Telepolítica

Política para 'dummies'

En 1991, Dan Gookin, autor especializado en libros sobre informática, tuvo la brillante idea de publicar un texto dirigido a introducir en la materia a personas no conocedoras de ese emergente universo tecnológico. Seguramente, la clave de su gran éxito estuvo en la magnífica elección del título. Se llamaba D.O.S. for dummies. Se trataba de explicar el sistema operativo de Microsoft a cualquier indocumentado en el asunto. Desde entonces, la colección de libros for dummies ha superado los 1.500 títulos. En España pueden adquirirse muchos de ellos editados por Planeta. Curiosamente, las versiones españolas se publican con el término dummies en el título, en lugar de su traducción literal que es estúpido, idiota, ignorante.

En los últimos meses, da la sensación de que se haya publicado con amplia difusión un grueso tomo titulado Política para dummies, que incluye destacados capítulos como Procès para dummies, Feminismo para dummies, Pensiones para dummies o Prisión permanente para dummies. Cada vez que en la política de nuestro país surge una polémica pública que exige un debate sosegado para conocer la complejidad del problema decidimos abandonar el intento. La discusión mínimamente documentada y relajada que ayudaría a desenmarañar asuntos de cierta enjundia se sustituye por otra fanática e insolvente. El resultado acaba por llevar el debate hasta su más baja esencia. Y aún ahí, siempre hay portavoces capaces de encontrar un pozo más profundo en la ciénaga cuando ya habíamos creído que habíamos tocado fondo. La frase no es mía. Se la decía, para cerrar una de sus míticas discusiones, Maddie (Cybill Shepherd) a David (Bruce Willis) en un episodio de Luz de Luna.

Si quieres determinar la temperatura del agua que se está calentando en una olla no hay mejor manera de hacerlo que sumergir la cabeza dentro. Este es el método recomendado por la política española cada vez que tiene que encarar algún debate. A estas alturas, seguimos sin asumir que existen otras alternativas para la resolución de conflictos que no sea la de aumentar la intensidad de los enfrentamientos hasta que estalle el choque directo. Los políticos españoles actuales no parecen ser buenos gestores del conflicto.

Vivimos tiempos convulsos en la política en nuestro país. La crisis de Cataluña coincide con el desmoronamiento del Gobierno del PP y con una izquierda enfrentada a todos los niveles, tanto dentro de las propias formaciones, como externamente, entre ellas. La amenaza de una descomposición del actual estatus quo ha quebrado la débil estabilidad existente. Esta coyuntura, que se alarga ya desde hace meses, ha derivado en una devaluación del discurso público. El lenguaje de la política tiene una importancia capital en el desarrollo de la vida democrática. Los partidos, a través de sus líderes, deben plantear soluciones a los problemas  que un país debe afrontar. Deben ser didácticos, abiertos de miras, propositivos, ilusionantes, creativos, integradores, innovadores, rigurosos, educados, comprometidos. Bajo esta perspectiva, debería surgir un debate enriquecedor, desde diferentes puntos de vista ideológicos, que ayudara a los ciudadanos a otorgar a unos u otros la confianza para llevar adelante sus iniciativas.

La realidad hoy en día es otra. El debate sobre la independencia catalana propició desde el otoño pasado una caída al abismo del surrealismo. La enorme falsedad universal construida desde el procès ha chocado en multitud de ocasiones con discursos demasiado rancios e inapropiados desde el españolismo más retrógrado que no han hecho más que reavivar una y otra vez el conflicto.

En estas últimas semanas, algunas respuestas a la valiente reivindicación emprendida por las mujeres españolas, culminada con la ejemplar movilización del 8-M, nos han llenado de sonrojo. Hemos llegado a escuchar al obispo Munilla, reconvertido en activista político, defender que “el demonio está dentro del feminismo radical o de género”.

Curso acelerado de optimismo en torno a Cataluña

Aún más bajo ha sido el nivel de la discusión pública respecto a la amenaza sobre el sistema público de pensiones. Para guardar en una colección de despropósitos debería rescatarse la entrevista de la diputada Celia Villalobos en el programa Espejo Público de Antena 3. Es difícil encontrar en una única intervención tal variedad de formas de tratar al ciudadano como auténtico dummy. Villalobos, hace no mucho, animaba a los ciudadanos a suscribir planes de pensiones privados. Ahora, denuncia los avaros intereses de los bancos para enriquecerse a través de planes de jubilación. Tal y como afirmó como resumen de su elevada propuesta ideológica: “Donde no hay harina, todo es mohína”. No cabe mejor definición de su discurso. Es perfectamente comprensible la decisión del PP, desde hace ya tiempo, de mantenerla lo más apartada posible de la primera línea representativa del partido.

Como cierre del espectáculo circense, hemos asistido al debate surgido respecto a la derogación de la prisión permanente revisable. Todo ha sido desafortunado. Con toda intención, la discusión se ha querido plantear en el peor momento posible y con un nivel de intensidad absolutamente desaforado. Justamente cuando el agua está en ebullición, se nos invita a meter la cabeza en la olla para comprobar que, efectivamente, está hirviendo. Lo curioso, como vimos en el lamentable debate parlamentario al respecto, es que los partidos aceptaron el envite y decidieron todos ellos introducir las testas para confirmar lo caliente que está el asunto.

La responsabilidad primera descansa en la clase política, aunque no se puede esconder la aportación de diferentes medios de comunicación en el deterioro del nivel del debate. Miles de ciudadanos no se quedan atrás arrastrados por la corriente y con las redes sociales como depósito de residuos desechables. La política para dummies se extiende.

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