La portada de mañana
Ver
Las macrorresidencias suman el 38% de las plazas de mayores, un modelo que se demostró letal en el covid

Desde la tramoya

Triunfo de Merkel y ridículo de Europa

En lo sustancial, nada cambiará el domingo en Alemania. Tampoco en el resto de Europa. Seguirá goberando Merkel, bien con los socialdemócratas como en su primer mandato, bien con los liberales como en el segundo. Incluso aunque fuera posible aritméticamente una alianza de la izquierda, en Alemania gusta que gobierne quien gana. La "Angela" que hemos visto en la campaña —dulce, personal, cercana— complementa bien con la rígida institutriz que ha sido durante los años de la Gran Recesión. De manera que mucho tienen que torcerse las cosas o engañar las encuestas, para que, con un 60% largo de aprobación y una economía más que saneada, Merkel no se mantenga en el poder.

Y eso es una desgracia para Europa. Porque tampoco se anticipan cambios sustanciales en la Unión. Todas las decisiones importantes de Bruselas, y en particular la más relevante, que es el avance en la unión bancaria, han sido aplazadas hastas después de las elecciones del domingo. Pero de manera casi ritual, porque prácticamente todo el mundo da por hecha la continuidad.

Es posible que tras la victoria, ya sin las presiones del electorado de la derecha más nacionalista, Merkel relaje sus exigencias cicateras e insolidarias hacia el Sur, pero no se transformará de pronto en una intervencionista keynesiana. A Alemania, en definitiva, la austeridad de los demás le ha sentado bien. Y ahí está: creciendo, optimista, con un desempleo del 7%, y mandando en Europa. Así que seguiremos enrocados en este modelo que ha retrasado la recuperación, ha incrementado las diferencias sociales, ha erosionado derechos y servicios sociales, y ha demostrado que se puede ayudar a los bancos obscenamente sin que la gente salga a la calle a quemar cajeros automáticos. que no prevé abandonar la política de estímulo hasta que la recuperación no sea contundente, y que está haciendo reformas sociales de calado, como la reforma del sistema de salud o la reforma migratoria, incluso con dificultades económicas aún serias.

La Unión Europea no está haciendo otra cosa más que el ridículo. En lugar de sacar fuerzas de flaqueza y aprovechar la crisis para reforzar la idea de un proyecto común, una respuesta única y una política unitaria ante la crisis, cada país ha ido por su cuenta. Se ha abierto la brecha entre el norte y el sur, acentuando todos los arquetipos respectivos. Se ha demostrado la ausencia de un verdadero liderazgo de la Unión, constatando el dominio casi absoluto (en ausencia de un François Hollande prácticamente desaparecido).

Se ha reforzado la labor del Consejo (los países), en perjuicio de la Comisión (no digamos ya del Parlamento Europeo, que hace tiempo que no sabemos qué hace: veremos cuánta gente se anima a votar en las elecciones del año próximo). Las reuniones de la Unión no generan el más mínimo interés.

Europa no tiene posición única en el mundo en nada: ni con respecto a la recesión, ni con respecto a Siria, ni sobre el masivo espionaje de los Estados Unidos... Nadie se pregunta en los cafés europeos, lugares míticos del nacimiento de la Ilustración, qué opina Europa de tal o cual cosa.

Europa, sencillamente, no pinta nada. Hoy más que nunca, y desde el domingo seguirá siendo así, se hace plenamente vigente aquel comentario añejo que se atribuye al ex secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger: "¿A quién llamo si quiero hablar con Europa?" Él mismo dijo el año pasado que no recordaba haber dicho tal cosa, aunque estaba de acuerdo con su fondo. De hecho, dijo: "Europa tiene la capacidad de ser un superpoder, pero no tiene ni la organización, ni, hasta la fecha, el concepto, para ser un superpoder. Y eso, para la idea europea, es un desafío".

Felicidades por anticipado, señora Merkel.

Más sobre este tema
stats