En Transición

Dos años repletos de "primeras veces" y otras cosas que no cambian

Cristina Monge

Se cumplen dos años de la moción de censura a Mariano Rajoy, motivada por la sentencia de la Gürtel, que dio el Gobierno a Pedro Sánchez. Dos años que han cundido más que las dos décadas anteriores. Dos años donde el devenir político se ha convertido en una montaña rusa. Emocionante y divertido para los amantes de la sociedad del espectáculo que hacen de la politicspolitics (lo que hacen los partidos para conseguir mayores cotas de poder) motivo de miles de horas de radio, televisión y comentarios; desesperante hasta la extenuación para quienes soñamos con, algún día, poder hablar también de policies (de las políticas públicas que hacen los gobiernos).

Aquella moción de censura supuso un grito de hartazgo con la corrupción desde el Congreso de los Diputados, asunto nada menor. Algún día se contará la intrahistoria de aquellas horas (ya han aparecido algunos libros, como La Moción, de la periodista Lucía Gómez Lobato), pero el olor a podrido que se había instalado en el hemiciclo era de tal calado que consiguió unir las voluntades y los votos de quienes apenas meses antes y también meses después parecían no tener nada en común. Y esto se hizo, hasta lo que sabemos, sin contrapartidas para los partidos que apoyaron a Pedro Sánchez. El golpe en la mesa tuvo efecto, y la corrupción empezó a descender en la lista de las preocupaciones de los españoles, como puede verse en este gráfico a partir de datos del CIS.

Aquella moción de censura fue el arranque de un periodo de "primeras veces". Ella misma lo era, ya que dio lugar a que, por primera vez, un presidente del Gobierno fuera abatido por una moción de censura dando lugar a un nuevo Ejecutivo. Más allá de que el instrumento pueda necesitar –como todos– de ajustes para mejorar su eficacia, lo cierto es que su activación significó también la constatación de que la moción de censura, por difícil que resulte, está allí para ser usada, y es posible ponerla en marcha con toda la legitimidad que le da la ley.

El resultado fue el Gabinete de más corta vida en el actual periodo democrático. Apenas ocho meses después se convocaban elecciones, constatando así que una cosa es un acuerdo "contra" un Gobierno y otra muy distinta un acuerdo "para" un Gobierno. Otra novedad de la que se pueden extraer no pocas lecciones.

Las elecciones del 28 de abril de 2019 y su repetición el 10 de noviembre trajeron consigo dos novedades: el Congreso más fragmentado de este periodo democrático y el primer Ejecutivo de coalición. Un reparto de cartas diferente que obliga, como ya estamos viendo, a repensar las reglas del juego.

Por si fuera poco, y de nuevo por vez primera, entraba en el Gabinete un partido "a la izquierda del PSOE", dejando atrás aquellas pinzas que, tiempo atrás, tanto daño hicieron a unas y otras organizaciones de vocación progresista. Habrá que esperar para saber cómo resulta esto para el desarrollo de Podemos, pero supone un giro en las políticas que Izquierda Unida u otros partidos de la izquierda habían seguido a escala nacional respecto a los socialistas.

Finalmente, esta es la primera vez que se pueden constatar las dificultades que conlleva gobernar con una débil mayoría que obliga a poner en marcha eso que se llama la geometría variable, desde la que poder articular acuerdos con unos u otros en función de los temas a abordar. Las últimas semanas nos han dejado muchos ejemplos de los que ojalá se saquen conclusiones y aprendizajes.

Tapones contra el ruido político

Tapones contra el ruido político

Toda esta relación de "primeras veces" –y algunas otras que no enumero–, podría dar lugar a un espejismo, a pensar que la ciudadanía ha cambiado radicalmente en sus opciones políticas y esto se refleja en el sistema. Sin embargo, en Ciencias Sociales, rara vez las cosas son así de lineales. La sociedad española, sin duda, ha cambiado, y mucho, y lo seguirá haciendo cada día, pero hay algo que permanece: la distribución del voto entre la izquierda y la derecha. Cada vez que se habla de la memoria histórica, de la necesidad de leer bien las páginas de la Historia para poder pasarlas, me acuerdo de este dato que recoge el sociólogo y exdiputado del PSOE José Andrés Torres Mora en este post: "Para 2016 la suma de los partidos de izquierda fue del 47,2%, que es prácticamente la misma que en 1977, el 47,42%, que es casi idéntica a la de 1936, un 47%. Ni siquiera una guerra civil y una larga dictadura cambiaron la demanda, pero afortunadamente cambió la oferta". Por si fuera poco, esta semana, el politólogo Ignacio Molina, hábil en estos análisis, en este tweet muestra cómo, si se toman las medias de sondeos de mayo de 2014 a mayo de 2020, las intenciones de voto apenas han variado. En este caso también ha cambiado la oferta (Podemos da la sorpresa en las elecciones al Parlamento europeo en 2014), pero la demanda permanece idéntica.

Dos años desde la inauguración de una época de "primeras veces" podemos afirmar que han cambiado muchas cosas en la política española, y más que cambiarán, pero no se puede decir lo mismo de la distribución social entre la izquierda y la derecha. El eje ideológico sigue siendo el primero que distribuye el voto. ¿Es eso un problema? En absoluto, si al otro no se le considera un enemigo, sino un adversario. Pero ojo, como recordaba hace unos días, distintos estudios muestran que somos una de las sociedades de nuestro entorno más polarizadas, donde los votantes de un bloque ideológico sienten mayor desprecio por los del otro. En estos momentos, el pluripartidismo, con partidos compitiendo por el mismo espacio electoral, puede acentuar esta tendencia. En ese contexto, los discursos del odio amenazan con ser la cerilla que haga estallar el incendio.

No obstante, puede que haya motivos para la esperanza. De momento la demoscopia no está detectando un incremento del malestar con la política, al contrario de lo que ocurrió en 2011. Es pronto para saber si se mantendrá esta tendencia, pero si así fuera, habría que estudiar si es porque la visión de la política ha mejorado y se percibe cómo más útil –aunque sea sólo por parte de "los tuyos"– , o, sencillamente, porque llueve tan sobre mojado, que ya no puede empaparnos más.

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