Crónica de un incendio anunciado

Alberto Celis

Ayer sábado, mientras esperaba el comienzo del concierto que Jaraíz ofrecía con motivo de la 53ª edición del Festival Folk “Tablas de Daimiel”, un último vistazo al móvil me dejó con un escalofrío que me acompañó durante toda la actuación: el cauce seco del río Guadiana ardía a menos de cinco kilómetros del Parque Nacional.

Triste paradoja: fuego en el Parque el mismo día en que se celebraba un festival que nació hace más de medio siglo para defender el agua y la vida en Daimiel.

Miré mi aplicación meteorológica favorita. El viento, como se había anunciado, soplaba con fuerza desde Levante. Bastaba conocer el terreno para temer lo peor. El cauce seco del Guadiana, cubierto de vegetación, podía convertirse en una mecha de pólvora natural. Un cauce donde antes corría el agua se transformaba ahora en un cañón para el fuego. Lo primero que pensé fue en las quemas de rastrojos tradicionales en estas fechas. Pero, ¿al lado del cauce? ¿Con este viento? ¿Qué habría pasado?

El incendio, según lo que he podido comprobar, se inició en un barbecho entre la ribera del Guadiana y el camino de Moledores, a la altura del antiguo molino del Nuevo. Desde ese punto, el fuego encontró el cauce como vía de expansión y avanzó rápidamente, alimentado por la materia seca del fondo del río. En pocos minutos se formó una gran lengua de fuego que amenazaba con extenderse hacia Griñón y, con ello, poner en peligro la seguridad del Parque Nacional y de los habitantes de la zona. La rápida actuación de los servicios de emergencia consiguió controlar el avance y evitó que las llamas siguieran cauce abajo. Pero lo ocurrido no puede entenderse como un hecho aislado.

El paisaje quemado era desolador. Pero lo más inquietante era la sensación de fragilidad

Desde hace años, muchos venimos alertando del riesgo que supone el abandono del cauce del Guadiana entre los Ojos y el Parque Nacional. Aunque el río ya no aporte agua de manera constante, su cauce sigue siendo un elemento esencial para la estabilidad ecológica del Parque. El Guadiana no ha desaparecido: se ha transformado. Y su papel, en ausencia de agua, puede ser el de canalizar el fuego. Baste recordar los incendios de autocombustión de turba producidos en 2009.

Hoy domingo recorrí el tramo afectado y tomé fotografías del terreno. El paisaje quemado era desolador. Pero lo más inquietante era la sensación de fragilidad. Bastó un descuido —una chispa en el barbecho, una colilla, una quema mal controlada— para que el fuego corriera por el cauce como si lo hubiera estado esperando.

¿Qué hacer? Ante la desidia reinante cuando se habla del cauce del Guadiana manchego, hay que actuar. Y algunos lo hemos hecho este año con la celebración de una serie de encuentros que, con el nombre 'Resilvestrando el Guadiana', y de los que se han hecho eco medios como Infolibre o La 2 de RTVE, ha reunido a ciudadanos —agrupados o no en asociaciones—, propietarios, empresas y técnicos de la administración, con el objetivo de volver la mirada al Guadiana.

De esos encuentros ha surgido un proyecto de custodia del territorio que pretende recuperarlo, comenzando por el tramo más cercano al Parque: el cauce entre Griñón y Molemocho. Precisamente, una de las primeras propuestas fue crear un camino-cortafuegos ecológico, que sirviera a la vez como vía de mantenimiento, espacio de observación y barrera natural contra los incendios. Este episodio demuestra, tristemente, la urgencia de actuar.

Otra de las medidas que se están estudiando, buscando siempre el asesoramiento científico basado en datos, es humidificar el cauce, como ya se hace en el interior del Parque. Acequias de careo, utilización de pozos o cualquier otra medida contraincendios que sea crea conveniente y que impida el avance del fuego.

No podemos seguir protegiendo las Tablas de Daimiel como si fueran una isla. Su supervivencia depende del conjunto del sistema fluvial del Guadiana, de su entorno agrario y de su memoria ecológica. Cuidar el cauce seco también es cuidar el Parque. Ignorarlo es invitar al fuego a regresar.

El incendio de este fin de semana ha sido, por fortuna, contenido. Pero el aviso está claro: si el Guadiana ya no es entrada de agua, se ha convertido en entrada de fuego. Y ese fuego, además de devorar vegetación, libera CO₂, degrada el suelo y destruye los últimos refugios de biodiversidad que el río aún conserva.

Recuperarlo no es una cuestión de nostalgia, sino de supervivencia ecológica. Si no hacemos nada, el próximo incendio no será una sorpresa. Será, una vez más, una crónica de un incendio anunciado.

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Alberto Celis es geógrafo e historiador.

Alberto Celis

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