Desde la casa roja

Si quieres que tu hijo coma manzana, come manzana

La frase que da título al artículo me la dijo el pediatra y es una de las mayores enseñanzas que he recibido sobre la educación y los niños. Cuento esto porque llevo varios días dando vueltas alrededor de lo que significa ser ejemplar y todo el asunto de la universidad y porque, en una conversación entre amigos, se comentaba que quién, siendo honestos, no ha engordado su currículum. Tarareo aquella canción de Silvio Rodríguez: “porque no cuesta nada mirarse para adentro”. La expresidenta de la Comunidad de Madrid respondió con prepotencia y mintió en modo selfie mirando directamente a cámara (recuerden: no me voy, me quedo), pero la ex ministra de Sanidad estaba haciendo algunas cosas que gustaban y desató en la conversación una especie de #Cuéntalo de la falsedad curricular.

Lo primero que me digo es que, bueno, ellos, las personas con las que hablaba, no son políticos ni tienen cargos públicos. Ya está. Respiremos. Pero no es tan sencillo. A lo mejor son profesores de Educación Primaria. Dónde empieza a dar igual que uno ponga que de aquel curso que comenzó nunca entregó el trabajo final pero brilla como formación académica en el currículum. Recuerdo cómo, pagando 80 euros en una plataforma educativa, conseguías sin grandes esfuerzos puntos fáciles (que no baratos) para las oposiciones a profesor de Secundaria en los institutos. Compra-venta de mejores opciones. La ejemplaridad, que no es más que la capacidad de dar ejemplo, de servir de ejemplo, dónde debe comenzar. Hemos asumido que la pícara costumbre de no ser fieles a la realidad ni con nuestra propia biografía es lo normal hasta en las más altas instancias. Empiezo a verlo más claro: la ejemplaridad comienza con el primer mordisco a la manzana.

Este debate público que nos ocupa ahora diariamente me interesa y me aparta y no va a terminar rápido. Mientras miramos boletines de notas, algo más está pasando adentro. ¿Acaso no sospechábamos ya que no fueron los primeros de la clase? ¿Que no están ahí precisamente por ser el ejemplar perfecto? Que necesitaron, para justificar su arribo a nuestras cortes, algo más que refrendara la toma de decisiones correctas en el momento adecuado o que se cobijaran bajo las sombras pertinentes. Que trabaron posteriormente su aterrizaje en los cargos. Tengo la sensación de que, picando la fachada, estamos viendo la ruina del edificio que ya intuíamos. Un edificio que fue pintado sin hacer nada por la podredumbre de sus estructuras. Y no hablo de la universidad.

Me asombra también que ninguno de los políticos que han dimitido en los últimos tiempos, sea cual sea su razón, haya pedido perdón a los ciudadanos. Me asombra y me preocupa. Máximo “algunas irregularidades” de las que se lavan las manos. Esos latentes “todo el mundo lo hacía” soltados como excusa adolescente que nos van anestesiando poco a poco. A día de hoy, nadie nos ha mirado de frente para decirnos: estos casos no deben romper vuestra confianza en la universidad, la educación no es un negocio, aquí no hay trueque de intereses. Confiad en que nosotros somos casos aislados, ¿lo son?

Ninguno de estos políticos ha puesto el punto de mira en los esfuerzos que profesores y estudiantes han hecho durante la crisis para mantener el prestigio de sus titulaciones. Ninguno ha pedido intolerancia total ante estas prácticas. Nadie habla de las precarias plantillas docentes e investigadoras. No se habla del desprestigio que están sufriendo las Ciencias Sociales gracias a los nombres y apellidos que abrazaron el trato de favor. Nadie cuenta que, en la Universidad, a veces, no tienen ni papel para repartir en los exámenes. Quienes hemos hecho algún máster con afán de especializarnos, sabemos que puede ser un grado exigente y cualificado que fomenta el esfuerzo, el sentido crítico y el compromiso con la investigación. Pero queda claro que no todos fueron así. Esto va para largo.

No deseo que ningún político venga a darme lecciones de honestidad, esas ya me las dieron mi madre y mi padre mordiendo su manzana. Vivimos un momento donde la moralidad social y la ética política no forman solo parte de la vida privada, son la demanda de una sociedad cansada de soportar rupturas de confianza, ahogada de leer corruptelas. Cómo defender una educación pública de acceso universal si hay una abisal diferencia entre la doctrina que defendemos y nuestro ejemplo.

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