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El pasmo

Esta ha sido la semana nacional del pasmo. Pasmados nos dejó que Trump ganara las elecciones y esta semana termina ya de presidente de los Estados Unidos; pasmados también nos quedamos por la jugada López contra Sánchez de la que Díaz tanta ventaja va a sacar en el Partido Socialista; y el pasmo en su doble acepción de frío y asombro nos ha recorrido desde el oriente siberiano y helado en forma de temporal de nieve que ha llegado a dejar a gente aislada en una autopista central de nuestra red de carreteras para pasmo del público en general y cabreo de los afectados en particular. Ni la madre de todos los temporales explica que cientos de personas se queden aisladas en una de las vías centrales del tráfico en España; es una burla, suena a cachondeo: la imagen de la Unión Militar de Emergencias socorriendo con mantas a ciudadanos en una carretera esencial sobre la que se sabía que podía nevar como lo hizo, es de país de Torrente, y debería obligar a alguien a rendir cuentas a los ciudadanos que pagamos impuestos entre otras cosas para evitar situaciones así.

Claro, que estaba el gobierno demasiado ocupado en marcar distancias con las eléctricas a cuenta del subidón de esta semana, perfectamente comprensible desde la lógica de la oferta y la demanda: cuanto más pesa esta última, más se encarece su precio. No debiéramos escandalizarnos, porque esto sigue funcionando así: quien tiene la sartén por el mango cocina lo que le viene en gana. Sorprende el esfuerzo del gobierno por dejar sentado que no tiene nada que ver, que no es él el malo, que de hecho va a estudiar si se han puesto de acuerdo las empresas en igualar precios. Pasma porque, hasta donde yo sé, casi la mitad de la factura de la luz son impuestos y peajes que salen de decisiones políticas. Y pasma porque se rasga las vestiduras –o al menos se las araña- quien más ha  hecho por acabar con la que podría ser una de nuestras fuentes energéticas más potentes, la energía solar. En el país del sol, se grava con impuestos la utilización de la energía solar. Con un par.

Si en vez de quejarnos de que no ha llovido, de que no hace viento o de que Francia vende menos porque ha cerrado sus plantas nucleares, no hubiéramos puesto tasas al sol, o se hubiera vigilado qué uso hacían de las subvenciones empresas que supuestamente habrían de desarrollar proyectos alternativos, quizá no estaríamos tiritando por el frío y la factura. Quizás.

De sexo, vírgenes y niños

Con todo, el mayor pasmo de la semana no ha venido del frío sino de su contrario. Dice la Organización Meteorológica Mundial que el año 2016 ha sido el más caluroso desde 1.880. Por tercer año consecutivo, la temperatura de la Tierra ha seguido creciendo. Bien es verdad que el margen es estrecho un 0,07 por ciento en el 2016 sobre el 205–lo cual sirve de excusa a medios como el Wall Street Journal para desmentir este calentamiento- pero se ha mantenido como tendencia en los tres últimos años. Es decir, 2014, 2015 y 2016 han sido los años más calurosos de la historia, y creciendo.  Los 16 años más calientes que se tienen registros, con datos que previenen de la Nasa, la Agencia Nacional de Océanos y Atmósfera de Estados Unidos, o el Centro Europeo sobre Predicciones Meteorológicas, son de este siglo. Según el secretario general de la Organización Meteorológica Mundial, Petteri Taalas, “los indicadores a largo plazo de cambio climático indican que el provocado por los humanos alcanzó máximos en 2016”. No lo dice un piernas, sino alguien que seguramente tenga información y criterio..y añade: “también hemos roto los récords mínimos de hielo en los polos y las concentraciones de dióxido de carbono y de metano se ha puesto en lo más alto”.

Este siglo XXI de la tecnología y la comunicación global está siendo también el de la desorientación que engendra monstruos y prepara herencias envenenadas para nuestros hijos.

No me diga usted que no es para pasmarse y no solamente de frío, que también.

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