“El movimiento se demuestra andando”, tal y como dijo el filósofo Diógenes el Cínico, a lo que habría que unir ahora que “el poder se demuestra abusando”… Tener poder para hacer lo que cualquiera puede llevar a cabo según los cauces establecidos no demuestra nada a nadie, ni a su público ni a uno mismo. Hace falta dar un paso más si lo que se pretende es hacer ostentación de una determinada posición de poder para que quien reciba el mensaje tenga las referencias claras y se atenga a las consecuencias.

Por eso hoy, en un tiempo en el que las estructuras de poder se han diversificado, la estrategia del poder androcéntrico, aquel que se siente legitimado por el argumento de la historia y los valores e ideas de la tradición, necesita reivindicarse a través del abuso de poder.

Pero los tiempos no sólo han cambiado las circunstancias, también lo han hecho con las formas. Y si antes el abuso se basaba en la utilización directa de la jerarquía mediante la opresión de las personas más vulnerables, hoy, en una sociedad más crítica y plural, sin renunciar a la vía anterior, pero con la conciencia de que resulta insuficiente y hasta contraproducente a sus intereses, de lo que se trata es de actuar sobre los niveles superiores para impedir que se desarrollen acciones que puedan cuestionar el modelo histórico y demostrar de ese modo la verdadera dimensión y significado del poder.

Hoy la estrategia del poder conservador androcéntrico es el bloqueo, y la desarrolla como ejercicio y demostración de un poder que va más allá de lo institucional y lo económico, y se asienta en los valores tradicionales que el individualismo y el auto-nacionalismo de la segunda modernidad han llevado a la superficie de la convivencia para hacer responsable de los males y problemas al “otro”, que en la práctica es toda aquella persona que se haya alejado de la “ley y el orden”, es decir, de “su ley y su orden”.

El bloqueo es poder para hoy y más poder para mañana. Un bloqueo que puede ser externo contra iniciativas de otros grupos políticos, como vemos en España con la estrategia del PP respecto a la renovación del CGPJ y del Tribunal Constitucional hasta hace unos días o cuando desde la ultraderecha se niegan a respaldar las declaraciones institucionales contra la violencia de género y las impiden. Pero que también puede ser interno dentro de su propio grupo, como se ha escenificado en EEUU con la elección del presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, impedida durante 14 votaciones por el sector ultraderechista de su partido bajo la sombra de Donald Trump, pero que también ocurre en cualquier lugar, como se deduce de los cambios repentinos que ha mostrado Núñez Feijóo, aunque hayan sido consecuencia de “bloqueos internos” en la privacidad de sus despachos.

La estrategia política es clara. Estas posiciones saben que sus números unas veces suman más y otras menos, pero son conscientes de que los valores androcéntricos e históricos que defienden como propios son compartidos por una mayoría de la sociedad definida por una cultura patriarcal, en la que lo masculino actúa como referente permanente y universal. Por eso cuentan con un poder formal más o menos limitado según las circunstancias, pero disponen de todo el poder informal que da el apoyo social y mediático capaz de hacer creer que cualquier iniciativa de progreso planteada desde posiciones de izquierda es un ataque al orden establecido, a la patria, a la unidad territorial, a la familia o a los hombres, y así levantar una movilización con los vientos del odio para que entre los ataques y la polvareda de la confusión todo permanezca a buen recaudo.

Siempre ganan, cuando cuentan con la “mayoría suficiente” porque suman más y cuando no la tienen porque recurren al bloqueo.

Al final lo que se demuestra es que se trata de una minoría, pero una “minoría suficiente” porque juega con una democracia que se basa en la responsabilidad y en la confianza de que cada uno cumpla con las obligaciones comprometidas, y que no está preparada para la instrumentalización y la perversión del sistema por parte de quienes entienden que la democracia es escenario para que sólo ellos representen su función.

Siempre ganan, cuando cuentan con la “mayoría suficiente” porque suman más y cuando no la tienen porque recurren al bloqueo

Y quien pierde con toda esta situación es la necesaria transformación social que lleva siglos alejándose de ese modelo androcéntrico y todos los sectores sociales que el propio sistema sitúa en una posición de inferioridad, tanto por discriminación como por diseño, es decir, por necesidad, puesto que el modelo cuenta con que las personas discriminadas asuman una serie de roles y funciones necesarias para que todo el engranaje funcione y se pueda perpetuar. Y en este modelo las más perjudicadas son las mujeres, que son las únicas personas discriminadas en el espacio público y en el privado, y las únicas obligadas a soportar una serie de cargas en los dos escenarios sin reconocimiento alguno y bajo la amenaza de la violencia.

Mientras termino de escribir este artículo aparecen las noticias del asesinato de tres mujeres por sus parejas, una en Piedrabuena (Ciudad Real), otra en el Puerto de Santa María (Cádiz) y una tercera en Roquetas de Mar (Almería), tres mujeres asesinadas después de que en estos primeros ocho días de enero varias hayan sido apuñaladas sin acabar con sus vidas, y de que en diciembre asesinaran a 13, el mayor número de homicidios en un mes de toda la serie histórica. Y en lugar de tomar conciencia sobre la gravedad de este problema social, las posiciones conservadoras androcéntricas tratan de bloquear las acciones contra la violencia que sufren las mujeres desde el anonimato y la invisibilidad, con argumentos como que los hombres también sufren violencia, que se trata de violencia doméstica o sencillamente negándola.

Puede parecer algo menor, pero todo ello contribuye al bloqueo de una sociedad ante la violencia de género. Un bloqueo que a pesar de su gravedad y objetividad, hace que sólo un porcentaje menor al 1% de la población la incluya entre los problemas principales (Barómetros del CIS).

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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