Italia hoy, España ¿mañana?

Estos días se ha vuelto a viralizar el discurso de Giorgia Meloni en el mitin de Vox en la campaña de las elecciones andaluzas. En él, una persona fuera de sí, en la tradición más tétrica de las arengas totalitarias de los dictadores del siglo XX, elabora un discurso fascista sin matices, en el que el simplismo más atroz y la contraposición tramposa de conceptos antagónicos se envuelve en una retórica de terror. Es posible que ese discurso fuera uno de los errores de la campaña de Macarena Olona. Y es seguro que eso no es lo que han visto en Meloni muchos de sus votantes. Uno de cada cuatro italianos que fue a votar lo hizo por ella. Toda esa gente no cree que el horror de ese discurso sea lo que debe guiar a su país. 

He leído muchos análisis sobre lo ocurrido allá estos días. El más repetido es que los italianos están hartos y ven que su país se empobrece y se queda atrás y han decidido probar con algo diferente. La oportunidad de colocar en ese hueco una opción tan tremendamente nociva para los derechos humanos es lo que deberían analizar los expertos, pero lo que podemos alcanzar en esta columna es a escudriñar ese sentimiento: el de la desesperanza y el de creer que ninguna de las opciones clásicas iba a funcionar. No en vano, Meloni ha cuadruplicado su último resultado electoral.

La condición de posibilidad, que dirían los pedantes, los politólogos y los politólogos pedantes, de que esto ocurra es un análisis profundamente tremendista de lo que ocurre. En Italia no sé si ese análisis colectivo, si ese estado de opinión, es realista o ha estado inflado. Posiblemente lo segundo, porque si no ningún país de nuestro entorno optaría masivamente por votar a todas las opciones de la ultraderecha italiana. Y, trasladando esto a España, es evidente que se está creando un clima de opinión tremendista desde los medios conservadores y desde la acción política de la oposición que lo que parece buscar, o lo que no le molesta que se fomente, es la llegada de discursos de ultraderecha al poder. 

Es normal una acción política de oposición en la que se destaque lo negativo de la gestión de los gobiernos. Es lo lógico. Pero aquí de lo que se trata es de animalizar al presidente, sacarlo de su condición humana, y mostrar a España casi como un Estado fallido si el actual Gobierno no se va. Se pasó del Gobierno ilegítimo a la toxicidad de sus miembros no bipartidistas (ese reconocimiento implícito de que todos los que no votamos a PP y PSOE no tenemos derecho al poder, tan arraigado en ambos partidos) y a la incapacidad no política sino humana de su presidente. Si hablamos de los medios, ya el delirio es ese multiplicado por 1.000. Se diría que todos ellos, poder político y mediático, no verían con malos ojos la entrada del posfascismo en las instituciones. Algunas escenas del Parlamento de Castilla y León aseveran que ya está ahí.

En España tenemos montado, desde la política y desde los medios, el caldo de cultivo propicio para que la ultraderecha sea una opción no ya subalterna al PP, sino hegemónica

En España tenemos montado, desde la política y desde los medios, el caldo de cultivo propicio para que la ultraderecha sea una opción no ya subalterna al PP, sino hegemónica. La cuestión es si la situación del país, mejor de lo que posiblemente estuviera Italia, y la menor degradación de la política de aquí (incomparable con la italiana) frenarán el intento. La no descartable autoinmolación de Vox de aquí a finales de 2023 también puede ser otro factor a tener en cuenta para evitarlo.

Pero hay algo claro: se están dando las condiciones para que una opción posfascista gobierne en España en unos años. No parece haber ninguna traba desde el poder económico ni desde el mediático, ni siquiera desde la democracia cristiana del PP. Lo que hace años era impensable ahora es una opción más que factible. Y no verlo es hacerse trampas al solitario.

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