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Desde la tramoya

La que se avecina

Para no querer convertir su relación personal en una "telenovela en los medios" (en palabras de Iglesias), el secretario general de Podemos y su lugarteniente Íñigo Errejón están dando al respetable un espectáculo digno de La que se avecina.

Para expresar sus ganas de "echarse unas risas" a cuenta de lo que los medios digan sobre sus discrepancias, Pablo e Íñigo no se están mostrando precisamente jacarandosos. A base de manifiestos críticos de la corriente errejonista, entrevistas de unos y otros representantes de los dos grupos enfrentados (o tres, añadiendo a los anticapitalistas), y cartas abiertas en los medios de comunicación, los dos jóvenes profesores se están despellejando, aunque sea bañados en la miel de sus empalagosos halagos, llenos de veneno.

Ya pueden llamarse mutuamente amigos, compañeros o hermanos. Y ponerle azúcar a sus misivas en plan buen rollito. El personal sabe que a un hermano no se le conmina públicamente si se le puede hablar en privado. La gente sabe que el poder es corrosivo y rompe o matiza amistades en cualquier organización política, sea de las de toda la vida o de éstas de estilo supuestamente nuevo.

Ellos mismos, Errejón e Iglesias, saben que es difícil de tragar eso de que "somos de los pocos que se pueden permitir algo así (discrepar en público) sonando creíbles y honestos", para acto seguido decir que "me preocupa enormemente que la militancia y los inscritos nos dejen de ver como compañeros". Puen entonces, Pablo, díselo en privado.

Y tú, Íñigo, contéstale en privado. Y parad la espiral. ¿No sois tan estrategas? ¿No creéis haber  aprendido tanto viendo Juego de Tronos o El Ala Oeste de la Casa Blanca? Esto es de Primero de Borgen, y lo sabe hasta el último profesor asociado que entra en el edificio naranja de Somosaguas. Si hay buena vibra, las discrepancias se solventan en privado. Y si se quiere marcar el territorio, se escribe una carta abierta.

Lo que sucede en Podemos, hablémoslo claro (Pablo lo sabe y por eso el muy pillo, lector de Lakoff, lo niega en sus misivas, precisamente para afirmarlo) es que Íñigo quiere una línea suave y moderada y Pablo una más radical. Es la clásica lucha entre los halcones y las palomas que hemos visto desde la noche de los tiempos en las fuerzas políticas del mundo entero.

Y sobre esa ruptura estratégica fundamental (si mantener el relato actual callejero, gamberro y antisistema, o adaptarse a la narrativa socialdemócrata sobre los escombros del PSOE) se superpone una lucha por el liderazgo que está terminando con la amistad juvenil de los dos diputados. Por eso discuten en público sobre el sistema de votación en su próximo Vistalegre. Iglesias quiere mantener su poder total sobre el partido, y Errejón quiere llevarse una parte del pastel, sabiendo que de momento no puede disputarle el liderazgo al jefe.

Quizá a estas alturas, el joven Íñigo ya haya aprendido una de las primeras lecciones de la política de verdad, no la de las series de televisión ni la de los manuales de la Facultad: los amigos duran lo que dura el acuerdo sobre la distribución del poder. Y otra lección que se aprende incluso en el zoo: al macho alfa no se le mea el árbol.

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