Prudencia democrática Luis García Montero
Se alquila infierno, se vende paraíso fiscal
En la casa donde vivió Jorge Luis Borges en Ginebra hay una placa con una frase suya que dice que, de todos los lugares por los que viajó, esa ciudad fue para él lo más parecido a un paraíso. Será un paraíso fiscal, de esos en los que hoy se encuentra a buen recaudo el dinero de muchas y muchos españoles que han acumulado una cantidad récord de ciento cuarenta mil millones. Alguna de esas personas no tributan en España y, por lo tanto, no ayudan al desarrollo del país a todos los niveles, pero se llaman a sí mismas patriotas y, probablemente, crean que dicen la verdad.
A otros no les va tan bien, más que vivir sobreviven, cuando no malviven; el agua les llega al cuello porque no les da para comer decentemente, con sus sueldos, si es que los tienen, y con los precios que alcanzan los alimentos en el país donde los hipermercados más los han subido; ni que decir tiene que ser dueños de una casa digna, como manda la Constitución, es un imposible, y que al mirar los termómetros de estos días ya se echan a temblar con la llegada meteorológica del invierno, porque la factura de la calefacción, con los combustibles también disparados, pesará sobre sus espaldas como una losa.
Hay una nueva Ley de Vivienda, pero cómo va a notarse si para ello tendrían que aplicarla las comunidades y consistorios del PP que se han opuesto a ella
Por supuesto, si la propiedad no está al alcance de esas personas, queda otro recurso, el mercado del alquiler, que aquí es tan conflictivo y difícil de regular, y el resultado de ese cambio de tendencia, que entre nosotros nunca fue prioritaria pero que está en auge porque a la fuerza ahorcan, es que el dinero se mueve hacia ese negocio como los girasoles hacia la luz y los fondos de inversión toman posiciones. Hay una nueva Ley de Vivienda, pero cómo va a notarse si para ello tendrían que aplicarla las comunidades y consistorios del PP que se han opuesto a ella. Los pisos de alquiler pueden ser muy rentables, e incluso su versión más modesta y generalmente menos confortable, que son las habitaciones sueltas, un terreno en el que se producen todos los abusos habidos y por haber y que suelen quedar impunes: a qué abogado y con qué posibilidad de pagarle su tarifa acude quien ya anda tan justo y al límite que tiene que refugiarse en un cuarto individual con sus cuatro cosas y sin otro sitio mejor a donde ir. Que se lo pregunten a quienes son alojados en una habitación con escasa privacidad, sin derecho a otras zonas comunes —nada de pisar el salón— y de la que en algunos casos se le exige que se vayan los fines de semana. ¿A dónde?
La palabra es especulación, cuando entra en la fase que define cualquier movimiento inversor, es que el fin va a justificar los medios y las cosas no van a estar claras. Las empresas que se dedican a eso buscan parcelas municipales con las que hacerse a bajo coste y luego multiplicar las ganancias. En el alquiler debería haber más viviendas de protección oficial, sin embargo, no es así y cuando las ha habido se han llegado a producir movimientos vergonzantes como el llevado a cabo por el ayuntamiento de Madrid en la época en la que era alcaldesa Ana Botella y algunas de esas viviendas fueron puestas en manos de fondos buitre. Esta gente es capaz de privatizar hasta la desgracia ajena, si ve que puede darle beneficios.
A veces uno observa el guirigay político, con sus revuelos, solemnidades y discursos una veces encendidos y otras incendiarios, y se pregunta si no sería mejor que nuestros cargos públicos se dedicaran a solucionar esos problemas acuciantes y verdaderos de las y los ciudadanos, esos aspectos de nuestras sociedades que conducen al aislamiento de quienes no cuentan con ingresos suficientes como para manejarse sin privaciones elementales y pasan necesidades que no deberían tolerarse en el mismo lugar en el que otras y otros se han llevado de España al menos ciento cuarenta mil millones de euros en lugar de contribuir con los impuestos que generarían si estuviesen bajo control; podrían convertirse en hospitales o escuelas, pero en lugar de eso, volaron, nada por aquí y todo por allá, y descansan a buen recaudo en sus cuentas opacas y sus bancos casi invisibles. El paraíso fiscal tiene su cruz: el infierno en el que viven los menos favorecidos, los más modestos. Tiene su cruz, pero la llevan otros.
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