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Lideresa

Javier Valenzuela nueva.

Estábamos los ciudadanos bastante deprimidos por el estancamiento de la vida nacional, por esa viciosa repetición de los mismos temas y enfoques desde hace un año, cuando desde Murcia nos llegó un soplo de aire fresco en forma de la rebeldía de Ciudadanos frente a la corrupción del PP. Supimos que Mario Gómez, vicealcalde naranja de Murcia, había denunciado a la Policía adjudicaciones amañadas por el primer partido de las derechas, del que ahora Ciudadanos era socio. Acto seguido, nos enteramos de que Ciudadanos y el PSOE planeaban desbancar de la presidencia de la comunidad murciana y de la alcaldía de su capital a un PP que regía ambas instituciones casi desde los tiempos de Celia Escudero y Juan de la Cierva.

Empezábamos a preguntarnos por la posibilidad de que esta insólita rebelión regeneradora se extendiera a otras comunidades donde el PP gobierna con Ciudadanos –Madrid, Andalucía, Castilla y León– cuando Isabel Díaz Ayuso convirtió el soplo en una tormenta política de la magnitud de Filomena. Anticipándose a la posibilidad de que se repitiera en Madrid la jugada murciana, Ayuso rompió ayer con los naranjas, firmó el decreto de disolución de la Cámara regional y convocó elecciones para el 4 de mayo.

Siempre fiel a sí misma, la lió parda. El PSOE, cuyo líder en la Asamblea de Madrid, Angel Gabilondo, llevaba largo tiempo desaparecido políticamente, no tardó en presentar una moción de censura contra Ayuso, y lo mismo hizo el Más Madrid de Íñigo Errejón. Deberían haberlo hecho antes, aunque fuera para expresar el inmenso desacuerdo con Ayuso de sus respectivos votantes, pero no, lo hicieron ayer.

Las izquierdas –y Ciudadanos, que apoyó la iniciativa socialista– intentaban detener así el proceso de disolución de la Cámara regional y convocatoria de elecciones. Cuando escribo estas líneas, políticos y juristas seguían sin aclararse sobre lo que prevalecerá finalmente: si las mociones de censura o la disolución.

A las izquierdas madrileñas, y también a Ciudadanos, no se les escapa que, de salir adelante, la tremendista jugada de póker de Ayuso huele a ganadora. Unos nuevos comicios madrileños serían un plebiscito sobre la vida, obra y milagros de doña Isabel Díaz Ayuso. Un plebiscito que bien podría ganar. En primer lugar, por la falta de brío del socialista Angel Gabilondo –si es que vuelve a presentarse– y las delirantes divisiones del resto de las izquierdas –los de Iglesias, los de Errejón, los de Manuela Carmena, los de Izquierda Unida…–. En segundo, por el apoyo a Ayuso de muchos madrileños que, por ideología derechista o ultraderechista o por interés económico, se han ido convirtiendo en entusiastas de sus desplantes políticos y mediáticos.

Ayuso es la auténtica discípula española del desaforado Donald Trump, el tipo que se negó a aceptar su derrota y animó a sus fanáticos a asaltar el Capitolio. Maneja el populismo audiovisual como nadie: sabe que a los medios les gusta el ruido y no deja pasar un día sin que alguna frase o gesto suyo tenga un lugar destacado en los informativos. De este modo se ha convertido durante la pandemia en adalid de los dueños y clientes de bares, restaurantes y comercios. Ha sido muy clara: prefiere la libertad de movimientos y negocios a la salud, prefiere la salvación individual a la colectiva. Este mismo miércoles, al anunciar los nuevos comicios, dijo que los madrileños tendrán que escoger “entre socialismo y libertad”. Es una bobería –servidor no ve por ningún lado socialismo ni tampoco libertad–, pero de esas que funcionan.

La batalla cultural de Madrid

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Si Ayuso es discípula de Trump, también es la heredera de José María Aznar y Esperanza Aguirre, y supongo que es lo que le dirá su consejero áulico Miguel Ángel Rodríguez. A su lado, Pablo Casado es una figura casi patética. Jamás tiene una idea propia, se limita a repetir las de Abascal, añadiéndoles un poquito de agua para que no tengan un sabor tan fuerte. Del mismo modo que no me extrañaría ver de nuevo a Ayuso en la Puerta del Sol si terminan celebrándose nuevos comicios, me resulta difícil imaginar a Casado en La Moncloa.

Ella es la lideresa de nuestras derechas nacional-populistas. Lo ha demostrado durante todo el año de la pandemia. Es tan o más españolista que Abascal y Casado y, a la par, la inventora de un nuevo nacionalismo victimista de dimensión regional. Identificándose a sí misma con toda una comunidad, como siempre hacen los caudillos, Ayuso dice que si se la critica a ella se comete el pecado de “madrileñofobia”.

Pero Ayuso, si muchos se suman contra ella, también puede ser derrotada como lo fue Trump. No hay otro modo de vencerle –sea porque los guardianes del templo permitan las mociones de censura, sea porque se coloquen urnas el 4 de mayo– que a través de la unidad de todos los que desean que se abran las ventanas de Madrid y corra el aire. Eso incluye a las izquierdas y ahora también a Ciudadanos. Mi saludo, por cierto, para los naranjas de Murcia, que han sacado a España de ese día de la marmota política y mediática en que se había quedado atrapada.

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