Ultreia
Casado y Abascal: una ruptura sentimental no es un divorcio

Pablo Casado decidió ser valiente y regaló al Congreso de los Diputados un discurso vibrante de los que escasean en la tribuna de oradores. Sería injusto (o sectario) criticar al líder del PP cuando calca las formas y el fondo de la extrema derecha y, a la vez, no valorar una ruptura visible y abrupta con Santiago Abascal. Ya era hora. El propio Pablo Iglesias, que seguramente se había preparado para un Casado distinto, lo reconoció mientras improvisaba como podía su respuesta.
Pero obras son amores y no buenas razones. Me explico. Casado no sólo ha salido vivo de una moción de censura planteada contra él sino que ha conquistado los telediarios del día. Ha crecido como político gracias a un discurso sincero, para empezar sobre su propia ingenuidad respecto a su antiguo compañero de partido, en el que no faltaron referencias personales. Porque la política, así como el poder, son algo personal. Claro. Pero sus palabras no servirán de mucho si no vienen acompañadas de hechos palpables. Sin un giro estratégico del PP y de una nueva posición en la política española que trascienda la batalla por liderar la alternativa a Pedro Sánchez, la ruptura se quedará en una operación de márketing que no tardará en diluirse como un azucarillo en el café negro y amargo de la crispación.
“Ha sido un buen discurso y una ruptura sentimental”, resumió por whatsapp un miembro del Consejo de Ministros segundos después de que terminase de hablar el líder del PP. “Mató a Abascal. Fin de la cita”, en palabras de otro ministro. “Espectacular. Parecía que la moción lo iba a atenazar y ha roto con eso”, explicaba uno de los diputados que apoyan al Gobierno. “Estamos muy contentos”, admitían en Moncloa. Otras voces dentro del propio Ejecutivo discrepaban. “Ha sido un ejercicio de travestismo político. Tiene un problema: no encuentra su sitio. Pura táctica sin convicción. Sus votantes no comparten lo que su grupo aplaude”, según otro integrante del banco azul. “Ha intentado encontrar su sitio, pero Abascal se lo impide”, en palabras de uno distinto. “Lo de hoy es arriesgado porque la política no la marcan sólo los discursos sino también las inercias. Al final, lo de hoy es Casado intentando no ser Rivera. No sé si funcionará”, en palabras de un quinto.
La decisión de Casado no era fácil. Miembros de su partido pedían la abstención. Una encuesta de Metroscopia conocida horas antes, mientras él daba fuelle a la moción a través del suspense, revelaba que sólo un 9% de sus electores quería el no y un 44%, el sí. Pero Casado decidió abandonar el paternalismo del que se sabe al frente de un partido grande y con estructura frente a una oveja descarriada. Casado ya no dice en privado, como antes, que Abascal no es más que un verso suelto más o menos estrafalario pero con buena intención cuyo destino natural e inexorable es volver al PP. El líder de la oposición ha entendido que su antiguo compañero de partido y su formación política son una amenaza existencial para su proyecto. “Hasta aquí hemos llegado”, advirtió. En política, no hay amigos. Abascal lo había entendido mucho antes.
El día tenía reservado un segundo acto: el de la oferta de Sánchez de paralizar la tramitación de la reforma de la renovación del Consejo General del Poder Judicial. La oferta es un conejo sacado de la chistera con gran astucia. En el fondo, las cosas siguen más o menos igual. El Gobierno pide al PP que acabe con el bloqueo del órgano tras dos años caducado, inexplicable tras haber rozado un acuerdo total en julio, y si no lo hace, cambiará la ley para rebajar las mayorías. Pero después del discurso de Casado pareció un gesto, una mano tendida: la primera oportunidad de una etapa nueva.
Atreverse tiene estas cosas. Casado se dispone a ocupar una posición similar al relleno de un sandwich, entre el Gobierno y Vox. Romper con Abascal lo va a situar inevitablemente en medio de un fuego cruzado. Podrá parecer que está más solo, pero en realidad ya lo estaba. Es desde ahí desde donde puede abrirse paso a codazos y ampliar su base si algún día quiere pisar la Moncloa. Ni José María Aznar entre 1996 y el 2000 (luego, fue otro cantar), ni Mariano Rajoy en 2011 se echaron al monte para ganar las elecciones. Más bien buscaron a toda costa parecer moderados y sensatos, aunque luego se les olvidara. La mayoría de la sociedad española está (aún y espero que por mucho tiempo) en la moderación. Inés Arrimadas debería estar preocupada por si el nuevo tono de Casado le achica un espacio en clara tendencia ascendente.
Ahora bien: si Pablo Casado mantiene su estrategia de oposición y limita su ruptura con Abascal a un golpe de efecto intestino, la política española no cambiará y él no recuperará el terreno perdido ante Vox. Los electores se darán cuenta. Por ese motivo, lo que realmente va a definir el futuro de Casado no es cómo le habla a Abascal sino cómo opera en el campo abierto de la política y, especialmente, cómo se relaciona con el Gobierno. De nada servirá su discurso si desde su partido vuelven a llamar asesino al Gobierno, se oponen a medidas contra la pandemia (porque sí, como en Madrid) o a las que la gran patronal pacta encantada con la ministra de Trabajo. A ser líder se aprende por lo general en la oposición y, a menudo, pactando incluso cuando algunas encuestas pudieran sugerir lo contrario. El CGPJ, el Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo, RTVE o el Tribunal de Cuentas son sus primeras pruebas.
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Está por ver que a Casado no le tiemble el pulso. Lleva tiempo promocionando otros perfiles. No hay más que ver a Isabel Díaz Ayuso, que le hace sombra peligrosamente. Buena parte de su poder autonómico y local depende de Vox, como la formación de Abascal le recordó ipso facto desde Andalucía. Por último, puede que Abascal no ganase la moción (ni perdiéndola), pero ha sido un nuevo ejercicio de notoriedad y vitaminas para su propia parroquia, que ahora se siente libre de lanzarse a la yugular a por el PP.
Hay quien cree, como Pablo Iglesias, que el PP no volverá en mucho tiempo a la Moncloa. Por el techo sociológico de la derecha en España, la fragmentación del electorado (que hace que los votos rindan menos en escaños) y por la mirada hacia la diversidad territorial que ha hecho del PP testimonial en Euskadi y Cataluña y ha dinamitado puentes con antiguos socios nacionalistas. Casado tiene hoy por hoy muchas menos posibilidades de pactos que Sánchez, aunque éste sude la gota gorda para amarrarlos. De nuevo, Aznar y Rajoy. Sólo fueron presidentes gracias a tres circunstancias que son impensables en un futuro muy cercano: las mayorías absolutas (2000, 2011), las alianzas con el nacionalismo (1996) y el apoyo del principal partido rival (2016).
El tiempo dirá qué ocurre. La política española es peligrosamente volátil. De momento, a Casado lo han felicitado desde la Unión Europea. “España necesita un líder de centro sin alianzas con fuerzas radicales que solo buscan la división”, tuiteó Manfred Weber, presidente del PP europeo en la Eurocámara. Más claro, agua. Ahora, además de decirlo, debe demostrarlo, aunque sólo sea por supervivencia personal.