El periodista que desinforma y el médico que descura

La palabra realidad no ha cambiado, se escribe como siempre, pero no significa lo mismo en estos tiempos en los que lo virtual la ha desvirtuado. Ahora, no siempre lo que se ve es lo que está pasando, dado que hay todo un mundo tecnológico al servicio de la suplantación: ¿cómo saber ya si la foto que llega a nuestro ordenador o nuestro teléfono móvil es auténtica o está manipulada, si observamos a diario hasta imágenes de muertos que, por obra y gracia de un programa informático, vuelven aparentemente a la vida como si el tiempo sí que hubiera pasado por ellos, un John Lennon de ochenta años —lo mataron a los cuarenta— canta a dúo con Paul McCartney o sale al escenario y baila ante decenas de miles de personas y millones de televidentes, el mismísimo Elvis Presley. El otro día me pusieron en la radio a Julio Cortázar leyendo un poema mío, algo que nunca ha sucedido, pera era él, habían tomado su voz y daba miedo entender que a él o a cualquiera se le pueda obligar a decir cualquier cosa, a lanzar consignas que puedan engañar a otros.

En Argentina se cuenta que al presidente Irigoyen le engañaban imprimiéndole un periódico a la carta, un ejemplar único, hecho sólo para sus ojos, donde aparecían exclusivamente noticias positivas que alababan su tarea de gobierno y dibujaban un país resplandeciente, próspero, optimista, escondiéndole las protestas sociales, la lacra de la desigualdad y los conflictos que asolaban las calles. Ahora mismo, en algunos lugares también se hacen ya diarios que publican lo que determinado segmento de la población quiere saber, nada de guerras, inmigraciones y sufrimientos, no nos amarguen el desayuno con problemas feos. Y, por si fuera poco, las redes y algunos medios se dedican a eso que se ha dado en llamar desinformación, que es en el periodismo como si en la medicina hubiese doctores que descurasen a sus pacientes. Lo que se cuenta no es lo que sucede, sino lo que se quiere que ocurra, es decir, no sirve para saber la verdad, sino para mentirnos.

El televoto a la canción de Israel ha sido utilizado para atacar al Gobierno, al presidente, a RTVE y a cualquiera que se haya atrevido a denunciar el genocidio de Netanyahu o el comercio de armas con su ejecutivo

Acabamos de ver el ejemplo sintomático de Eurovisión y el modo en que el llamado voto popular, a todas luces inflado con levaduras de los hornos del metaverso, ha apoyado en nuestro país, masivamente, la canción de Israel, cosa que ha sido utilizada, de inmediato, para atacar al Gobierno, al presidente, a Radio Televisión Española y a cualquiera que se haya atrevido a denunciar el genocidio de Netanyahu o el comercio de armas con su ejecutivo. Si todo valía ya, desde hace mucho, tal vez desde siempre, en el terreno de la política, qué vamos a decir de esta nueva época, con las posibilidades que da el mundo digital a los Estados y a los usuarios, los primeros haciendo campañas que moldean opiniones o sabotean servicios básicos, y los segundos expuestos –y a veces dispuestos– a sufrirlas. “Nada es lo que parece” nunca había sido una frase tan certera.

Los llamados, de forma piadosa, “pseudomedios” campan a sus anchas por la actualidad, incluso tienen acreditaciones oficiales que les sirven para entrar a los parlamentos y otras instituciones a boicotear ruedas de prensa o repartir eslóganes disfrazados de preguntas. Que la oposición le ponga sibilinamente palos en la rueda al proyecto de fumigar esa plaga explica muchas cosas y pone a cada uno en su sitio, pero también es un síntoma de esta conciencia desalmada que pone los intereses por delante de las obligaciones y la disciplina de partido antes que la moral, que es lo que mantiene en sus puestos a la Ayuso o el Mazón de turno, por mucha residencia de ancianos y mucha dana que lleven en el expediente: perder el poder les asusta más que perder la decencia. Y ese es el rumbo que lleva este barco que ya ha parado en Roma, en Washington o en Buenos Aires. Ojalá sepamos defender nuestros puertos de esos piratas.

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