No voy a opinar sobre Ucrania

En efecto: voy a escribir una columna no sólo para exponer por qué no voy a opinar sobre Ucrania, sino, lo que tiene más importancia, para rogar que en general se opine menos. Hace apenas una semana nos levantamos con la noticia escalofriante del ataque ruso a Ucrania. Tenemos, pues, una guerra en suelo europeo, iniciada por una injustificable agresión militar. Es lógica la conmoción, es normal querer buscar respuestas: tratar de obtener explicaciones e información es el primer mecanismo ante la irrupción de algo que nos atemoriza, nos preocupa y no podemos integrar. Ahora bien, creo que valdría la pena dedicar un momento a reflexionar sobre cómo lo estamos haciendo.

Tenemos una esfera pública colonizada por las redes sociales y absolutamente desquiciada, donde prima la acumulación de afirmaciones no siempre contrastadas, la inmediatez y, sobre todo, la polarización creciente, lo que dota de cámaras de eco a opiniones en ocasiones sin conocimiento o legitimidad alguna detrás cuya única virtud es elevar el tono. Si todo ello debería ser reflexionado en condiciones normales, imaginemos ahora. Me gustaría decir algo muy sencillo: yo no sé lo suficiente como para decir qué deberían hacer en cada minuto la UE, la Moncloa, Bruselas, Berlín, el Elíseo o el centro de mando de Zelenski, pero debo de ser la única. Abrir Twitter ahora mismo es recibir una tormenta de juicios categóricos donde todo el mundo parece creer que tiene algo relevante que sentenciar sobre tácticas militares, armamento, negociaciones bélicas, relaciones geopolíticas y diplomáticas, instituciones europeas y supranacionales o derecho internacional, por no hablar de los que parecen pensar que esto es un videojuego, una partida de Risk o el bar donde presumir delante de los amigos cuántos kilos se levantan en el gimnasio.

Me gustaría decir algo muy sencillo: yo no sé lo suficiente como para decir qué deberían hacer en cada minuto la UE, la Moncloa, Bruselas, Berlín, el Elíseo o el centro de mando de Zelenski

De este modo, lo que debería ser el espacio donde se dirime cómo nos situamos ante lo que nos afecta en esta hora tan grave, se convierte en un sumidero inmenso de opiniones privadas, frivolidades, fervores y psiquismos desquiciados. En general, se trata de una lógica perversa, que conocemos bien en los espacios políticos, muy azuzada por una cierta forma de sobreestimación o sobreconfianza propia de algunos sujetos —hay que decirlo: generalmente hombres— demasiado acostumbrados a monopolizar el tiempo y el uso de la palabra desde el ego de considerar que tienen todo el rato que opinar sobre todas las cosas. Lo conocemos bien: es el “yo más que una pregunta tengo una reflexión” exacerbado hasta el infinito.

Pero esto es una guerra. Seamos serios y hagamos justicia a las cosas. Hay especialistas en Relaciones Internacionales. Hay periodistas especializados. Hay medios y agencias trabajando 24/7. Hay corresponsales sobre el terreno. Hay analistas formados. Hay divulgadores serios. Escucharlos puede ayudarnos a hacernos imágenes y conceptos justos de las cosas y juicios bien templados. Y no solo por eso. Aunque no lo parezca, el clima creado acaba traspasando hacia arriba, y las propias instancias de decisión acaban contagiadas por climas populares polarizados o exaltados. En un artículo de Adam Tooze recomendado por Jorge Tamames, el historiador recordaba el triángulo de Clausewitz sobre las tres patas que operan en la naturaleza o la figura que adopta la guerra: junto al mando militar y el gobierno, la tercera es la opinión pública junto con las emociones y afectos populares. No menospreciemos la presión que ejerce en la situación general y su capacidad para desatar reacciones precipitadas.

Sería ingenuo, por supuesto, deslizarse hacia el extremo contrario y clamar por un reinado tecnócrata de la presunta neutralidad de los expertos. Tal cosa es siempre, y hoy con mayor motivo, pura ideología. Toda cuestión política implica no sólo conocimiento técnico, sino juicio: y éste no depende de recetas o reglas que puedan prescribirse de antemano, sino que se construye en común y sobre la marcha, y requiere tomas de posición prácticas. Pero sin duda hay condiciones que favorecen el ejercicio del juicio, y todo lo anteriormente nombrado no forma parte de ellas. Solo pediré un poco de contención, de seriedad y de silencio. Nos va en ello la capacidad de orientarnos.

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Clara Ramas es doctora Europea en Filosofía (UCM) y profesora de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido investigadora en Albert-Ludwigs-Universität Freiburg y HTW Berlin y profesora invitada en universidades europeas y latinoamericanas. Fue Diputada en la XI Legislatura en la Asamblea de Madrid.

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