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Democracia, conflicto y compromiso

En un reciente acto electoral celebrado en Canarias, Pablo Iglesias volvió a insistir en una idea que repite desde hace años: “la base de la democracia es el conflicto”. En mi opinión no creo que la base de la democracia sea el conflicto, sino la esencia de un sistema de poder que con independencia de la forma de Estado recurre a él para perpetuarse

El conflicto es consustancial a la condición humana, no es algo del contexto ni del escenario político, sino la plasmación en acciones y hechos del resultado de la conciencia individual dentro de una sociedad, y su expresión en alguno de sus niveles: personal, familiar, relacional, laboral, social… El conflicto es el encuentro de intereses diferentes dentro de un escenario compartido, y eso ocurre en cualquier circunstancia y espacio, aunque en una democracia muchos de esos problemas sean más cercanos y visibles ante las diferentes opciones y reivindicaciones que se hacen desde la libertad.

Situar la base de la democracia en el conflicto es una forma de ver la democracia como un juego de poder en sí mismo y, en cierto modo, desconectado de la realidad social para encontrar justificación y sentido en el ritual que la acompaña, más que en el proyecto de convivencia que supone.

La democracia es el proyecto que se inicia a partir de la participación de toda la sociedad, y como tal proyecto siempre será dinámico y trasformador hacia los objetivos que el pueblo vaya definiendo, con la conciencia de que no lo hará por unanimidad ni desde posiciones equiparables. Pero esa situación no es la que genera la democracia, sino la que define la realidad en su pluralidad y diversidad sobre la que debe actuar la democracia. Una relación y dinámica que no puede reducirse a un conflicto, sino que debe ser la base del compromiso, tal y como se ha expresado históricamente bajo la idea, también insuficiente, del “contrato social”.

Una democracia tiene sus conflictos y sus formas de abordarlos, pero el conflicto lo único que refleja es la naturaleza social en un contexto de convivencia, no la esencia del proyecto que hay detrás.

La democracia es antes compromiso que conflicto, compromiso en el proyecto común y transformador de esa sociedad donde radican las causas que dan lugar al conflicto, para que como consecuencia de esa transformación desaparezcan los factores que generan el enfrentamiento entre distintas posiciones. Y ese compromiso democrático significa renuncia individual en nombre del proyecto social, no cualquier renuncia ni siempre, pero el proceso democrático exige renuncias particulares de cada una de las partes en nombre del proyecto común. Un conflicto sin compromiso sirve de poco para la convivencia democrática y para cambiar las cosas. Si el conflicto es necesario para que una democracia responda, hay que cambiar la forma de ejercer la democracia, no avivar el conflicto.

Un proyecto progresista y feminista debe ser transformador, no es suficiente avanzar mucho con una determinada ley o iniciativa si la sociedad no la acompaña con la necesaria transformación en la manera de entender la realidad bajo la nueva referencia

Hacer del conflicto la base de la democracia, desde mi punto de vista, es alimentar y reforzar al sistema que no quiere el compromiso y busca el conflicto, y con él el enfrentamiento para defender las posiciones individuales sobre las colectivas, y no renunciar a los planteamientos propios, puesto que la renuncia siempre implica avanzar en el proyecto común. De ese modo el conflicto se perpetúa y se reproduce, porque sirve para imponer propuestas individuales desde posiciones de poder, bien a través de mayorías o de influencias promovidas desde las minorías, al tiempo que sirve para justificarse en el enfrentamiento, como si el hecho de enfrentarse a posiciones de poder o históricas ya fuera en sí mismo un logro. Al final lo que sucede es que se permanece en el conflicto como argumento sin transformar la realidad, unos porque la impiden y otros porque se justifican en el intento, de modo que sólo se logran cambios parciales que refuerzan este modelo.

Todo ello es parte de la construcción androcéntrica, por eso su estrategia no es resolver los conflictos de manera pacífica, sino avivar el conflicto para poder recurrir a los instrumentos formales e informales de poder. Son ya diez mil años de este modelo y todavía se defiende desde cada uno de los regímenes de gobierno que han existido, tal y como vemos en la actualidad. Pero no deja de ser una estrategia del sistema patriarcal que permite nuevas incorporaciones y cambios, pero sin transformar la esencia del poder. Reubica y gestiona de manera diferente la realidad y sus problemas ante cada cambio que se produce, pero siempre lo hace dentro del marco establecido por el modelo cultural y social androcéntrico.

Un proyecto progresista y feminista debe ser transformador, no es suficiente avanzar mucho con una determinada ley o iniciativa si la sociedad no la acompaña con la necesaria transformación en la manera de entender la realidad bajo la nueva referencia y su significado. Todo lo contrario, lo más probable es que a partir de la nueva normativa se consigan logros puntuales, pero como una forma de gestionar de manera distinta la misma realidad. Una situación que dará lugar a otros conflictos sin compromiso, es decir, sin que la sociedad participe de esa transformación, lo cual dará nuevas razones para reactivar el conflicto y que el modelo siga igual.

Y como tal proceso trasformador necesita arrebatarle el argumento del tiempo a las posiciones conservadoras para situarlo al frente del proyecto. El mundo conservador tiene el “tiempo pasado” como razón de sus propuestas, algo que les da solidez y valor, y las posiciones progresistas tienen que presentar al “tiempo futuro” como argumento de ese proceso de transformación que lleve a convivir en paz sobre la base del compromiso, y seguir avanzando sobre él como esencia, no sobre los conflictos y su instrumentalización. Y eso exige un doble compromiso, por un lado, el compromiso social para transformar la realidad actual con todas las causas que derivan en conflictos, y por otro, el compromiso de progreso entre las alternativas para alcanzar acuerdos y estrategias que permitan esa transformación social, y no recurrir al conflicto interno para justificar y mantenerse en cada una de sus posiciones particulares dentro del sistema androcéntrico de poder, que manipula y maneja los intentos de transformación que se presentan para que todo siga igual dentro de la feria de conflictos y logros puntuales que crea.

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