Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
22 de julio de 2022. Celebramos una Conferencia Sectorial de Igualdad en Canarias. Fíjense la osadía: Reunimos a todas las Comunidades Autónomas y, excepto el Gobierno del PSOE de Asturias que nos hacía no sé muy bien qué oposición por nuestra defensa de la ley trans, todos los Gobiernos autonómicos apoyaron un nuevo marco de trabajo que permitía, a través de la renovación del Pacto de Estado Contra la Violencia de Género, gastarse los presupuestos en materia de lucha contra las violencias machistas de forma plurianual. Llegaba el final del acuerdo político entre las autonomías que sostenía el Pacto contra la Violencia de Género y era el momento de renovar dicho consenso, especialmente con la ultraderecha a la vuelta de la esquina. Como les digo, todo un hito de las políticas públicas de igualdad que pasó completamente desapercibido.
El problema nunca es ni será nuestro cuerpo, sino la violencia que aprendimos a ejercer sobre él. Yo ya me pinché Ozempic. Y no me hizo más libre, ni siquiera más delgada. Solo me hizo más obediente
También pasó desapercibido para parte de mi cabeza, que andaba desde unos meses antes muy ocupada en diseñar un cuerpo que pudiera ser admitido públicamente. Tonta e inconsciente de mí, había llegado a pensar que la cantidad de odio que por entonces recibíamos, y que en particular yo recibía por mi peso, podía cambiar o disminuir si me hacía pasar por una mujer más aceptable. Por aquel entonces estaba ya en una situación muy crítica con el TCA. Como más tarde podría contar entre risas en la Unidad del Hospital, tenía a Paco (así llamábamos a la voz bulímica con la que, en mi caso, dialogaba constantemente en mi cabeza) a pleno rendimiento. Paco es un tío de los de toda la vida que quizás también viva en tu cabeza. Igual tiene un poquito de tu padre, un poquito de tu ex. Le llamas Paco por el feminismo, pero amiga, tú y yo sabemos que suena con tu misma voz, porque Paco no es otra cosa que la violencia estructural que sufres contra tu cuerpo, interiorizada. Pero bueno, digamos Paco. Paco básicamente va a repetirte una y otra vez todo lo que siempre has escuchado contra tu cuerpo, especialmente en aquellos momentos en los que ante cualquier atisbo de vulnerabilidad, estuviera tu otra parte del cerebro pensando en dejar de hacerle caso.
Bien, el caso es que yo tracé un plan paralelo con Paco para semejante hito político (no sé si la Conferencia o el de ser delgada). La situación era crítica. Había sacado la ropa de verano del año anterior y me quedaba todo pequeño, por no hablar de que mi ropa de verano no era precisamente de Secretaria de Estado. Paco me aconsejó primero no comer a ciertas horas. Al final, el ayuno intermitente es una cosa muy saludable hecha con precaución. Total, que 15 horitas de trabajo, 6 de sueño y una comida al día. Para sobrellevarlo, fumaba mucho. El tabaco quita el hambre, me decía Paco. Por supuesto nada de hidratos de carbono porque, en fin, como bien me decía Paco, es algo que engorda muchísimo e, hija mía, ya bastante gorda estás tú. Cuando tenía tiempo, iba a nadar o a caminar. No tenía demasiada energía, pero Paco siempre me dijo que eso tenía que ver con que estaba triste. Y, a ver, la tristeza, la falta de energía, eran algo que perfectamente podría desaparecer si estuviera más delgada. Más delgada, ¿te lo imaginas?. Yo me lo imaginaba todo el tiempo. Si me insultaban, pensaba que si estuviera más delgada no lo harían. Si me empujaban por la calle o me escupían al salir de la piscina, pensaba que de haber estado más delgada, no habría sucedido. Delgada, delgada, delgada. Sería más feliz y más guapa. Te ahorro detalles, pero como la cosa no terminaba de funcionar, empecé a vomitar de nuevo. Paco me decía: a ver, mujer, lo que entra por lo que sale. Si no puedes más y comes, pues vomitas y ya está. Siempre pensaba en Amy Winehouse diciendo que había descubierto una dieta magnífica que consistía en vomitar todo lo que comía, que así podías comer siempre. Y bueno, a ver, da un poco de asco y te encuentras un poco mal, pero joder. ¿No quieres ser delgada? Delgada, delgada, delgada.
En un viaje de por aquel entonces alguien lo mencionó de pasada. Ozempic. Sí, sí, a mí me lo trae mi suegra, que se lo recetaron para la diabetes pero no lo quiere porque le sienta mal. Nada, un pinchacito y estás como un coche a 120 pero sin gasolina. Lo dijo una señora funcionaria random que debía de pesar la tercera parte que yo. Mi Paco, la verdad, se fijaba mucho en estas cosas, el pobre hombre, andaba un poco obsesionado. También por aquel entonces la política se había vuelto un ambiente un poco ranciete en lo estético, donde muchas mujeres celebran trabajar mucho, comer poco y dormir menos aún. Dicen que en la moda ha vuelto el Heroin Chic. No me digáis que en la política no hemos vivido un revival. Mucha mecha rubia, delgada, delgada, delgada. De alguna forma nos tienen que aceptar. La cuestión es que según me subí a la habitación del hotel, empecé a investigar sobre el pinchacito. Los testimonios eran impresionantes. Muchísimas mujeres lo habían conseguido. Lo que más me gustaba de lo que contaban es que ni siquiera tenían que discutir con Paco para hacerlo. No se trataba de decidir comer, ayunar, vomitar o caminar como hasta ahora. Simplemente un pinchacito, y Paco se convertía en parte de tu propio cuerpo, te impedía comer. Inevitablemente, eso te hacía estar delgada. Delgada, delgada.
Primero pedí cita en la peluquería y les dije que a tope con el rubio. Me compré unas planchas especiales para hacerme ondas en el pelo. Me compré ropa blanca, XXXXXXXXXXLLLLLL, pero blanca. Un vestido, un chaleco, e incluso unas alpargatas de tacón color mostaza (perdonad el detalle, pero quiero que comprendan la magnitud del plan y del secuestro incluso estético que sufría por Paco). Intenté, primero tímidamente, con mi médica de cabecera algún tipo de solución. Le pregunté si no creía que estaba gorda, y me dijo que sí, que era urgente que bajara de peso, pero que eso era cuestión de fuerza de voluntad, que no me podía ayudar. Lo hablé con Paco bastante y me decidí a escribirle a un endocrino en Madrid a través de Doctoralia, que ofrecía citas online, porque a estas alturas, quién quería fuerza de voluntad teniendo magia. En sus reseñas la gente contaba cómo les había recetado Ozempic sin mayor problema. Y, efectivamente, sin esfuerzo, sin darle ningún tipo de información al médico que me atendió, y con 120 euros menos, allí estaba yo a punto de irme a Canarias con una caja de Ozempic en la nevera. Tardé unos días en atreverme al pinchacito, pero finalmente lo hice. Sí, me pinché Ozempic. Y todo lo que vino a continuación fue horrible.
Las primeras horas no notas nada. Paco incluso llegó a decirme que no se había inventado aún el medicamento que me quitase el hambre. Pero pasado el tiempo los efectos llegan. Primero un mareo bastante desagradable. Tras eso, las comidas y la sensación de saciedad empiezan a cambiar. Como si Paco se hubiera instalado en cada una de las células de tu cuerpo, empiezas a tener menos hambre. Los primeros días después del pinchazo, apenas sientes necesidad de comer. A medida que se va pasando el efecto, el hambre vuelve, y de nuevo pinchacito. La primera semana que me pinché fue la semana que nos fuimos a Canarias. Encajaba perfectamente con el plan. Aunque tuviera hambre, por poca que fuera, simplemente decidí no comer, o hacerlo lo mínimo posible. Para cuando me puse la ropa que me había comprado para lucir como una verdadera Secretaria de Estado, ya me quedaba grande. Qué maldito placer. Uno de los días del viaje fuimos a tomar algo con todo el equipo para celebrar todo el trabajo hecho. Me tomé unos vinos, probé la cena riquísima que nos habían servido. Al llegar al hotel, pasé una de las peores noches de mi vida. Pincharte Ozempic no te deja volver, ni aunque quieras, a una vida normal en la que comas lo que te apetezca. Las horas de vómitos, mareos y dolor que me provoqué a mí misma por estar delgada tengo claro que no merecen la pena. Y, sin embargo, después de aquella caja, vinieron otras.
Sufrir por ser delgada, tratar mal nuestros cuerpos por encajar en no sé qué estándares es algo contra lo que demasiadas mujeres vamos a luchar cada día del resto de nuestras vidas. Esta no es sin embargo una cuestión individual, no se trata de fuerza de voluntad, de elecciones propias, de validar o no la diversidad, o de aceptarnos o querernos. La relación que hoy tenemos con nuestros cuerpos es inevitablemente política. En consecuencia, y como bien señalaba Iranztu Varela recientemente, la lucha contra la gordofobia no es una oda a la obesidad, sino que tiene que ver con acabar con la injustísima idea de que hay quien no merece vivir por el peso de su cuerpo. Es por ello que el primer y más importante paso en esta lucha no es siquiera el de denunciar la violencia que sufrimos por gordas (que, creedme, es MUCHÍSIMA), sino el de hacernos conscientes de que en el asunto de nuestros cuerpos nosotras mismas somos víctimas y verdugos. ¿Cuántas veces te has prometido que tienes que adelgazar y que si lo hicieras serías más feliz? ¿Cuánto tiempo y dinero le has dedicado a ello? ¿Cuántas veces has sufrido porque tu cuerpo no era suficientemente válido, bueno o delgado? ¿Quién decide eso? ¿Quién se enriquece con el odio a nuestros cuerpos? Frente a nuestra gordura, ¿quién ejerce sus privilegios y tiene miedo a perderlos? Seguiré respondiendo a todo ello en el siguiente artículo, pero si me lees y tienes pensado pincharte Ozempic, no lo hagas, te prometo que no va a servir de nada. No porque yo lo haya hecho y me arrepienta, que además no lo hago. No porque seas más débil si lo terminas haciendo. Sino porque si te paras a pensarlo, si revisas la cantidad de acciones y objetos que tienes a mano para disciplinar tu cuerpo, sabes perfectamente bien de dónde viene el deseo de hacerlo. El problema nunca es ni será nuestro cuerpo, sino la violencia que aprendimos a ejercer sobre él. Yo ya me pinché Ozempic. Y no me hizo más libre, ni siquiera más delgada. Solo me hizo más obediente.
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