Una realidad no tan paralela…

No lleva ni un mes en el cargo y seguramente usted, como yo, está cansado de que, cada día, al señor que ocupa la Casa Blanca se le ocurra una idea más descabellada e incongruente que la del día anterior.

La última, y corro el riesgo de que cuando lea esto otra perogrullada peor acapare los titulares, es su plan de reconvertir Gaza en una especie de resort para ricos. Netanyahu estaba encantado sentado frente a la chimenea, junto a Trump, escuchándole cómo su amigo iba mucho más allá de lo que él hubiese planeado nunca. Sonreía, mirando a los periodistas, de derecha a izquierda, como diciendo “¿estáis escuchando lo mismo que yo?”, mientras Trump deliraba con lo que planeaba hacer sobre una tierra arrasada por las bombas, por la muerte y por el hambre, arrasada por ese hombre que estaba sentado junto a él, sonriendo complacido.

Con todo lo que está pasando podemos correr el riesgo de pensar que este señor es un lunático al que vamos a tener que aguantar cuatro años (no lleva ni un mes, paciencia). Lunático o no, tiene a mucha gente dispuesta a escucharle, a seguir sus pasos, a hacer lo que pida y a imitarle, incluso en el color del maquillaje que se pone, ese tono naranja del que no puedes quitar los ojos. Sus gestos, cómo habla, de medio lado, levantando la barbilla, destilando soberbia y autoritarismo, es tremendo. Cualquier experto en lenguaje no verbal se hará una tesis con su forma de hablar en público, cómo mira, cómo se agarra al atril y se pone de medio lado… Un narcisista en toda regla al que le encanta escucharse y que le aplaudan. Y lo malo es que tiene a demasiados palmeros alrededor.

No entiendo cómo nadie en su equipo le ha asesorado en su descabellado plan sobre Gaza; cómo nadie, con algo de experiencia en la zona, no le ha contado que lo que pretende hacer es sacudir más el avispero y generar más odio, más violencia, más dolor. Su maravilloso plan con el que pretendía atraer a extranjeros, para descansar en ese idílico paraje, es una bomba de relojería en una región para la que nadie propone nada sensato.

Trump es un narcisista en toda regla al que le encanta escucharse y que le aplaudan. Y lo malo es que tiene a demasiados palmeros alrededor

Echar porque sí, porque me viene bien, a dos millones de personas de su país, de su tierra, es tratarlos como ciudadanos de quita y pon, ciudadanos de segunda y ni siquiera como ciudadanos o personas que tengan unos derechos, una historia. Y realmente es como él trata a todo aquel que le estorba: sus redadas, sus deportaciones de migrantes, lo están demostrando. Les pone esposas, en pies y manos, y los traslada en aviones a sitios remotos, Guantánamo, prisión de terroristas, o a El Salvador, donde Bukele le ha abierto las puertas, por un módico precio, de su cárcel más controvertida.

El plan de Gaza es tan loco que es imposible que salga adelante. La comunidad internacional le ha parado los pies y su equipo ha tenido que hacer equilibrios para matizar lo que dijo Trump en ese salón del despacho oval, con la leña detrás de él ardiendo (menuda imagen, menuda paradoja). Pero Netanyahu ya ha recogido el guante y ha empezado a preparar a su ejército. Los dos se manejan como si el mundo, como si las fronteras, fueran un juego para ellos, de quita y pon. Cojo lo que me interesa, invado lo que me viene bien, amplío mis límites según mis intereses.

Insisto. No lleva ni un mes en el cargo y parece que le queda mecha para seguir incendiando más frentes, le queda pendiente decir qué va a hacer con los aranceles para Europa, cómo va a quedarse con parte de Groenlandia…

A él le trae al pairo, le importa un bledo, lo que digan los demás. Este jueves, en su red social, insistía: vamos a hacer cosas extraordinarias en Gaza cuando nos la entregue Israel, vamos a construir casas preciosas. Está claro que vive en una realidad que puede que no sea tan paralela y, en algún momento, llegue a converger con la nuestra. Sólo espero que no.

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