Plaza Pública

El liderazgo y la política

Eva Matarín Rodríguez-Peral

En los últimos días hemos conocido la conclusión del Tribunal de Cuentas que afirma que no existe responsabilidad penal ni contable en la realización del tranvía de Parla por parte del Ayuntamiento. Siempre es un motivo de alegría que el Tribunal de Cuentas reafirme la honradez de alguien, y más aún si se trata de personas que dedican su vida a mejorar la sociedad y a los que se les presupone por ello honradez, a pesar de lo peligrosamente denostada que está la política.

Para la mayoría, la conclusión del Tribunal de Cuentas no fue asombrosa. Para los ciudadanos/as demócratas fue un motivo de alegría y, para mí como socialista y compañera de Tomás Gómez en la Ejecutiva Federal del PSOE, es un motivo de satisfacción y orgullo que se demuestre la honradez de una buena persona, así como el buen trabajo político y de gestión del resto de compañeros/as socialistas del Ayuntamiento de Parla.

Estamos en una época complicada para la política. Tanto que la sociedad cansada de escándalos, pero sobre todo de sentirse huérfana, ha otorgado a los medios de comunicación el poder para juzgar y condenar. En este viaje hemos obviado que quizás, y sólo quizás, quienes nos estén fallando sean aquellos que ostentan poder, con independencia de que sean políticos, artistas, deportistas, empresarios o periodistas.

Un ejemplo de ello es lo sencillo que es para quien acumula poder, calumniar e intentar destruir el honor de alguien abriendo telediarios y sin embargo, intentar minimizar su repercusión cuando se demuestra su inocencia. Una muestra de ostentación del poder y seguramente de ausencia de grandeza y liderazgo de quien sólo utiliza el poder para sí mismo.

En democracia la política es esencial y en política el liderazgo es imprescindible. No me refiero a tener más o menos carisma o dar bien en el tiro de cámara. El liderazgo es mucho más importante que todo eso y, sin embargo, siempre me ha parecido asombroso lo generosos que somos los seres humanos a la hora de concederle a alguien un atributo tan socialmente importante.

Es sorprendente la manera que tenemos las personas de otorgar particularidades positivas al concepto de líder y a la vez banalizarlo realizando un uso abusivo de él en personas que no lo merecen. Hay personas que ostentan poder, pero carecen de los atributos que les convertirían en líderes.

Como bien nos indica el doctor en sociología D. José Francisco Jiménez Díaz recordando a Bordieu en la revista de ciencias sociales Barataria, “el liderazgo está relacionado con su proceso de construcción social”. Esenciales los conceptos del habitus y el campo del líder político “que se manifiestan en tres procesos interrelacionados: la socialización, la institucionalización y la legitimación de las prácticas políticas del líder”.

Las empresas más punteras también le prestan ya mucha atención al concepto de liderazgo y tienen claro que el éxito de un equipo pasa, sin lugar a dudas, por la adecuada gestión de su talento.

Sin embargo, a pesar de todos los estudios que se han realizado y de la transparencia que los hace públicos y los pone al alcance de la ciudadanía, no todos los jefes se hacen eco de sus recomendaciones, ni impulsan sus organizaciones. De este modo, se abre una brecha que deja en una evidencia cada vez mayor, la diferencia entre las organizaciones impulsadas por profesionales con liderazgo y las organizaciones en las que la meritocracia y la capacitación no son los valores que cotizan a la alza. Algo verdaderamente preocupante en la esfera pública, donde los cargos institucionales son los encargados de diseñar y poner en marcha procedimientos para que seamos una sociedad más puntera.

Ahora que acabamos de vivir unas elecciones y nuestros buzones se han inundado de listas electorales, desde la ciudadanía hemos percibido desconcertados cómo la elección de quien ostenta el tan codiciado número uno, con deshonesta frecuencia se convierte en una serie de coincidencias del momento y de cualidades, que no siempre están relacionadas con una capacidad tan importante como es el liderazgo.

Ser un líder no consiste en que una persona con una barita mágica, o un “dedazo” al estilo Rajoy, seleccione a alguien, lo nombre públicamente como líder y todos a su alrededor vitoreen al unísono su nombre. En ese caso, el único que quizás podría dar muestras de ser un líder es el que tiene la capacidad de orquestar ese teatrillo. Tampoco consiste en ser próximo a un medio de comunicación o a una gran empresa de estudios demoscópicos y que te hagan el trabajo, cual caballero con un ejército de gigantes, para intentar hundir de manera deshonesta al adversario.

Es evidente que existen muchos tipos de liderazgo, pero el mediocre no es uno de ellos. Por ello, considero interesante rescatar, como hizo Manuel G. Saiz en su tesis, “habilidades sociales del líder político”, la interpretación de Robbins sobre la consideración de líder:

“Los líderes se valen del poder como un medio para alcanzar las metas del grupo. Logran las metas, y el poder es un medio para facilitar sus logros”

De cara a una sociedad como la española que se acaba de enfrentar a una repetición de elecciones para conseguir un gobierno de la nación, el líder hubiera sido quien hubiera conseguido representar las metas y expectativas de la población y utilizara ese poder para alcanzarlas.

En estas elecciones el debate sobre los liderazgos estuvo a la orden del día, pero sin lugar a dudas, lo que hubiera desplazado la balanza de votos hubiera sido un líder con capacidad de ilusionar a una población española cansada de fórmulas que invitan a apretarse el cinturón y de recortes barnizados de un toque de modernidad.

Una de las cualidades más destacadas que tiene un líder es la capacidad de generar ilusión por un proyecto común, que lo haga sentir como propio a quien esté dispuesto a participar en él.

Un líder es aquella persona que ilusiona, pero no bajo la banal e infantil “ilusión” del crédulo, sino bajo la utopía del vencedor, ese que convierte la necesidad en virtud y la probabilidad en éxito. Ese que propicia la posibilidad real de cambiar la vida de la gente.

Eso fue exactamente lo que consiguió Tomás Gómez cuando, una vez conocido por sus vecinos y vecinas, consiguió afianzar su liderazgo siendo elegido hasta en dos ocasiones el alcalde más votado de toda España. Evidentemente, no tiene mérito en mi caso, aunque sí mucho que agradecer, haber podido disfrutar durante ese tiempo en el que era Secretaria General de Juventudes Socialistas de Fuenlabrada, de dirigir una organización frondosa y nutrida de jóvenes ilusionados e implicados con su proyecto y que visibilizaban el Madrid con el que Tomás Goméz, como dirigente regional y candidato, nos había hecho soñar.

Los líderes no son personas dotadas de la gracia de Dios en la tierra, sino que su liderazgo es tal por el ejercicio generoso de su poder. Verdaderos representantes de equipos humanos.

Aquel que sin saber de todo reluce en todo, muestra su capacidad de liderazgo, pero también su capacidad para tener detrás un equipo leal e implicado a lo largo del tiempo.

En la actualidad, ser líder es una muestra de generosidad para una sociedad que adolece de grandes y no efímeros liderazgos, y para una población participativa deseosa de poder colaborar en las mejoras y conquistas sociales. Buen ejemplo de esta sociedad participativa que quiere impulsar el bienestar es la cantidad de personas que se animan a colaborar en organizaciones sin ánimo de lucro, sindicatos y partidos políticos por el simple hecho de desear un mundo más humano.

Todo por el pacto: el ‘menage à trois’ de la impudicia

En una época en la que el descrédito a las organizaciones está a la orden del día y en la que está de moda la independencia política, quizás sea más valiente, moderno y necesario abogar por invitar a la gente a implicarse por aquello en lo que creen. La política y la democracia son bastate más que ir a votar, aunque en esta ocasión, algunos se hayan empeñado en que lo hagamos dos veces.

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Eva Matarín es secretaria de Inmigración del PSOE

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