Gran apagón: la respuesta está en las eléctricas Pilar Velasco

La política es cálculo, dicen, y eso resulta desalentador porque no parece dejar sitio para los principios: si no me benefician, tengo otros. A menudo da la sensación de que el último resto de sinceridad o inocencia que queda en ese territorio es el de quienes son engañados una y otra vez, creen en promesas que no se cumplen, frecuentemente las mismas que ya no se cumplieron antes y hechas por las y los mismos, embaucadores que siempre confían en la poca memoria de sus víctimas o dan por hecho que los pueden hipnotizar con el ondear de una bandera. No seré yo quien diga que no les funciona el truco, a la vista de lo que pasa y de la violencia imperante entre muchas personas volcadas, a través de las redes sociales, en el insulto, la descalificación, la ira manipulada para producir enfrentamiento y la aniquilación, de momento verbal, de quienes piensan de otra manera, que tan buen caldo de cultivo son para la propagación de la ultraderecha y sus mensajes terribles.
La líder del Partido Popular en Extremadura, María Guardiola, recibió parabienes a derecha e izquierda por su aparente ruptura con Vox, un partido, dijo, con el que no podía ir a ninguna parte ni acordar nada mientras siguiera negando la violencia de género, que según ellos no existe, y siendo xenófobo. Si había que convocar otras elecciones, se haría, enfatizó. Muchos la alabamos en ese momento e incluso creímos que su gesto podría inaugurar un nuevo estado de cosas, despertar conciencias, ser el primer paso en el camino hacia la reconquista de ese espacio conservador que tantos le reclaman a Feijóo y los suyos y que estos tratan de hacer ver que también es su objetivo… mientras con los hechos demuestran lo contrario: que están dispuestos a lo que sea, con quien sea y caiga quien caiga, con tal de llegar a La Moncloa.
Admitir que la política es cálculo supone emparentarla con el cinismo y aceptar que el fin justifique los medios, que es lo que estamos contemplando que ocurre
Ahora, la propia Guardiola da marcha atrás y dice que es “imprescindible” el “diálogo y el acuerdo” con Vox en Extremadura. Tenían razón quienes no la creyeron y sostenían que todo era un paripé, un movimiento estratégico de presión para acabar en el mismo sitio y de la mano de los mismos extremistas que niegan las bases mismas de la democracia, porque ellos siguen pensando igual; no han cambiado, al contrario, se sienten fuertes, los votos les avalan y en consecuencia les imponen a sus aliados medidas que lesionan gravemente los derechos de algunos colectivos. Tenían razón quienes dudaron de Guardiola; nos equivocamos el resto, quienes le dimos la enhorabuena y pensamos que actuaba de buena fe y movida por convicciones honestas. ¿Guardiola nos engañó desde el principio, se ha mentido a sí misma o las dos cosas?
Lo de menos es si su giro radical, en todos los sentidos del término, lo ha hecho en solitario u obligada por la dirección nacional del PP, que está dominado por su pareja de baile, sabedora de que hará cualquier cosa, por indigna que sea, para hacerse con el poder: ellos se tragan el sapo y los demás se intoxican. La lección es preocupante, viene a dejarnos claro que todo vale en esta carrera hacia los bancos azules del Congreso. Los altavoces cada vez sonarán más fuertes, de aquí a julio; las encuestas se afilarán; los discursos elevarán su grado de agresividad; los bulos se multiplicarán hasta el infinito… Será una campaña a cara de perro, como suele decirse.
Admitir que la política es cálculo supone emparentarla con el cinismo y aceptar que el fin justifique los medios, que es lo que estamos contemplando que ocurre. Lo que dice Guardiola, que la ultraderecha es “imprescindible”, dibuja un panorama sombrío: si ese es el horizonte, cómo será el infierno, que es donde vive el diablo al que el PP ha vendido su alma.
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