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@cibermonfi

Patriotismo de pegatina en el Audi

Lo malo que tiene el fundamentalismo es que, a veces, tus propios jefes te dejan fuera de juego con un “Venga, no te pases”. Cuentan que, en la tarde del viernes 20 de febrero, Luis de Guindos fue más papista que el papa y que, cuando la severa Alemania de Merkel ya daba por bueno el precario acuerdo alcanzado con Grecia, él seguía repitiendo su mantra por los pasillos de Bruselas: “Las deudas hay que pagarlas”. Tuvieron que decirle que su ardor era excesivo. “Déjalo, Luis, déjalo ya”.

De Guindos es ese señor que dirigía Lehman Brothers en la Península Ibérica en aquel infausto 2008 en que la quiebra de esa entidad abrió el inmenso hoyo de la crisis. En un país medianamente normal, ese currículo habría pesado seriamente en contra de su nombramiento como ministro de Economía, pero, bueno, De Guindos es español y sabido es que nuestra derecha nacional-católica perdona fácilmente los pecados de sus próceres.

Tiene De Guindos la cara satisfecha del que paladea permanentemente un buen chuletón de Ávila regado con un Rioja de muchos años, el rostro orondo del que sabe que siempre vivirá como un señorón. Desde que la izquierda ganó las elecciones en Grecia, De Guindos ha puesto ese rostro al servicio de la causa de Alemania, la troika y los poderes financieros de Europa. Grecia, repite como un loro, debe pagar hasta el último céntimo. Y en los plazos y con los intereses establecidos, que conste.

Resulta curioso ese empecinamiento en el ministro de un país cuya deuda pública acaba de superar el 98% de su PIB, en un responsable de Economía que, pese a las subidas de impuestos y los recortes en gastos sociales, ha aumentado espectacularmente esa deuda en sus tres años en el cargo (el Gobierno de Zapatero la dejó en un 69%, 13 puntos por debajo de la media de la Unión Europea).

Uno piensa, quizá equivocadamente, que la inteligencia debiera dictarle al ministro español una mayor cautela en el asunto griego. ¿No sería incluso más astuto parapetarse preventivamente tras las demandas griegas? ¿No exigiría el interés nacional desmarcarse del fundamentalismo germano y tejer alianzas con los sureños de Grecia, Italia, Francia y Portugal?

Vamos a ver, ¿qué hay de malo en reestructurar una deuda, en obtener plazos y condiciones más ventajosas? Eso ocurre a diario en el mundo de los negocios: el acreedor, si no es estúpido, puede entender que lo mejor es darle oxígeno al acreedor. ¿Por qué rechazar la posibilidad de quitas? La mismísima Alemania tuvo una muy importante tras la II Guerra Mundial y el cielo no se hundió sobre el techo de Europa.

Si uno es deudor, como es el caso de España, debiera dar palmaditas a la espalda a estas ideas. Aunque sea cuando el capo está mirando a otro lado. Es de sentido común, creo.

Pero aquí es donde entramos en lo muy grave: este Gobierno sitúa sus propios intereses partidistas muy por encima del interés nacional español. No hace falta ser muy listo para adivinar que, en su actitud ante la Grecia de Syriza, late el miedo a que ese experimento salga relativamente bien y pueda ser invocado por determinadas fuerzas opositoras españolas. Si Grecia quiebra, sale del euro o se pone de rodillas, la campaña electoral del PP ya está hecha: “Miren, no hay alternativa posible a la austeridad para las clases populares y medias que nosotros practicamos en España con la fe del converso”.

No es nuevo. La derecha española es muy de banderita rojigualda en la pulsera, el polo y la pegatina del Audi, muy de aborrecer la maravillosa pluralidad de esta nación de naciones, muy de no aceptar otra forma de ser español que la suya. Pero también es muy de abrir cuentas en paraísos fiscales y de, en los momentos graves, arrodillarse ante amos extranjeros. Patriotismo de hojalata se ha llamado en ocasiones a este fenómeno.

El PP de Rajoy le ríe hoy a Frau Merkel todas las gracias como el de Aznar se las reía a Bush. ¿Recuerdan cuando los diputados del PP aplaudieron a rabiar la participación española en una guerra, la de Irak, contraria a nuestros intereses nacionales? Amén de que aquella guerra fuera ilegal y contraproducente –del caos que llevó a Oriente Próximo viven hoy los yihadistas–, es que nada nos iba o venía en ella como españoles. Los franceses y los alemanes no se sumaron a la cruzada y no les paso nada, ¿no?

La cosa viene de antiguo, muy de antiguo. La derecha española es la que llamó a los Cien Mil Hijos de San Luis para que aplastaran a sus compatriotas liberales. La derecha española es la que hizo cruzar el Estrecho a “los moros que trajo Franco” –la expresión es de la historiadora María Rosa de Madariaga– para que terminaran a sangre y fuego con la República. La derecha española es la que le regaló a Estados Unidos varias parcelas del territorio nacional para que instalara allí sus bases militares a cambio de que Eisenhower le perdonara a Franco sus anteriores amistades con Hitler y Mussolini y le permitiera seguir gobernando como un dictador hasta su muerte.

No cabe la menor duda de que la derecha española es españolista, esto es, defiende una visión de España tan nacionalista como, por ejemplo, CiU de Cataluña. Tampoco de que es patriotera y usa y abusa de la rancia retórica del toro y el chorizo. Pero a la hora de la verdad, cuando están en juego la ideología y los intereses de sus amos nacionales y/o extranjeros, España y los españoles le importamos tres cominos.

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