Esther, se llama Esther, de apellido García

Francisco Javier López Martín

Hay personas de las que te acuerdas con frecuencia y otras que han desaparecido de tu memoria hasta que alguien, inesperadamente, las trae de nuevo. Personas que conociste cuando eras chico, adolescente, joven, hace ya muchos años, que han desaparecido de tus recuerdos, mientras otras personas han seguido formando parte de tu existencia

Mentiría si dijera que no sé muy bien por qué. Nada es casual. Siempre hay algo que hace que algunos nexos entre neuronas se mantengan activos. En otras ocasiones el nexo se debilita por falta de uso. En el caso de Esther, de apellido García, su constante permanencia en mi vida ha dependido del orgullo de clase, del orgullo de barrio, de su presencia en las noticias. Esas cosas existen, aunque no todos, especialmente en cierto tipo de izquierda, quieran reconocerlo. 

Esther García, con su falda gris plisada de tablas y su chaqueta fina, de lana, también gris. Uniforme de las monjas. Nada que ver con ese guiño rojinegro con el que asistió al acto para recibir el Premio Donosti, por primera vez entregado a una productora de cine. Un premio tradicionalmente reservado a actores, o a directores.

Pero esta Esther de la que os hablo es otra, una que tal vez no existió, que puede que viva tan sólo en mi memoria deformada y traicionera. La Esther que aparecía por la Parroquia del Pino, uno de aquellos locales en cuyo sótano encontraban refugio los jóvenes. Eramos lo que ahora sería considerado más adolescente que joven, en el barrio de Villaverde Alto.

Hace poco escribí sobre el principal enclave industrial de Villaverde, la fábrica Barreiros, más tarde Chrysler y de sus masivas asambleas en la iglesia de San Félix, en la UVA (Unidad Vecinal de Absorción), el Poblado de los Toreros, por los nombres de sus calles, de Lagartijo a Manolete y de Curro Guillén a Paquiro, pasando por Juan León o Tragabuches.

La del Pino tenía menos prestancia que la parroquia de San Félix, la verdad, soterrada como estaba en los bajos de un edificio, pero con un par de salones que servían de sede para los rezos del rosario de la Legión de María, liderada por la recientemente fallecida María del Prado, alias Praditos de toda la vida. 

En su empeño de vivir junto a los jóvenes acabó Praditos en una Comunidad Cristiana de Base, Misión Juventud y, más tarde, en la Asociación Semilla que se empeñaba en dignificar la vida de los jóvenes de Villaverde y distrito, adentrándose en otros barrios como Orcasitas.

También servían aquellos escuetos saloncitos para las reuniones improvisadas y aleatorias de jóvenes siempre acompañados por alguna guitarra y dispuestos a salir por el palo de algún cantautor. Allí es donde andaba yo a ratos y por donde aparecieron un buen día las uniformadas Esther y su amiga Marisol.

Venían ya vacunadas de rezos y enseguida los uniformes fueron cambiados por vaqueros. Pronto la inquieta Esther comenzó a frecuentar otros ambientes del barrio. Villaverde era un hervidero de grupos vecinales, grupos culturales, parroquiales, como la Talanquera, Librerías como Espinela, o Pueblos y Culturas. 

Era Villaverde una amalgama experimental compuesta por pocos, por aquel entonces y por el momento, pocos socialistas; muchos comunistas de El Partido, el único que mereció tal nombre durante años, siempre con sus CCOO de la mano y una multitud de pequeños partidos planetarios, satélites sindicales y cometas asociativos desperdigados en forma de marxistas, marxistas-leninistas, con variadas líneas Mao Tse-tung, sin que faltaran unos cuantos anarquistas, más o menos puros, más o menos anarcosindicalistas, o sindicalistas revolucionarios, o seguidores de Durruti.

Por allí andábamos todos, de un lado para otro, transitando, experimentando, aprendiendo de qué podía llegar a ir aquello de la democracia cuando desapareciera el sapo iscariote y ladrón, del que nos hablaba León Felipe, en su poema  Loqueros… relojeros…

El sapo Iscariote y ladrón

en la silla del juez,  

repartiendo castigos y premios

¡en nombre de Cristo, 

con la efigie de Cristo,

prendida en el pecho!

Por aquellas transiciones sobrevenidas comencé a perder la pista, de lo cotidiano y frecuente, a Esther. Nos contó que la habían contratado como script. Ya ves tú, ni idea de qué podía significar aquello que, básicamente, creí entenderla, consistía en tomar buena nota de los pormenores de cada escena de una película, para que las siguientes secuencias, rodadas en otro momento, encajaran y no apareciera un personaje con y sin reloj, o cambiara el color de su chaqueta, o un pelo suelto acabara en coleta.

Nos acostumbramos a verla salir a recoger premios por aquí, por Europa y muy lejos de aquí. Mira, esa es Esther García y es de Villaverde y era mi amiga

Desde entonces, Esther se fue convirtiendo en una de esas leyendas urbanas, una de esas aventis de las que hablaba Marsé en sus novelas, una djinn, un genio que salió de nuestras filas y hoy vive en otros mundos. Nos acostumbramos a buscarla y reconocerla en cada ocasional cameo en las películas de Almodóvar. La productora El Deseo era para nosotros Esther García.

Nos acostumbramos a verla salir a recoger premios por aquí, por Europa y muy lejos de aquí. Mira, esa es Esther García y es de Villaverde y era mi amiga. Fuimos sabiendo de ella por las revistas, por las noticias, algunos documentales. Conozco a gente del barrio que ha conservado una buena relación y me habla de ella.

No fue la primera, ni la última del barrio, que dio que hablar, que nos sacó de las fronteras del Arroyo Butarque, desde aquella incursión que realizó Saura por nuestros descampados con su Deprisa, deprisa. Nos sentimos orgullosos de sus protagonistas, sacados del barrio, como Juan Antonio Valdelomar, que acabó su vida sin alcanzar los 35, o la actriz protagonista, Berta Socuéllamos, con esta sola y maravillosa película a sus espaldas.

Orgullos de Raúl González, el eterno capitán del Real Madrid, que, desde San Cristobal, comenzó su carrera en la cantera del Atlético de Madrid. Otros comenzaron en modestos puestos como pintores, carpinteros, camareros, o en la banca y fueron progresando hasta ser productores en RTVE, fotógrafos de Corte y villa, regentar instalaciones turísticas en valles como el Ambroz o dirigir organizaciones vecinales, políticas, sindicales. Pascual, de apellido González, sin ir más lejos, llegó a dirigir la anarquista AIT a nivel mundial. 

Pero, sin duda, entre ellos y ellas, en mi panteón particular, en mi altar de vivos que mantengo al calor de mis velas hechas de cera perfumada y memoria dispersa, sigue irguiéndose, destacando, aquella adolescente que llegaba a veces uniformada con falda de tablas y otras uniformada a mitad de camino entre alternativa, antifranquista y hippie. 

Una más de la pandilla. Una de las nuestras. Para sentirse orgulloso, vaya.

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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013.

Francisco Javier López Martín

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