La rana y el agua hervida

Dice la fábula contemporánea que la rana morirá hervida en el agua si ésta se calienta progresivamente. Y que saltará sin embargo si se la introduce en el líquido ya en ebullición. El propio Al Gore, pionero visionario del desastre climático, utilizó esa historieta en su película Una verdad incómoda, de 2006.

La metáfora no puede serlo porque es falsa. Una rana lanzada al agua hervida morirá inexorablemente antes de saltar. Y otra que note que el agua se calienta saltará en cuanto le resulte molesta la temperatura. Pero el cuento funciona para expresar una idea que sí es real como la vida misma: ante ciertos fenómenos progresivos, acumulativos y lentos, reaccionamos más tarde que ante otros que son repentinos.

Como ranas en agua demasiado caliente, los humanos estamos saltando justo ahora. El calentamiento global era un fenómeno que hasta hace poco nos parecía lejano y abstracto. Este verano, por primera vez en la historia de la humanidad, es un fenómeno concreto, molesto y extraño. En Londres, ciudad en la que no hay aire acondicionado, la gente sufre día y noche temperaturas nunca vistas. Aquí mueren los mayores por golpes de calor, se queman sin control los bosques y la sequía empieza a hacer estragos por el sur. De pronto, por acumulación de sucesos globales, tangibles e incómodos, asumimos que la catástrofe podría llegar en un futuro cercano. La cosa funciona como en las curvas con forma de S: en un breve espacio de tiempo, el número de personas que asume una determinada opinión aumenta exponencialmente, hasta llegar a un umbral de asunción universal. Al modo de la (esta sí real) “muerte por los mil cortes”, una sádica tortura china en la que el reo era castigado con pequeños cortes que van acumulando dolor y hemorragia poco a poco.

Estamos destrozando el planeta. Para entenderlo, basta ver cualquiera de esas grafías que representan la temperatura de la Tierra en el último siglo, como ésta de la NASA. Las desgracias –el fuego, las riadas, las sequías, el calor y el frío extremos– al menos tienen la virtud de hacernos conscientes del proceso.

No a todos. La extrema derecha mundial y la nuestra también, sigue negando que el calentamiento global existe. Y si existe es natural, irrelevante y, en el caso de España, producto de las políticas de izquierda, que maltratan nuestros campos, nuestra agricultura y nuestros pueblos. No, no es broma. Recordemos no sólo al primo de Mariano Rajoy, sino también al lumbreras de Vox, el catedrático de Filosofía Francisco José Contreras, que afirmó hace un par de meses que no está mal esto que nos pasa: "Que se caliente un poquito el planeta evitará muertes por frío". O el texto de enmienda a la totalidad contra la Ley de Cambio Climático presentado por el grupo de ultraderecha 2020: “El alarmismo climático está haciendo las veces de una nueva religión”. “Vov deja la ciencia a los científicos, y carece de una posición propia sobre cuestiones climatológicas. Considera, sin embargo, que el debate no está cerrado, y que es irracional asumir como artículo de fe el paquete climático-catastrofista en su totalidad”.

Estamos destrozando el planeta. Las desgracias –el fuego, las riadas, las sequías, el calor y el frío extremos– al menos tienen la virtud de hacernos conscientes del proceso

Es una interesante paradoja que los muy devotos activistas de Vox recurran a la metáfora religiosa al referirse a la emergencia climática. Para ellos, el cambio climático es un dogma inaceptable. Da igual que el mundo entero, la inmensa mayoría de los científicos, las instituciones públicas conservadoras y progresistas, los países y la sociedad civil hayan unido de nuevo fuerzas para afrontar un evidente desafío común, como han hecho a lo largo de la historia para promover la defensa de los derechos humanos, la lucha contra el hambre, la violencia de género, la pobreza infantil, la prevención de las guerras o tantas otras causas universales… Esos son dogmas de la izquierda, del globalismo, del pensamiento único y de la dictadura progre.

El mundo que vislumbra este pensamiento idiota (del latín, el ensimismado, el que no entiende de lo común) es el de un mundo en el que, guiados por las enseñanzas bíblicas, los ciudadanos blancos nos enclaustramos en nuestro rancho, nos buscamos la vida produciendo sin freno y nos defendemos a hostias del enemigo. Esta visión primaria y paleta ignora las señales que la naturaleza nos manda para decirnos que ni el aire, ni el sol ni el agua entienden de fronteras ni se acomodan a nuestro egoísmo. De forma que junto al ingente trabajo que las gentes de bien tendrán que hacer para restaurar el equilibrio en el planeta, vamos a tener que hacer otro arduo esfuerzo para frenar la estupidez de esa minoría de ultras, empeñada desde hace milenios en frenar el progreso de la humanidad y llevarnos a todos al desastre.  

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