¡La banca siempre gana! Helena Resano
Hace dos semanas, Leire Díez reclutaba periodistas desde un hostel de la plaza Barceló. Así me lo contaba: “Busco periodistas”. Sólo un par de días después, Díez se convertía, según ella misma, en una agente al servicio de la democracia, sumergida en las cloacas. Primero, situada bajo el ojo del huracán; grabada, espiada y conjurada junto a Pérez Dolset, después. Todo hace sospechar que Leire Díez trabaja para el empresario tanto como para Santos Cerdán, secretario de organización del PSOE, sin rastro de papeles, sin pruebas, sin huellas. “Mi trabajo es mi trabajo, en ningún caso lo he llevado a cabo en nombre de nadie ni en representación de nadie", dijo durante su comparecencia en un hotel de la calle O'Donnell de Madrid.
Los periodistas fuimos llegando al sótano de un hotel con la intuición acelerada: la comparecencia tenía algo de siniestro y nos iba a deparar un momento de “gloria”. Sólo había que sentarse, ver, escuchar y esperar. Después de que Leire Díez se diera de baja del PSOE quedaba cerrada la posibilidad de continuar con el expediente que se le había abierto. Puede largar todo lo que quiera. Ya no compromete a Cerdán. Una buena jugada para actuar libremente sin comprometer a nadie, incluido Santos Cerdán. Su baja voluntaria le permitirá ejercer su defensa con mayor libertad.
Díez llegó con media hora de antelación al hotel. Los fotógrafos se arremolinaron ante ella como moscardones atraídos por la mierda. Sus lentes pudieron registrar un rostro demasiado tranquilo que, en algunos momentos, rozaba la soberbia. La mirada distraída en la protagonista de la jornada hizo que a los reporteros nos pasara desapercibida la presencia de Pérez Dolset. Solo caímos en ella cuando apartó de un empujón a Víctor de Aldama, emergido literalmente de la nada. Y, quizá, esa imagen es la mejor metáfora de la sustancia invisible de la que están hechas las cloacas. Vivimos rodeados de ellas, las tenemos delante de nuestros ojos, y sin embargo, somos incapaces de verlas.
Pérez Dolset y Víctor de Aldama. El primero tiene las manos largas y estilizadas. Si le pegase a alguien un puñetazo con esas manos de pianista, lo más probable es que sólo consiguiese encariñarlo. Aldama, el amigo de Javier Hidalgo, el colega de Rosauro Varo, el empresario imputado junto a Claudio Rivas, un espantaleones, irrumpió en el sótano de un hotel con el ánimo de hostigar a Díez, torpedear su comparecencia y enganchar, quizá, una buena mano de hostias. Su rostro enfadado, de los nervios, entre el ruido y la furia, expresaba el alma de un hombre que ha perdido para siempre su gran negocio. Se diría que ahora vive en un agujero en el que vomitan hasta las ratas. Es un hombre desesperado, alimentado por una angustia que día a día crece; por lo menos, cada vez que José Luis Ábalos logra demostrar que todas las acusaciones que volcó sobre él se van disipando entre la nada.
Díez desapareció bajo una amenaza fantasma con Pérez Dolset de guardaespaldas, mientras Aldama se apartaba del tumulto que él mismo había creado
Díez desapareció bajo una amenaza fantasma, sin preguntas, sin respuestas, con Pérez Dolset de guardaespaldas, mientras Aldama se apartaba del tumulto que él mismo había creado, rodeado de micros, asediado por móviles, ojos, manos, voces. El caso Hidrocarburos comienza a ser una historia de violencia y política. La sangre y el verbo fueron siempre de la mano. Aldama le preguntó desesperado a Díez por qué hacía todo esto antes de que Dolset lo apartara. Se diría que Aldama vive acosado por sus propias mentiras. La política se ha convertido en un juego de trujamanes y trileros, de farsantes e impostores que manipulan y distorsionan la realidad. Las grabaciones de Díez siguen al dedillo el consejo del Conde Lucanor: "Decid antes mentiras que parezcan verdades que verdades que parezcan mentiras". Lo malo es que ahora quedan grabadas y los electores olvidan.
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