La farsa de Catar y la épica del boxeo

Paulino Uzcudun, el boxeador español más grande de todos los tiempos, y Joe Louis, quizás el púgil más grande de toda la historia, se enfrentaron en diciembre de 1935 en el Madison Square Garden. Paulino, el noveno hijo de una humilde familia de un caserío de Errezil (Gipuzkoa), tenía 36 años y ya era una leyenda del ring. Dibujado en las crónicas periodísticas de la época como el boxeador cuyo rostro era “la prueba de las teorías de Darwin”, Uzcudun se midió ante 20.000 enfervorizados espectadores frente al Bombardero de Detroit, un boxeador negro de 21 años que ya apuntaba maneras. Acabó alzando el brazo Joe, el séptimo hijo de una familia de algodoneros que malvivía en una chabola de Alabama. Las crónicas del día después vieron detrás del triunfo del púgil norteamericano la sombra de Lucky Luciano, que acababa de hacerse con el negocio de las apuestas en Nueva York y que había jurado que el vasco hincaría la rodilla antes del décimo asalto. Uzcudun cayó noqueado en el cuarto. Era la primera vez que mordía la lona por KO en toda su carrera. Pero Louis confesaría que nunca había tenido que pegar tan duro a nadie. Ni siquiera a Rocky Marciano, que años después le jubilaría del cuadrilátero.

Apodado El toro vasco, Paulino regresó a España con su carné de Falange número 785. Hay quien lo vio participando en un comando de descerebrados montado a toda prisa para excarcelar a José Antonio en la prisión de Alicante. Otros lo creyeron ver en el Madrid liberado ejercitando su legendario gancho de izquierda con los perdedores mientras dirigía pelotones de fusilamiento. Convertido en mito del nuevo régimen, decía tonterías como “soy el primer español que combatió contra el comunismo”, ya que había noqueado en los años 20 al soviético Alex Touroff. Murió en los 80 olvidado e incapaz de recordar que había sido tres veces campeón de Europa. Joe Louis no le fue a la zaga. Tuvo problemas con el fisco, las drogas y los psiquiatras. Casi ni recordaba que conservó el título mundial de los pesos pesados durante doce años en los que peleó con los mejores, incluido Max Schmeling, el púgil ario favorito de Hitler, al que le rompió dos costillas. Venerado como una gloria nacional, murió en los 80 tras un fallo cardíaco y fue enterrado en el Cementerio de Arlington. El día antes de su muerte en Las Vegas, fue ovacionado en un combate al que asistió en silla de ruedas junto a Muhammad Ali y Frank Sinatra.

Todo el mundo sabe que el Emirato compró el Mundial en las rebajas a la decadente Francia de Sarkozy y la corrupta FIFA de Platter

Amir Nasr-Azadani es un futbolista iraní que será colgado en breve por defender que las mujeres se vistan como les salga del moño. Los jugadores de la selección del país de los ayatolás que jugaron en Catar no cantaron, por idéntico motivo, el himno nacional en el primer partido contra Inglaterra. Se lo pensaron mejor en el segundo, contra Gales, porque una vez eliminados hay que regresar a Teherán y los camiones grúa circulan sin control por la capital. El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, confesó al inicio del torneo que es gay, mujer, catarí y pulpo, si es preciso, para tranquilizarnos y de paso defender la prohibición del brazalete arcoíris. Todo el mundo sabe que el Emirato compró el Mundial en las rebajas a la decadente Francia de Sarkozy y la corrupta FIFA de Platter. A cambio, Catar compró cazas militares al Elíseo y prometió convertir al París Saint Germain en el Real Madrid. Este domingo descubrimos en la final, a un lado y otro del césped del Estadio Lusail, a Mbappé y a Messi, qué coincidencia, las dos estrellas del PSG (¡Enhorabuena Argentina!). Y todo la misma semana en que la Justicia belga ha descubierto bolsas con petroeuros circulando por los despachos del Europarlamento. “Puede que sea un gánster terrible, pero a mí me cae simpático», dijo Uzcudun de su amigo, y gran admirador, Al Scarface Capone. Al menos en los pasillos del Madison Square Garden había un resquicio para la épica.

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