El coche no es un apéndice Cristina García Casado

I.- Entre las variadas preocupaciones que tienen diversos sectores sociales o de opinión se encuentra el hecho, profusamente comentado, del creciente apoyo de los jóvenes a concepciones, ideas o actitudes de ultraderecha. No es fácil calibrar su alcance cuantitativo, pues varía según los lugares, pero en todo caso hay motivos para inquietarse. En realidad, no se trata de una novedad, pues si bien la historia suele discurrir en forma de doble hélice o espiral, similar al ADN humano, nunca lo hace de igual forma o manera. Por ejemplo, en los años 30 del siglo pasado hubo países europeos –Alemania, Italia y otros– en los que una parte muy abundante de la juventud jugó un papel relevante en el ascenso de los fascismos, en sus diferentes formas. Sin embargo, también los que lucharon contra esos fascismos, antes y después de las guerras, se nutrían sobre todo de gente joven. Así aconteció con los movimientos de resistencia en toda Europa y en la lucha contra la dictadura en España. Igualmente, después de la II ª Guerra Mundial observamos el mismo fenómeno en las movilizaciones contra la guerra de Vietnam, en la llamada Primavera de Praga, en el mayo francés del 68, la universidad contra los coroneles griegos o frente a los regímenes dictatoriales del Este de Europa. Y más reciente, en las efímeras “primaveras árabes”, la Puerta del Sol de Madrid o los brotes de protesta frente al arbitrismo autoritario de Trump en los EEUU. Siempre la juventud está, en una dirección o en otra o las dos a la vez, en los momentos de cambios históricos. En la actualidad, por lo que respecta a Europa, no creo que los apoyos juveniles a posiciones de ultraderecha sean mayoría, aunque abunden más de lo debido. Porque también es cierto que cuando se trata de echarse a la calle para defender causas concretas y claras de carácter social, en sentido amplio, ya sean la sanidad o la educación públicas, el medio ambiente, la vivienda asequible, los derechos de las mujeres o del colectivo LGTBI, etc., es la juventud la que participa en copiosa asistencia.
Es ilusorio pretender que la juventud adquiera una sólida cultura democrática si no se le ha explicado, cabalmente, lo nefasta que fue aquella dictadura
II.- No obstante, deberíamos reconocer que existen causas o motivos para que una parte de la juventud esté cabreada ante la situación reinante y pueda inclinarse, más o menos inducida, hacia posiciones contrarias a lo establecido, en dirección ultraderechista, incluso antisistema, liberticida, autoritaria, etc.
Las causas de esta posible desafección de sectores de la juventud hacia las democracias llamadas “liberales” son varias y conviene tenerlas en cuenta. La primera de todas, en el caso de España, radica en el deficiente, por no decir nulo, conocimiento que tienen sobre el pasado más reciente. La juventud –en este caso de 65 años para abajo– no tiene ni idea de lo que significó la dictadura de 40 años que sufrió España y sus consecuencias. Menos aún acerca de la lucha que se desarrolló para acabar con la misma. Es ilusorio pretender que la juventud adquiera una sólida cultura democrática si no se le ha explicado, cabalmente, lo nefasta que fue aquella dictadura y las tiranías en general. Muy recientemente, se está intentando corregir esta situación a través de la ley de Memoria Democrática y de las múltiples actividades alrededor de ella. Luego, se vive un momento de cierta decadencia de la democracia representativa, de la política, de los políticos y de los partidos. Desprestigio que está basado en algunas causas objetivas como puede ser la corrupción o la falta de eficacia para resolver los problemas, el aumento de la desigualdad, etc., pero sobre todo obedece a una campaña sostenida e impulsada por fuerzas poderosas de naturaleza económica, política y mediática que desearían implantar modelos no democráticos. Es bien conocido que para alcanzar ese objetivo lo que hay que hacer es desacreditar y deshonrar del todo la democracia existente, partidos, sindicatos, políticos o parlamentos, exactamente lo que se está haciendo todos los días.
III.- Además, en el caso de la juventud aparecen motivos específicos como puede ser el deterioro de la enseñanza en general –no hay más que ver los ahogos financieros de las universidades públicas o la emigración de los investigadores hacia otros países–. Igualmente, son los jóvenes los que tienen trabajos más precarios y reciben salarios más escasos. Los esfuerzos del actual gobierno son loables cuando eleva el salario mínimo, que favorece a jóvenes y mujeres, o reduce la precariedad laboral, pero la mayoría de los salarios, que no dependen del Gobierno, son inferiores a los de países europeos cercanos.
En la actualidad, se ha agudizado una cuestión esencial para la juventud como es el problema de la vivienda. El imperdonable descuido de dejar una necesidad fundamental en manos exclusivas del mercado, permitiendo la venta libre de las viviendas sociales o de protección oficial que se habían construido, ha conducido a la calamitosa situación actual. Una juventud que tiene que seguir viviendo, largos años, en casa de sus progenitores o dedicando una parte inasumible de sus ingresos a pagos de alquileres o hipotecas. La idea, del actual gobierno, de industrializar la construcción prefabricando casas, como se hace en China y otros lugares, desde hace años, me parece esencial. No obstante, hay que invertir mucho más en vivienda pública; reducir al máximo los alquileres vacacionales; topar los alquileres en zonas tensionadas o gravar fiscalmente las viviendas vacías.
IV.- Como remate de lo anterior ahí está la labor tóxica, masivamente inducida de las redes sociales. Ya se ha convertido en un lugar común afirmar que los más jóvenes no suelen leer los periódicos y escasamente escuchar la radio o ver la televisión. Su medio mayoritario de comunicación e información son las redes sociales, ya sean X, Instagram, Tik Tok, Facebook u otras, que por cierto son lo más privado del universo mundo, pues de “sociales” no tienen nada. Por el contrario, son inmensas multinacionales controladas por individuos concretos, con ideas e intereses muy personales, siempre muy de derechas, pues su obsesión es no estar regulados por el Estado y pagar lo menos posible en impuestos. Eso sí, se presentan como plataformas neutrales, asépticas, en las que cada cual puede acceder “democráticamente” y expresar lo que le plazca. “Vosotros sois ahora la opinión”, que decía el “digipopulista” Musk. La verdad es que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, ya que la inmensa mayoría de los contenidos están inducidos hacia la derecha, a veces la más extrema. El problema de fondo es que, en puridad, estas plataformas son medios de comunicación y de expresión que no se someten a las regulaciones, normas o pautas de los medios convencionales. Por el contrario, en estas “plataformas-medios” rige el principio de la opacidad y el anonimato, en el que cada persona, entidad o creación de la Inteligencia Artificial puede introducir la falsedad, mentira, bulo, insulto, injuria o calumnia que le salga de los testículos, amparado en el susodicho anonimato. Posibilidad que no tiene nada que ver con la libertad de expresión que recoge el art. 20 de nuestra santa Constitución, cuando habla del derecho a “comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión”.
V.- A partir de aquí, las medidas convenientes que habría que tomar para ir revertiendo esta delicada situación podrían ir en la siguiente dirección: fortalecer al máximo la enseñanza pública y, en ella, el conocimiento de nuestro pasado reciente, en especial, de la nefasta dictadura; crear instrumentos legales con el fin de que las llamadas “plataformas” se sometan a las mismas reglas que los medios de comunicación convencionales, en transparencia y prohibición del anonimato. Se debería insistir en la actual línea de aumentar el salario mínimo y erradicar la precariedad laboral, y ser más enérgico ante el escandaloso asunto de la falta de viviendas asequibles para las personas con ingresos reducidos como tienen la mayoría de los jóvenes. Este es un asunto central del que puede depender el futuro político de España, de lo que resulte en las próximas elecciones generales.
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Nicolás Sartorius es presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas.
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