El aguinaldo

Una duda inquieta a la patria: ¿qué es eso que abulta en el pantalón del presidente? ¿Un arcabuz? ¿Su descomunal carisma? Recórcholis, esperad, ¡es su chequera!

El gobierno más progresista de la historia prosigue con su plan para erradicar la pobreza de las grandes fortunas del Ibex. Tras la exitosa campaña de subvenciones a los caseros y con el chute de capital a las petroleras aún en funcionamiento, las lumbreras socialcomunistas tienen otra idea revolucionaria: aumentar la inflación con cheques al portador.

Mientras tanto, en los mohosos cuarteles del partido liberal se palpa el temor y el desconcierto. «Nos están dejando sin ideas», murmuran. «Se comen nuestra tostada».

En sus falansterios, los grupúsculos marxistas no dan crédito: ¿cómo no se nos había ocurrido? Empeñarse en la nacionalización y el intervencionismo cuando se podían transferir quintillones de dinero público al bolsillo de los plutócratas. «¡Qué ciegos estábamos!», se les oye lamentar.

La ministra del ramo ha resuelto las dudas de los incrédulos. «Miren», decía, señalando un pizarrón, «este era el precio del alquiler antes de nuestro bono bolchevique; y este», proseguía, estirando el puntero telescópico y subiéndose a un taburete, «el de después». ¡Bravo! ¡Prócer! ¡Lideresa! «Esperen», interrumpió un chambelán, «aún hay más hitos del progreso». De inmediato se repartió al personal un folleto que detallaba los dividendos que las eléctricas y gasolineras habían podido repartir a sus accionistas gracias a las últimas medidas del gabinete presidencial. ¡El reparto de la riqueza funciona!

Mientras tanto, en los mohosos cuarteles del partido liberal se palpa el temor y el desconcierto. «Nos están dejando sin ideas», murmuran. «Se comen nuestra tostada». En declaraciones a este periódico, uno de sus dirigentes ha expresado su enojo por esta injerencia ideológica y ha anunciado acciones legales por intrusismo laboral.

Preguntados sobre estos asuntos, miembros del partido socialista han querido tranquilizar a sus simpatizantes erigiendo un monumento a aquel ministro cuya sabiduría inmortal guía el ideario de la formación: «La vivienda es un derecho, pero también un bien de mercado». La coherencia del partido no puede quedar en entredicho. Acto seguido, se ha convocado una ejecutiva para decidir cuánto conviene rebajar el IVA a los bienes producidos por empresas que tenga exministros en sus consejos de administración. «La correlación entre la financiación del gobierno y el incremento de los precios es una leyenda urbana», ha dicho un vocero ministerial. «La bondad de la patronal está fuera de toda duda».

El ministro de la presidencia ha citado de urgencia a sus asesores para proseguir con el alumbramiento de genialidades. Se está haciendo un sesudo análisis que derivará en la compraventa de siete u ocho derechos fundamentales. «Somos moderados», dice la pancarta que ondea en la sede central, «los inversores no tienen nada que temer». La confianza de nuestros acreedores traerá, según se ha pronosticado, el advenimiento del reino de los cielos. Si es necesario, se rescatará a cuanta multinacional haga falta con dinero público. Que nadie se preocupe: el statu quo está remachado.

Los mercados saltan de alegría y se regulan que da gusto verlos. El precio del coste de la vida se dispara ciento treinta veces más que los ingresos de los ciudadanos: la mano invisible sabe lo que se hace. Entretanto, el heroico gobierno que nos apacienta prepara una andanada de rebajas fiscales para que los empresarios sigan creando riqueza. «En compensación, se subirá un mil por cien la cuota de los autónomos que cotizan por debajo del salario mínimo. Ante las protestas, el ministro al cargo ha aclarado que no se trata de una subida, sino de un aliciente motivador.

Para conservar la paz social y en cumplimiento de sus deberes constitucionales, su majestad el rey ha radiado un discurso a la nación. En él, ha asegurado que la corona está hondamente preocupada por la precariedad de los jóvenes y por las familias que atraviesan dificultades. «Sé de lo que hablo», ha confesado, para carcajada de la corte.

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