Aquí me cierro otra puerta

El miedo por tus hijos

Quique Peinado nueva.

A finales de los 90 llevaba el pelo largo. Largo de verdad, con coleta a lo Pablo Iglesias. Al margen de ser una decisión estética cuestionable entonces y ahora, de repente me cargó de miedo. En Madrid, por entonces, te podían pasar cosas por llevar según qué pintas. Después también, pero en aquella época igual más. En los 90 había zonas que debías esquivar si eras según qué o, mejor dicho, si parecías según qué. Eran zonas céntricas, de las que hoy ni nos imaginaríamos que pasaba, pero estaba claro que por la noche no te acercaras a la Plaza de los Cubos ni a ver una peli o si ibas por el barrio de Moncloa, aunque fuera de paso. De hecho, yo trabajaba por allí y si salía más tarde de lo normal, pasaba un rato malo hasta llegar al metro y dentro de él

Nunca fui un activista ni nada parecido. Era un chaval normal con el pelo largo. Y el miedo a aquello que pasaba, a que te agarraran entre cinco y te dieran una paliza, a que te encontraras un sillón cruzado en una acera con varios tíos sentados y te pegaran (le pasó a un amigo), era real. Evidentemente, de aquella Ana Rosa no tenía un programa para haber asustado a mi madre al respecto como le pasa hoy, que cada vez que salgo de casa teme que me la ocupen, pero si hubiera sido la reina de las mañanas ya entonces, no me hubiera dejado salir de casa. Y yo ahora lo entendería.

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Vivir bajo la amenaza de una violencia real por ser o por parecer es de las peores cosas que uno puede experimentar. Alguna vez he sentido ese miedo y es atroz; no me quiero imaginar qué debe ser cuando es crónico: tener que mirar a la espalda, a los bajos de tu coche, temer cuando tus hijos van al instituto. Voy a ser cauto y a hablar de irresponsabilidad en la ya famosa frase de Espinosa de los Monteros, que además la ha pronunciado varias veces, por lo que no es un calentón ni un error, sino un pensamiento reposado o incluso argumentario de partido: "En España hemos pasado de un extremo a otro. De dar palizas a homosexuales a que ahora impongan su ley". El análisis de cualquiera que tenga la cabeza llena de odio validaría un silogismo ante esta frase: ¿Cómo responder a un extremo? Con el otro, claro. 

Estos días todo el mundo se solidariza con la familia de Samuel. Hacerlo les ayuda humanamente, pero actuar sin ir más allá es una acción humana loable que no sirve más que para confortar a una familia cuyo sufrimiento debe ser tan atroz que no puedo ni abarcar a imaginarlo. La acción política para recortar derechos y poner en el centro del debate hechos que ya se superaron o cercenar derechos a la comunidad LGTBI en Madrid como parece haberse comprometido Ayuso con Vox, solo acrecentará un ambiente que, desde luego, no corresponde a un país abierto que hace tiempo que dejó esto atrás. Creo que los que actúan así ya estaban, pero ahora se sienten amenazados y responden a un "extremo" con el otro. Seguir haciendo creer que hay una amenaza y argumentarlo políticamente es peligroso. Y lo es porque amenazará también a los tuyos. Las personas LGTBI que simplemente pasean por la calle y, sin abrir la boca, se la juegan, no son los otros para nadie. Ni para Espinosa de los Monteros.

Al final, una comunidad de personas va a vivir con miedo. Entre ellos y ellas, tus hijos y los míos. Van a volver a vivir el miedo que tenía un chico de los 90 a salir a la calle. Regresarán a un mundo que creíamos pasado, que quizá habíamos conseguido superar. Pedir justicia para Samuel le servirá a él y a su familia. A tu hijo y al mío, no. Su asesinato viene de un clima creado, de una fosa reabierta, de cómo hemos vuelto a poner en la superficie todo ese barro. Como padre, creo que para evitarle a mis hijos el miedo y, quién sabe, una paliza, mi deber es señalar y combatir a quienes están creando un caldo de cultivo propicio para que otros actúen.

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