox, que tiene como papel de aglutinador social lo que Iñaki García Borrego ha denominado “la voluntad de españolidad”. En este sentido, cabe recordar la respuesta de Santiago Abascal a las declaraciones de Ayuso: “Además de regalar la nacionalidad, en España se ha legalizado la inmigración ilegal y la nacionalidad española es un tesoro que no podemos regalar porque nosotros la respetamos”. 

Desde un punto de vista semiótico, cuando nos definimos a nosotros mismos siempre lo hacemos en función de un otro. Nuestra identidad está siempre condicionada por alguna forma de alteridad

Pues bien, el término “inmigrantes de segunda generación” —por cuyo sentido ya se preguntaban a finales de los noventa Pierre Bourdieu o Paolo Fabbri—, no parece, desde luego, el más adecuado para oponerse al racismo culturalista. Pues no deja de ser una forma de nombrar y, por tanto, de clasificar a un colectivo, el de los hijos de inmigrantes, atribuyéndoles una identidad estática que coincide con la de sus padres, personas que realmente han inmigrado, que vienen de fuera. En definitiva, su posición, situada en la periferia de la frontera cultural, hace que sean concebidos como una fuerte amenaza para el imaginario nacionalista y, en consecuencia, son rápidamente catalogados como un "Ellos" en contraposición al "Nosotros". 

Frente a esta concepción, parece más sugerente la propuesta semiótica de la que dan cuenta Miguel Martín y Eric Landowski en una entrevista que el primero le realiza al semiólogo francés. En ella se parte de la premisa de que el sujeto, ya sea individual o colectivo, se construye en el discurso: la semiótica no aspira a definir la esencia de un determinado sujeto, sino que se ocupa de investigar cómo este se presenta y representa en sus respectivas interacciones sociales”. En ese sentido, desde un punto de vista semiótico, cuando nos definimos a nosotros mismos siempre lo hacemos en función de un otro. Nuestra identidad está siempre condicionada por alguna forma de alteridad.  

Al respecto, explica Landowski que existen dos formas opuestas de identidad, aquella que, como decíamos, está basada en la dinámica interaccional: “lo que uno es está abierto al devenir, son los procesos interaccionales en los que interviene el sujeto los que construyen, transforman y reconfiguran su propia identidad”. Y otra que es esencialista, que se basa en una predeterminación de la existencia del sujeto, y se cimienta en etiquetas, estereotipos y en la concepción goffmaniana del estigma. Un caso paradigmático lo podemos encontrar en las afirmaciones de una participante al acto celebrado por Alvise Pérez y Javier Negre el pasado martes en la Plaza Mayor de Valladolid. Esta señora, altavoz en mano, consideró relevante contar a todos los ahí presentes que había tenido un “problema” con un marroquí, en sus palabras: "era un crío de unos veinte años que se paró donde no se tenía que parar, yo le miré de mala leche y él pasó de mí. Pero yo pensé que me iba a robar o algo".

Siguiendo este razonamiento, la diferencia entre aquello que Ricoeur denominó el Miembro y el Extranjero, está en que el término marcado es Miembro, que adoptará diferentes posiciones frente al otro, redefiniéndose a su vez. Según Landwoski las posiciones posibles son cuatro: la asimilación, la exclusión, la segregación y la admisión. Si partimos de la concepción esencialista e inmutable de nuestra identidad, sólo tendrán cabida la exclusión; la asimilación, exigiendo al otro renunciar a sus diferencias, a su otredad (lengua, religión, etc.); o la segregación, permitiéndole ser un otro, probablemente porque lo necesitemos, pero apartándole del resto de la comunidad. 

Sin embargo, existe una quinta posición. Esta exige renunciar a una idea tan absurda como la de una identidad substancialmente definida, pasa por valorizar positivamente la alteridad y la diferencia, por la constante redefinición de sujetos, individuales y colectivos, y, en definitiva, comporta la supervivencia de las sociedades, y es la de una admisión que estime y defienda las diferencias.

Algunas lecturas sugeridas:

García Borrego, I. (2003): “Los hijos de inmigrantes como tema sociológico: la cuestión de la segunda generación”, en Anduli: revista andaluza de ciencias sociales, nº 3, págs. 27-46

Goffman, E. (1998): Estigma: la identidad deteriorada. Buenos Aires, Amorrortu.

Leone, M. (2020): “Breve historia topológica del mundo: del muro a la red”, en DeSignis, nº 33, págs. 219-230.

Martin, M. (2019): “No hay ningún conflicto entre Europa y el Islam”, en Revista de Occidente, nº 454, 2019, págs. 103-116. 

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Publicado el
17 de febrero de 2022 - 21:23 h
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