La falsa Moncloa del falso estadista Benjamín Prado
“¿Sed de venganza?”
Ni siquiera en su adiós oficial, ése que le concedieron los barones como última medida de gracia antes de echarle, Ayuso quiso dejar pasar la ocasión para pedir venganza. Para Casado la reunión de la Junta Directiva Nacional del martes era el único y posible colofón a una carrera llena de trompicones: hace menos de 10 días se veía a un paso de la Moncloa. En sus cálculos, el desgaste por la pandemia iba a costarle votos a Sánchez y las elecciones en Madrid y en Castilla y León le daban pistas de qué podía pasar en unas generales: el único fleco que le quedaba por limar era cómo encajar un posible pacto con Vox. Tenía por delante meses para ir preparando a la opinión pública. Lo que jamás pensó es que todo eso se caería como un castillo de naipes en cuestión de horas. Su pie no estaba en la Moncloa, su pie estaba fuera de Génova.
Así que la cita del martes era para él la última oportunidad para resarcirse del escarnio público al que le habían sometido los suyos, los mismos que días antes le aplaudían en público y le aupaban a soñar con llegar a la presidencia del Gobierno. Su discurso del martes quería que fuera en abierto, quería que se oyera íntegramente, incluidas las dos frases veladas que hizo contra los suyos y contra las formas que habían elegido para quitarlo de en medio. Era lo único que le quedaba. Pero Ayuso no le concedió ni eso.
Cuando la presidenta madrileña tomó la palabra pidió venganza: volvió a tirar de un rol que le ha funcionado muy bien en su corta vida política, el de presentarse como víctima, víctima de las políticas de Sánchez, víctima de las conspiraciones de sus compañeros de partido. Y tiró de imaginario para recrear esa imagen de víctima: invocó a Rita Barberá para que, en la conciencia de todos, la culpa se quedara grabada a fuego. Ayuso pidió expulsiones, que se sacara del partido a quienes habían insinuado que ella había hecho algo ilegal. No dio ningún nombre, no hacía falta. El discurso de Ayuso fue a puerta cerrada pero no fue algo relevante porque ella misma repitió esas ideas cuando salió fuera y habló con la prensa.
El PP arranca nueva etapa y quieren, necesitan, pasar página cuanto antes. Pero será complicado cuando las heridas dentro del partido han sido tan profundas
El PP arranca nueva etapa y quieren, necesitan, pasar página cuanto antes. Pero será complicado cuando las heridas dentro del partido han sido tan profundas. Olvidar no parece que entre en los planes de Ayuso, que insiste en presentarse como víctima de esta situación, agraviada en su honor. Y no parece dispuesta a que esto se olvide así de rápido, ni siquiera con un cambio en la presidencia del partido.
De momento ha conseguido el apoyo público de los barones, de Juanma Moreno, de Feijóo, de González Pons. Los hombres fuertes en esta etapa de transición han querido cerrar filas con la presidenta madrileña, hasta que la justicia demuestre lo contrario. La investigación de Anticorrupción está ahí y de momento sigue abierta. Y eso es lo que más inquieta a unos y a otros.
Pero la etapa es nueva y las decisiones, suponemos, también. Les quedan meses de travesía por el desierto para recomponer lo que nunca se acabó de arreglar tras la salida de Rajoy. La primera cita será en abril, con el Congreso Extraordinario, donde todos, salvo Casado, volverán a tomar la palabra. Habrá que ver si para entonces las ansias de venganza de Ayuso se han calmado o si siguen ahí.
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