Desde la casa roja

Quién escribió aquella historia

Cinco siglos no han convertido la atrocidad en belleza. La historia sabe muy bien quiénes son sus arrinconados. Tensemos las estructuras invisibles de nuestra cultura, cuestionemos de dónde parten nuestros convencimientos: si hay algo que recuerdo heroico en el breve relato de mis libros de texto es la conquista de América. Tres carabelas contra viento y marea. Tanto es así, que casi quedó escrita en mi memoria como el agradecimiento de los pueblos indígenas por expoliarlos, arrasarlos y salvarlos de la tiranía local. A cambio, incorporamos de vuelta la patata y el tomate a nuestra dieta y palabras como puma o canoa a nuestro vocabulario. Y poco más que así me resumieron a mí aquello de la Hispanidad en el colegio. Corría el año 1992 y celebrábamos por todo lo alto el quinto centenario del “Descubrimiento”. Mis padres compraron una enciclopedia por fascículos donde se relataba la gesta pormenorizadamente, pero donde nada se dice de cómo se invadieron los pueblos del otro lado del Atlántico. No debemos exigir a México autocrítica con su historia más reciente si aplicamos la autocomplacencia con la nuestra.

Tal vez, España no deba pedir perdón más que el propio México por la discriminación de sus pueblos indígenas durante los doscientos años que partieron de su independencia, porque España no es la España de hace cinco siglos, ni México es el país al que llegaron Cortés y sus tripulaciones y es inútil establecer árboles genealógicos para dividirnos allá y aquí. Pocos y nobles pueden bucear más allá de los bisabuelos. Nada bueno puede salir de que países mestizos como los nuestros jueguen a la pureza de su identidad. Somos hijos de quienes somos hijos y de algún trozo de tierra por azar. Pero poco le habría costado al Gobierno no apresurarse en su respuesta airada y animar al avance hacia un progreso común reconociendo ese pasado lejano y violento que nos cruzó para señalar el camino hacia una cultura transoceánica que sin duda nos une y por la que mucho podríamos hacer más allá de lo que significa el envío de un visitante oficial de vez en cuando.

Pero la mano descansa sobre el revólver y siempre es rápida para el disparo. A la petición de López Obrador, oportunista tal vez, seguro incómoda e inquietante, se sucedieron una serie de bochornosas respuestas y mofas. Frivolidad, escarnio y disparate mezclados con las nuevas y legendarias reconstrucciones actuales de un pasado aún más mítico que el que ya quedó escrito.

Si algo realmente hermana a dos pueblos, a dos culturas o a dos personas es el reconocimiento del dolor infligido entre unos y otros. Se consigue mediante el diálogo. La teoría la sabemos, aunque no la ejerzamos. Lo contrario es ahondar en esa falsa fórmula de reconciliación que se construye sobre el silenciamiento de una de las partes y la dominación del relato de la otra. Obviar la memoria, ignorar la discriminación vertida, por tiempo que se haya tenido después de subsanarlo, es vivir en el enfrentamiento convenientemente tranquilo pero nada inocente porque, lo cierto, es que muchos de esos pueblos siguen arrinconados, siguen sufriendo racismo y clasismo por ciudades, colinas y valles del territorio americano. Y discriminados quiere decir aislados, explotados y desprotegidos. No tan antigua sería esta pregunta: ¿Tiene algo que ver que aquellas comunidades contra las que se cometieron abusos en el siglo XVI sean las mismas que hoy siguen discriminadas?

¿Cuánto tiempo sería el adecuado para que esta petición no fuera “extemporánea”? Decir “no remover” y priorizar estas entre las nuevas urgencias para restarles importancia, acusar de sembrar desacuerdo donde parece, y solo lo parece, que todo está ya cicatrizado son mecanismos de los que prefieren el olvido para no cuestionar sus actos.

En estos días en que recordamos el aniversario del fin de la Guerra civil española, me pregunto: ¿ochenta años les parecen muchos o pocos para reconocer el dolor de las víctimas de un conflicto? Tierra sobre tierra, la memoria colectiva de los pueblos va quedando cada vez más abajo hasta que llega un día en que parece prácticamente imposible encontrar su raíz. Y entonces nos reímos fuerte.

Llego tarde a esta reflexión, aunque solamente haya pasado una semana desde que el presidente de México pusiera el viejo asunto sobre los teclados; las noticias estallan y dejan un tenue rastro de cenizas después de las miles de opiniones, incluida esta. Llego tarde porque otros ya estuvieron allí, a uno y otro lado, preparados para defender a la patria madre con chistes e insultos sin mirar, al final, sobre quién se incrustaban los balazos. A lo mejor, convendría una frenada para pensar en frío cómo están las relaciones entre España y América Latina porque, tal vez, en todo el concepto de la Hispanidad y el hermanamiento nos estemos quedando muy atrás frente a un continente que implosiona y estalla constantemente y que expulsa a miles de emigrantes en busca de algo que mejore sus encrucijadas. Justicia es que revisen la historia de sus pueblos y rescaten sus culturas y lenguas y el pulso que mantuvieron con sus dominadores. Justicia es también disentir del relato histórico que escribieron los que ejercieron el poder contra los nadies.

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