Plaza Pública

El espectáculo presidencial de Madrid

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante su comparecencia para anunciar medidas de restricción de la movilidad.

Baltasar Garzón Real

Lo ocurrido en Madrid a cuenta de la gestión sanitaria y los rifirrafes políticos entre el Gobierno autonómico y el central ha sido esperpéntico e incomprensible. Seis meses después de que se declarase la pandemia y con cerca de 32.000 muertos a nuestras espaldas, es imposible explicar a los ciudadanos por qué los políticos no son capaces de llegar a un acuerdo, pero todavía es peor justificar el bochornoso espectáculo al que hemos asistido.

La Comunidad de Madrid se ha especializado en alcanzar acuerdos sanitarios con el Gobierno y hacerlos saltar por los aires a los dos días. Lo hizo tras la reunión de Ayuso con Sánchez y lo volvió a hacer el pasado miércoles después de haber llegado a un preacuerdo con Sanidad y reventarlo posteriormente, votando en contra a las 24 horas, junto con Andalucía, Galicia, Murcia y Cataluña, además de Ceuta.

Madrid da una de cal y otra de arena. Se dice y se desdice. Juega con los datos para justificar su disconformidad con el Ministerio de Sanidad en su intención de confinar. Ayuso juega al despiste y lo peor de todo es que el PP le está dando cancha. El virus mata, la mala gestión política también. Ayuso exigió la imposición de criterios comunes para aceptar el texto y, cuando Sanidad cedió, la presidenta dio la espalda al Ministerio y miró de reojo al vicepresidente Aguado, acusándole de preparar una emboscada para hacerse con la Comunidad. ¿A qué estamos jugando? ¿Aún no se han enterado de que la gente se muere? Es una falta de respeto a la ciudadanía y un chuleo al Ministerio. Pero no ha sido la primera vez.

La semana pasada tuvo lugar la cumbre con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Tras ella se anunció que ambos estaban dispuestos a que sus políticas convivieran —o se sucedieran— para amortiguar el impacto de la segunda ola del covid 19 en la Comunidad de Madrid. Ambos nos hicieron ver que estaban juntos y que creían que una crisis como la de marzo sería imperdonable y provocaría arenas movedizas capaces de engullir a cualquier Gobierno, autonómico o nacional. Con un número de infectados que crecía exponencialmente, parecían haber enterrado el hacha de guerra y optado por la elección más inteligente para salvar sus respectivos pellejos. Pero nada en Madrid es seguro y se podía producir un cambio en cualquier momento… y cambió: 48 horas después, todo saltó por los aires.

Ese punto de desvarío…

La situación sanitaria es tan preocupante que cada encuentro político o de responsables de salud puede alterar notablemente el modus vivendi de los ciudadanos. A ello, a esta inmediatez que condiciona el quehacer diario, se une la desinformación y la confusión ciudadana a la que contribuye el estilo particular de la presidenta, con oratoria propia. Sus intervenciones no tienen parangón, exhiben un marchamo de inteligencia por encima de la cual no salen. Una especie de control de calidad a la inversa, como aquello de "cuanto peor, mejor para todos". Ese punto de desvarío que le deja a uno descolocado, atónito, al percatarse de que su interlocutor alcanza tal grado de extravagancia y atrevimiento que lleva a la vergüenza ajena.

A pesar de los intentos de Casado por dar jabón a la presidenta de Madrid, algunos barones del PP ya manifiestan en privado que Díaz Ayuso empieza a ser un problema para el partido y esperan que corra la misma suerte que Cayetana. No están dispuestos a que sus ridículas intervenciones públicas se conviertan en la nueva marca de la formación y que el merchandising del principal partido de la oposición recoja frases del estilo "Madrid es España dentro de España" o "Madrid, ¿qué es, si no es España?".

Experta en el arte del funambulismo político, bajo la presidencia de Ayuso se han desarrollado políticas públicas que mantienen un equilibrio imperfecto con la justicia social, la igualdad y el rigor científico. Un ínfimo ejemplo de lo mal que se pueden hacer las cosas en uno de los peores momentos para la comunidad.

Si los datos de la crisis sanitaria en Madrid son alarmantes, el relato de las políticas de la señora Ayuso es para echarse a llorar. La deplorable asistencia sanitaria en las residencias de ancianos durante la primera ola dejó un reguero de muertos. Los mayores fallecieron desatendidos y en soledad. La sanidad pública madrileña, que arrastraba las secuelas del desmantelamiento del sistema sanitario de su predecesora, la señora Aguirre, afrontó a duras penas el impacto de la Covid mientras la actual mandataria de Madrid continuaba aún con el ceño fruncido, empeñada en poner palos en las ruedas del Gobierno central más que en arrimar el hombro y cooperar.

No es hora de parafernalias

Ayuso quiso salir sola de la primera ola de la covid, de manera precipitada y desoyendo los consejos de los expertos y del Gobierno. Se obstinó en hacer una desescalada precipitada, hecho que provocó la dimisión de la directora general de Salud Pública, Yolanda Fuentes, al oponerse a la decisión de apresurarse a la fase 1. Ante la negativa del Gobierno de proceder a la siguiente etapa, Ayuso acusó al Ejecutivo de estrangular a la comunidad al mantener el estado de alarma "sin ningún criterio técnico", de recortar libertades y de tener a los madrileños "amordazados" y como "rehenes".

Por aquel entonces —hace cuatro meses—, cuando el número de muertos resultaba preocupante en exceso, el estado de alarma era una cuestión política. Quizás por eso se permitía ningunear al presidente del Gobierno y a sus homólogos con continuos desaires a las conferencias de presidentes. Cuatro meses después, el coronavirus ya no es una cuestión de ese cariz, por eso despliega todas las banderas y monta un simulacro de cumbre internacional de jefes de Estado con toda la parafernalia, para salvar a la capital, que intenta convertir en ombligo del mundo y del universo, y con ella como abanderada de la causa autonómica sin que nadie haya delegado función alguna en su persona. Para mayor confusión, la presidenta presentó este viernes un recurso contencioso administrativo ante la Audiencia Nacional contra la orden del Ministerio de Sanidad que por la noche restringiría la movilidad en la capital y en otros nueve grandes municipios de la región. Alegaba, ¡ay! invasión de competencias. Ya saben lo que dice la copla: “ni contigo, ni sin ti…”

Madrid, como el resto de comunidades autónomas de España, necesita medidas que garanticen la salud pública de los ciudadanos. Hay que detener definitivamente las broncas políticas. Por segunda vez desde que apareció la emergencia sanitaria, un nutrido y reconocido grupo de científicos han reiterado al Gobierno mediante una carta publicada en la prestigiosa revista The Lancet la necesidad de realizar una evaluación externa independiente que sirva para detectar qué ha fallado en esta crisis sanitaria en nuestro país y conseguir mejorar la respuesta ante futuras olas.

Madrid alega en su recurso que el cierre es "contraproducente " y con "limitaciones propias de un estado de alarma"

La pandemia no muestra signos de remisión. Desde que se desató la crisis sanitaria en España han fallecido más de 31.900 personas. Cerca de un millón en el mundo. La segunda ola ha llegado antes de lo previsto. El número de infectados también crece exponencialmente. España es la nación de Europa más castigada y Madrid la ciudad de nuestro país más afectada. Se avecinan tiempos difíciles y ello requiere políticos predispuestos al entendimiento con el adversario. No es hora de hacer política de partido, es hora de trabajar para frenar una emergencia sanitaria. Ahora, más que nunca, resulta de obligado cumplimiento que cada político asuma las responsabilidades para las que ha sido elegido.

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Baltasar Garzón es jurista y presidente de FibgarFibgar

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