La hora de la verdad: ¿trumpismo o conservadurismo liberal?

Ampliemos el foco para entender algo mejor la implosión del Partido Popular. Evitemos quedarnos en anécdotas y chascarrillos más propios de la prensa rosa, para intentar comprender de qué va esto y qué nos indica. Procuremos aislar el ruido para encontrar las señales.

El liderazgo de Pablo Casado fue la opción menos mala del congreso del Partido Popular en julio de 2018, dos meses después de una moción de censura que perdió Mariano Rajoy ligada a un caso de corrupción, la sentencia de la Gürtel. La rivalidad entre Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal acabó en un trasvase de votos de la segunda a Pablo Casado, convirtiéndose este en presidente del PP. Tenía ante sí el enorme reto de emprender una travesía por el desierto con tres grandes objetivos: acabar con la vinculación de sus siglas a la corrupción, reunificar al partido que ya estaba roto en varios pedazos, y aglutinar al conjunto del electorado conservador, entonces ya repartido en tres formaciones políticas.

Tres años y medio después, no ha logrado alcanzar ninguno de tales objetivos: la corrupción sigue acompañando al PP y ni siquiera ha sido capaz de materializar ese gesto simbólico de vender la sede; el partido ha ido profundizando sus fracturas internas; y, desde la repetición electoral del 10 de noviembre de 2019, la casi desaparición de Ciudadanos ha beneficiado electoralmente más a Vox que al propio Partido Popular. El colmo fue el resultado electoral de Castilla y León. Un adelanto forzado, jugando contra sus expectativas (y perdiendo), para acabar cambiando una cómoda alianza con Ciudadanos por una endiablada relación con Vox, que reclama entrar en el gobierno.

En este contexto, el pulso que Díaz Ayuso plantea a Casado a partir de la victoria electoral del 4 de mayo se ha ido traduciendo en un incremento de popularidad de la presidenta madrileña, convertida en un icono de muchas cosas. No es fácil calificar a Ayuso con una sola etiqueta y sus perfiles requieren de muchas matizaciones. Tan pronto exime de culpa a los curas pederastas como planta cara a Monasterio diciendo que deje de criminalizar a los menores inmigrantes (aunque ella misma lo haga en otras ocasiones). Se le ha calificado de trumpista, y en efecto hay mucho de ello, pero merece la pena profundizar más en el personaje. De momento, hoy es el símbolo de las bases cabreadas (sobre todo las madrileñas) contra la dirección del partido, que se manifiestan frente a Génova pidiendo la dimisión del presidente y el secretario general y exhibiendo carteles de Ayuso Moncloa 2023.

Lo que parece fuera de toda duda es que, salvo giro abrupto de guion, el Partido Popular está lejos de culminar la travesía por el desierto que debió haber iniciado en julio de 2018 tras la moción de censura que lo sacó de la Moncloa

La movilización contra Casado de parte de la derecha que se ha podido contemplar en las últimas horas abre un futuro incierto. Todo apunta a la celebración de un congreso extraordinario o a una interinidad pactada mientras llega el ordinario, previsto para julio. En cualquier caso, Ayuso mantiene su exigencia de que se celebre ya el congreso en la Comunidad de Madrid de donde saldría como presidenta regional, lo que le reportaría mayor poder orgánico. Los partidos tienen mecanismos para resolver estas crisis, y si la dirección nacional del PP no es capaz de articularlos, lo harán otros líderes territoriales. Lo que parece fuera de toda duda es que, salvo giro abrupto de guion, el Partido Popular está lejos de culminar la travesía por el desierto que debió haber iniciado en julio de 2018 tras la moción de censura que lo sacó de la Moncloa.

Así las cosas, hay ya asuntos interesantes que nos revelan lo ocurrido en los últimos cuatro días, y algunas dudas que quedan por resolver.

Tres cosas que ya hemos aprendido:

  1. Lo más importante que tiene que hacer un partido es saber leer el estado de ánimo social: esa fue la clave del resultado de Ayuso el 4M en Madrid, en contraste con otras elecciones con mayor peso de Génova, y eso es lo que le está faltando a la dirección nacional del Partido Popular. El enorme error cometido en el adelanto de elecciones en Castilla y León revela que al PP le están fallando los sensores sociales que tendrían que permitirle interpretar la realidad, lo que ha metido a los de Casado en una situación de enorme debilidad, que desde la Puerta de Sol no se ha dudado en aprovechar.
  2. Para la derecha pesa más la familia que la corrupción: Cuando el tándem Ayuso-Miguel Ángel Rodríguez hacen estallar la bomba del supuesto espionaje en el momento de mayor debilidad de Casado, lo hacen partiendo de la convicción de que la familia (biológica y política) es para el entorno conservador un valor muy superior a la corrupción. Ante la disyuntiva “corrupción versus familia”, ellos se muestran convencidos de que gana la primera. Y de momento, viendo las reacciones de otros barones del PP y de los medios de comunicación más afines, parece que aciertan. En la misma dirección apuntan estos como este, donde se demuestra que en España la corrupción se penaliza poco en las urnas.
  3. Urge desprivatizar los partidos: Lo dijeron Joan Navarro y Gómez Yáñez en su libro Desprivatizar los partidos políticos, de la colección que comparten Más Democracia y la editorial Gedisa. Los partidos son extrañas criaturas de naturaleza jurídica privada, pero lo que pasa en su interior tiene enormes repercusiones públicas y políticas. La implosión del Partido Popular, termine como termine, no dejará indiferente ni a izquierdas ni a derechas, y es muy probable que se lleve por delante unos cuantos puntos de calidad democrática.

Y tres incógnitas por despejar:

  1. ¿Optará el PP por la vía populista-trumpista o retomará la senda del conservadurismo liberal? Esta es, en el fondo, la pelea que se está librando. En el debate pesará como una losa la presencia de una ultraderecha que no mengua (aunque tampoco crece, de momento. Conviene repasar los datos). Lo decía Zarzalejos de forma magistral hace unos días en Hora 25, en la Ser: “Es el final del PP tal como lo conocemos”.
  2. ¿Sería Isabel Díaz Ayuso una buena candidata para unas elecciones generales en el conjunto de España, o solo en Madrid? Esta es la gran incógnita. Queda por ver si es verdad eso que Madrid es Madrid y sus pulsiones no se pueden extrapolar al conjunto de España, o si algo está cambiando y lo que ocurrió el 4M en Madrid puede extenderse a otros territorios, sobre todo del Duero para abajo.
  3. ¿Existen en el Partido Popular líderes capaces de reflotar esta debacle? A nadie se le oculta que las formas de hacer de las generaciones a las que ahora les toca dirigir las organizaciones políticas –y aquí no hablo solo del PP– tienen poco que ver con la articulación de acuerdos y la gestión de la pluralidad de los desacuerdos. No se han forjado en el debate horizontal sino en el control de unas estructuras orgánicas verticales y monolíticas. Hay quien plantea que empieza a ser hora de estudiar a fondo qué está pasando en las juventudes de los partidos.

Una última cuestión, esta vez en forma de ruego, a los medios de comunicación y analistas de la órbita conservadora:

Que los líderes políticos se enfrenten a muerte es un problema, sí, pero que lo hagan en público como estamos viendo ahora es mucho peor. No sólo destrozan su credibilidad, la de su organización y por ende la de la democracia, sino que contribuyen a ponerlo todo perdido de insultos y descalificaciones. Mucho más cuando algunos medios participan alegremente en la rebatiña. Si no, echen un ojo a algunos de los columnistas de la prensa conservadora. Señores, señoras, ¡un poco de respeto por el espacio público, que se supone que ustedes son gente de orden!

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