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Ensayo

Las cuentas y los cuentos de la independencia

Las cuentas y los cuentos de la independencia

Josep Borrell y Joan Llorach

Al escribir este libro nos propusimos un objetivo muy concreto: analizar críticamente los argumentos políticos y económicos con los se apoya la independencia de Catalunya. Pero la convocatoria de unas atípicas elecciones anticipadas al Parlament de Catalunya, que se plantean como un voto a favor o en contra de la independencia, le dan a estas páginas una relevancia especial. Su interés no se agota por lo que ocurra en este septiembre de 2015, porque, sea cual sea el resultado de esas elecciones, el debate continuará después

Y esperamos haber contribuido a la calidad de ese debate, aportando más y mejor información. Coincidimos con Antón Costas, presidente del Círculo de Economía de Barcelona, cuando en su artículo "Un paso atrás", publicado cuando estas páginas iban ya camino de la imprenta, afirma que el procés ya ha conseguido dañar seriamente al sistema de partidos políticos de Catalunyaprocés, provocar una mayor fragmentación política, el inicio de una preocupante fractura social, tensiones para la convivencia y un riesgo para la economía.

La independencia es una opción política legítima, como el propio Tribunal Constitucional ha afirmado por unanimidad. De lo contrario, no serían legales los partidos políticos que la propugnan, como los de Junqueras y Mas. Pero no tiene en la sociedad catalana el amplio y continuado apoyo social que requiere para convertirla en realidad. Y pretender hacerlo por mayoría simple de diputados, cuando hace falta mayoría de 2/3 para reformar el Estatut o para decisiones de importancia infinitamente menor, como suprimir un organismo como TV3, es un despropósito. Y hacerlo de forma unilateral, rompiendo con la legalidad constitucional, es un viaje a ninguna parte. Una mayoría simple de diputados independentistas no puede proclamar la independencia sin situarse y situar a las instituciones catalanas fuera de la ley.

Dejemos de contar cuentos de hadas. Catalunya no será independiente porque su parlamento lo proclame. Lo será si los demás Estados, y en particular los que forman parte del Consejo de Seguridad de la ONU, la reconocen. En este libro hemos explicado por qué eso no sería así. Nos parece muy bien que su dignidad impida a alguien reconocer las cosas como son. Pero eso no cambia la realidad ni evita las consecuencias de la situación a la que nos conducen.

Además, aunque Mas vaya en las listas independentistas camuflado detrás de activistas sin responsabilidad política exigible, ya se ha preocupado de asegurarse la continuidad como president, en caso de que consigan la mayoría parlamentaria.

Pero si quiere seguir gobernando, ¿no debería poderse juzgar el balance de su obra de gobierno? ¿O hay que pedir cuentas a Romeva, Carme y Casals por una gestión en la que no han participado? Pero esta anomalía democrática es otra cuestión en la que no entramos. En este libro solo nos hemos propuesto analizar las razones por las que Mas y Junqueras defienden la independencia.

Hemos visto que, para Junqueras y los que como él piensan, la independencia es un bien superior, cualesquiera que fueran sus costes. Pero no todos los catalanes lo ven ni lo viven así. Las encuestas indican que la mayoría, aunque sea una mayoría mucho más silenciosa, preferiría una solución de tipo federal o mejoras del actual marco estatutario.

Muchos, razonablemente, quisieran saber cuáles son los costes y beneficios de ese cambio trascendental. Por eso, Mas y Junqueras ofrecen a los catalanes la ficción de una independencia-sin-costes, que liberaría a Catalunya de un expolio que no tiene parangón en el mundo, solo aportaría ventajas —entre ellas 16.000 millones de euros contantes y sonantes—, no afectaría las relaciones comerciales con su principal cliente, sería reconocida sin problemas por la comunidad internacional y no implicaría la salida de la UE y del euro.

Hemos analizado estas cuestiones utilizando datos constatables y argumentos que creemos convincentes, cuando no incontrovertibles, que demuestran que nada de eso es cierto. Lo hemos hecho porque estábamos dolorosamente hartos de escuchar la cantidad de errores y falsedades en las que se basan los argumentos que pretenden convencer de la viabilidad de esa independencia-sin-costes. Tal cosa no existe. Nos la presentan envuelta en datos falsos para calcular los beneficios y en la ficción de una estimación cero de los costes.

Hemos visto cómo la sociedad catalana ha sido engañada con una inventada comparación con Alemania, el cuento de las balanzas fiscales alemanas que nunca existieron. Lo han ido contando por el mundo para recabar apoyo a su causa, sin conseguir más que el descrédito que merece quien demuestra estar tan mal informado o una manifiesta voluntad de engañar.

Ese cuento es equivalente a que un político portugués publicara en España un artículo pidiendo apoyo internacional a la segregación del barrio rico de Lisboa, argumentando que el Ayuntamiento de Barcelona publica las balanzas fiscales de sus barrios, que existe un límite a solidaridad fiscal de los vecinos de Sarrià-Sant Gervasi con el resto, y que el Ayuntamiento no interviene en la redistribución de la renta entre ellos.

Hemos visto como Junqueras se equivoca mucho (¿o miente descaradamente?) cuando proclama que los catalanes ven desaparecer, en beneficio del resto de España, la mitad de los impuestos que pagan. Y que sus fábulas sobre cuán rica sería ahora Catalunya, si se hubiese independizado hace 25 años, no resisten el menor análisis aritmético. La cifra mítica de los 16.000 millones de euros está calculada por un método muy particular que la sobrevalora de forma injustificada, está basada en supuestos nada realistas y confunde a la opinión pública sobre su significado. De ninguna manera Catalunya dispondría al día siguiente de la independencia de los míticos 16.000 millones de euros con los que evitar recortes o disminuir su deuda.

Lo acaba de confirmar el propio conseller Mas Colell cuando dice: “Amb els impostos que paguem actualment podem cobrir el cost de tots els serveis públics que rebem i encara quedariaun petit excedent

” ¿Un “petit excedent”? Pero ¿no eran 16.000 millones de euros, señores Mas y Junqueras?

La venta de esta fábula a la opinión pública ha sido un éxito de comunicación política para los independentistas, especialmente por incomparecencia del contrario. Pero es un engaño tan grande como la farsa de las balanzas fiscales alemanas que nunca existieron.

Hemos visto que, en realidad, ningún gobierno central las calcula, y los ejemplos que se pueden citar no son sistemáticos, la mayoría alejados en el tiempo y para nada validan el método que la Generalitat usa, que es el que le permite engordar artificialmente el beneficio fiscal de la independencia.

Hemos argumentado que el déficit fiscal calculado como una aproximación a esos beneficios fiscales está mucho más cerca del 5,5% que del 8,5% proclamado por Mas y Junqueras. Y demostrado que los costes reales que Catalunya tendría que asumir como Estado independiente están ampliamente infravalorados.

Tampoco es cierto que la comparación internacional justifique decir que Catalunya sufre un expolio fiscal. Ciertamente, nuestros cálculos muestran que es cierto que Catalunya tiene un déficit fiscal superior al que se puede justificar por un razonable efecto redistributivo con el resto de España. Pero la diferencia es, en el peor de los casos, del orden de 1,5 % del PIB; no del 8,5 %, no de 16.000 millones de euros, sino de 3.000. Y para corregir un problema de ese orden, ¿hay que recurrir a una declaración unilateral de independencia?

Hemos demostrado que es falso que se incumpla el “principio de ordinalidad” según lo establece el Estatut. Y eso no es cuestión de opiniones, sino de matemáticas elementales como las que reclama Junqueras. También hemos considerado que la norma estatutaria está mal redactada y que la referencia adecuada sería la financiación per cápita disponible, antes y después de las transferencias del sistema autonó­mico. Y que, en este caso, sí que se altera la ordinalidad. Pero hemos calculado que su incidencia cuantitativa en la financiación de Catalunya es del orden de 160 euros por habitante y año. Tampoco parece que este sea un problema tan grave que para resolverlo haya que recurrir a la independencia.

Además de esa cuestión, que debe y puede corregirse, el sistema de financiación autonómico tiene sin duda otros problemas, entre ellos la agraviante comparación con el sistema foral. Pero no es menos cierto que los datos muestran que la financiación per cápita que recibe Catalunya por aplicación del nuevo sistema ha mejorado notablemente y, desde 2009, está casi exactamente en la media de todas las comunidades autónomas, que es hacia donde deberían converger todas.

Constatamos que la inversión pública estatal que ha recibido Catalunya está por debajo de su PIB, especialmente desde 2010. En el periodo 2003-2010 también lo está, pero la diferencia es menor, entre 1 y 1,5 puntos. También hemos analizado las causas que han provocado los problemas y errores de planificación de las inversiones en corredores estratégicos del territorio de Catalunya, cómo se financiaron históricamente las autopistas de peaje y el agravio comparativo que esa situación representa.

Tampoco es cierto que la comunidad internacional apoyaría el derecho a la autodeterminación de Catalunya y la reconocería después de una declaración unilateral de independencia. En eso, tanto Mas como Junqueras se han esmerado en intentar explicar a los catalanes las cosas como no son. Han comparado a Catalunya con países coloniales, sometidos a dictaduras u ocupados militarmente. Pueden considerar que la Constitución española es de “baja intensidad democrática”, pero es la misma que tienen Alemania, Francia, Italia y los EE UU. Hemos argumentado por qué ninguno de esos gobiernos apoyaría la secesión de Catalunya, todo lo contrario de lo que Mas y Junqueras, Junqueras y Mas, se han esforzado en hacernos creer, tergiversando o ignorando las declaraciones de unos y otros.

Y, por último, es absolutamente seguro que Catalunya no sería de forma automática reconocida y aceptada como nuevo Estado miembro de la UE y de la Unión Monetaria. Y nadie puede asegurar cuánto tiempo tardaría en serlo. Después de una declaración unilateral de independencia, las puertas estarían simplemente cerradas para la negociación. Junqueras y Homs pueden decir lo que les dé la gana, pero esa es la realidad.

La última institución europea en advertirlo ha sido el propio Comité de las Regiones que, en su dictamen del 12 de abril de 2015, dice textualmente que en el caso que una región europea obtuviese la independencia, tendría que solicitar su adhesión como cualquier nuevo Estado que quisiera ser miembro de la UE y esta requeriría un acuerdo unánime. No pueden decírnoslo más claro.

La pueril insistencia de personajes como Junqueras y Homs en asegurar lo contrario y que todo se arreglaría “polí­ticamente” no ha hecho sino contribuir a su descrédito internacional. Pero los catalanes se merecen políticos más informados y/o más responsables.

Hasta aquí ha llegado el limitado análisis que nos habíamos propuesto hacer con este libro. Por falta de espacio, no hemos podido incluir todas las cuestiones pertinentes, entre ellos el tema de las pensiones. Pero una “seguridad social catalana” no estaría en mejores condiciones que la española para mejorarlas significativamente. Nos tememos que la promesa de aumentarlas un 10% se basa en la misma imaginación contable que el cuento de los 16.000 millones de euros; por ejemplo, los cálculos del informe del CATN no tienen en cuenta que muchos pensionistas cotizaron en Catalunya pero cobran su pensión fuera de ella. Lo que es seguro es que desgajar la parte catalana de un sistema de pensiones públicas por reparto plantearía muchísimos problemas de gestión.

Tampoco hemos considerado los aspectos positivos que tendría para Catalunya seguir en España. Ya sabemos que la propaganda independentista, y en algunos libros de texto que usan los niños catalanes en sus escuelas, presentan a España como un Estado fallido del que más vale alejarse y a Catalunya como algo diferente. Ciertamente, España no es una panacea, es un país con problemas que la crisis ha agravado, como en Catalunya. Pero nosotros creemos que hay demasiados lazos personales, afectivos, económicos y comerciales como para que la separación no fuese traumática.

Y también creemos que, permaneciendo en España, cualquier joven catalán tiene muchas más posibilidades profesionales. Renunciar de manera voluntaria a los vínculos con España es como si los jóvenes de Massachusetts renunciaran al trampolín de los EE UU, o los de Baviera al de Alemania, a cambio de disponer de más recursos fiscales. Cierto que el trampolín español es más pequeño y en los últimos años ha sufrido un ataque de termitas, pero la altura que puede alcanzar cualquier joven catalán es mucho mejor con él que sin él.

Eso es especialmente cierto en el sector cultural, como advertía Xavier Marcé, gestor de gran experiencia, en las páginas del diario Ara, temiendo que la producción cultural catalana no podría sobrevivir sin el mercado español y, en cierta medida, sin el latinoamericano.

Finalicemos la larga serie de citas con la que hemos ilustrado este libro con la del escritor peruano afincado en Barcelona Santiago Roncangliolo, que coincide con Antón Costas en advertir del riesgo de “ensimismamiento” que corre Catalunya:

Margallo y Junqueras se enfrentarán en un debate televisado

Durante décadas, su bilingüismo perfecto ha sido la señal de una sociedad culta, orgullosa de sí misma y dialogante a la vez. La protección del catalán en la educación fue un ejemplo para las lenguas autóctonas americanas, antes de convertirse en todo lo contrario: un esfuerzo por borrar al otro.Basados en un elevado concepto de su propio cosmopolitismo, los nacionalistas están construyendo una sociedad más provinciana. Por enormes que sean sus banderas en plazas y estadios. Por fuerte que griten en catalán e inglés. Por muchas embajadas que quieran abrir. Su único proyecto cultural es precipitar a Cataluña orgullosamente hacia la irrelevancia.

No es posible terminar este epílogo sin advertir de que, por grandes que sean los errores factuales y las falsedades de los independentistas para defender su causa, España tiene un grave problema en su relación con Catalunya. La “conllevanza” orteguiana no es ya la solución, si es que alguna vez lo fue. La abúlica indiferencia y las desgraciadas declaraciones de ministros agravan el problema. Una sociedad no puede desarrollarse normalmente en el seno de un Estado si una parte muy importante de su población cree que estaría mejor sin él. Hay que establecer el diálogo, mejorar la información, estrenar el respeto y hacer las reformas constitucionales, financieras y fiscales necesarias para que esa proporción disminuya. Al menos hasta el límite irreductible de los que hacen de la independencia una cuestión existencial, relacionada con su dignidad, ante lo que no hay razones que esgrimir.

También sabemos que, como dijo Jean Monnet en relación con la integración europea y le hemos oído decir a López Burniol, el nacionalismo es en el fondo una lucha de las elites por el poder. Un combate, de momento limitado al debate. Y la primera víctima de un conflicto es siempre la verdad. Por eso hemos intentado documentar hechos y exponer argumentos que pueden ayudar a saber lo que no es cierto en la narrativa-argumentario independentista.

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