Plaza Pública

Hagamos memoria, una vez más

El golpista Antonio Tejero Molina, el 23-F, en el Congreso de los Diputados.

Nativel Preciado

Cuarenta años después, releo la crónica que escribí tras salir del Congreso de los Diputados la noche del 23F para ser lo más precisa posible al evocarlo. Mi memoria, como la de cualquiera, tiene voluntad propia. Recuerda lo que quiere y olvida lo que le da la gana. Tengo que hacer un esfuerzo por encauzarla. Los recuerdos se consolidan cada vez que se mencionan, casi nunca se rememoran igual y se vuelven a contar como si fueran hechos ciertos. Por eso, dos personas que han vivido la misma historia la cuentan cada uno a su manera. Por ejemplo, algunos diputados intentaron convencerme de que, durante el tiroteo de Tejero, ellos permanecieron de pie. Sé que no es verdad, porque yo estaba allí y vi con mis propios ojos que los únicos que permanecieron erguidos fueron Adolfo Suárez, Manuel Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo. Como tampoco es cierto que yo estuviera "en avanzado estado de gestación" como contaron algunos compañeros con los que compartí el secuestro junto al resto de los diputados y personal del Congreso. Se quedaron con la idea de que el capitán Muñecas me dejó levantarme del suelo, donde permanecí un buen rato con la vista clavada en el suelo, porque estaba embarazada. No fue así. Yo le pedí que me permitiera levantarme porque me faltaba el aire para respirar. Entonces me señaló con el fusil una alfombra enrollada y me indicó que me sentara sin moverme de allí. Todos interpretaron que, en efecto, estaba embarazada, aunque no era cierto.

Insisto en que recordar el pasado es un proceso activo y cada vez que se evoca un acontecimiento es susceptible de ser modificado. En casos como el mío resulta imposible traicionar un relato escrito momentos después de haber sido testigo de los hechos. No es fácil manipular la historia o dar una versión alterada por el paso del tiempo. Lo cuento, por enésima vez, tal y como lo viví.

A las seis y pico de la tarde del 23 de febrero de 1981, antes de que terminara la votación nominal para elegir a Leopoldo Calvo-Sotelo sucesor de Adolfo Suárez, abandoné la tribuna de prensa, situada en el primer piso, y bajé por las escaleras en el inoportuno momento en que Tejero y los suyos entraban disparando por la puerta del Congreso. Aterrada, salí corriendo hacia el despacho más alejado de donde estaba aquella tropa, el de Luis Gómez Llorente, e intenté saltar por la ventana. Imposible. La altura era excesiva y, además, la calle Fernanflor estaba tomada por guardias civiles con metralletas. Detrás de mí entraron en tropel un nutrido grupo de escoltas y algunos compañeros, todos hombres, perseguidos por uno de los guardias que daba órdenes pistola en mano. Oí por primera vez la frase más repetida de la tarde: "Al suelo, todos al suelo". No tuvieron consideración a pesar de ser la única mujer; me tiraron al suelo y me apuntaron como a los demás. Fueron instantes de máxima tensión, pues los escoltas iban armados y el jefe uniformado de los asaltantes les gritó: “Vamos a proceder a recoger las armas. ¡Y cuidadito, que a la menor tontería, esto se dispara!”. Pensé que se produciría una masacre y yo moriría víctima del fuego cruzado. La suerte es que nadie cumplió con su deber, obedecieron la orden de los golpistas con absoluta sumisión y soltaron la pistolas.

El que ordenaba, luego lo supe, era el capitán Jesús Muñecas. Cuando me permitió sentarme en la alfombra, desde mi posición privilegiada, fui reconociendo a la mayoría de los que permanecían aplastados contra el suelo. En aquellos tiempos, escoltas, ujieres, taquígrafos, estenotipistas, funcionarios, letrados, periodistas y políticos éramos pocos, teníamos buena relación y nos conocíamos casi todos por nuestros nombres.

Harta de la situación, volví a tentar la suerte y pedí al jefe que me dejase ir al cuarto de baño. Me escoltó un guardia con su fusil hasta la misma puerta, pero le llevé al otro extremo del salón de plenos, para intentar informarme de la situación. Vi a los diputados sentados en sus escaños y noté la ausencia de Suárez y de Gutierrez Mellado, que ya no estaban en el banco azul. No tuve más remedio que regresar al punto de partida, pero tuve la suerte de que me dejaran sentada en un banco del pasillo contiguo al cuarto de ujieres, la portería general, donde había mucho trasiego, bastantes gritos y sonaban continuamente los teléfonos. Traté de interpretar las conversaciones, pero debo confesar que no me enteraba de qué hablaban ni de quiénes eran los interlocutores. Luego supe que fui testigo de la tensa discusión entre Tejero y Suárez y de las conversaciones telefónicas entre Tejero y Milans del Bosch. En aquellos momentos pasé uno de los mayores sustos de mi vida y solo quería escapar de allí, hasta que, al fin, me llevaron al patio de la calle Floridablanca y me cogió del brazo Manuel Prieto, general de la Guardia Civil y colaborador de la revista Interviú, donde yo trabajaba, para sacarme lo antes posible de la zona de conflicto. Prieto me contó, según me arrastraba hacia la salida, que había tenido minutos antes un desagradable incidente con Tejero, al que conocía bien, y me dijo que estaba convencido de que el golpe iba a triunfar. Se me cayó el alma a los pies.

A la salida me estaba esperando mi marido, y le dije consternada lo que me contó el general. Me llevó a casa a ver a nuestra hija y cuando el rey apareció en televisión, regresé a la redacción, ya de madrugada. Lo primero que me dijo Julián Lago, el director del semanario, fue: "Llama a Sabino". Antes de escribir, tuve que hablar con diversas fuentes, titulé la crónica "Así asaltaron las Cortes. Redactores de Interviú en manos de los golpistas", y regresé a mi casa donde, al fin, pude dormir.

Después de cuatro décadas

A estas alturas se conocen prácticamente todos los detalles de aquella intentona golpista. A muchos nos los contó un testigo directo, o más bien el protagonista de aquella noche junto al Rey, pero aún queda por saber dónde fueron a parar las 92 horas de grabaciones de las conversaciones mantenidas a través de los teléfonos "pinchados" por orden de Francisco Laína, que ocupaba el cargo de director general de la Seguridad del Estado y asumió el mando del gobierno provisional durante las 14 horas que el ejecutivo estuvo secuestrado en las Cortes. Tengo una doble curiosidad, histórica y personal, pues me gustaría rememorar los gritos de Tejero que tuve la suerte de escuchar desde el despacho de enfrente a donde él estaba, pero que, aquel día, me fue imposible interpretar.

Tras contar mi experiencia personal, como testigo directo de aquella noche, quiero justificar algunas afirmaciones que he dejado esparcidas en artículos, entrevistas y libros, a lo largo de estos cuarenta años. Me refiero a mi tardío respeto histórico por Suárez, que justifico por, como mínimo, tres motivos: Con su dimisión impidió que triunfara el llamado golpe de timón o golpe blando y que un militar, el general Alfonso Armada, presidiera un Gobierno de sospechoso carácter antidemocrático. Fue uno de los tres valientes que, al quedarse en pie, desobedecieron a Tejero y a sus hombres en el hemiciclo. Y, finalmente, me despierta una simpatía casi de personaje cinematográfico, como el protagonista de un western, al acabar traicionado y abandonado por todos, a excepción de uno, Santiago Carrillo, que respetó su deuda de lealtad.

Todos contra Suárez:

  • Los distintos grupos ideológicos de la UCD estaban enfrentados, pero se unieron para derribar a su presidente. Le culpaban de la pésima situación económica y la catástrofe del paro y de las derrotas electorales en Euskadi, Cataluña y Andalucía.
  • Recibió críticas implacables y unánimes de la prensa de izquierda, derecha y extrema derecha.
  • Los empresarios, especialmente la CEOE, apoyaban a Alianza Popular y también quisieron echarlo.
  • La Conferencia Episcopal le consideraba un enemigo por aprobar la ley del divorcio.
  • El Gobierno de Washington, Ronald Reagan y la CIA, estaban indignados por aplazar la entrada en la OTAN y por sus encuentros con Fidel Castro y Yaser Arafat.
  • El PSOE también quería que se fuera y le presentó, en mayo de 1980, una moción de censura, que no ganaron, pero dejó a Suárez malherido.
  • Los militares le odiaban desde que legalizó al PCE.
  • Y para colmo, el Rey Juan Carlos, influenciado por el descontento de los militares, quería buscarle un sustituto. Incluso nombró a Armada 2º jefe del Estado Mayor, para que regresara a Madrid, en contra del criterio de Suárez y del propio Sabino Fernández Campo, entonces secretario general de la Casa del Rey.
  • Y por si fuera poco, el CESID le tenía vigilado y condenado. Varios de sus miembros participaron en el golpe del 23F, aunque no todos fueron juzgados.
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Y ya por último, sobre el papel del rey Juan Carlos he escuchado y leído numerosas versiones de testigos directos, que me permiten hacerme mi composición de lugar. La versión que más me convence es la siguiente: el rey, al ser nombrado sucesor por Franco, contaba con el apoyo de las Fuerzas Armadas. Y alguien dijo que el golpe fracasó por el mismo espíritu franquista que lo puso en marcha, es decir, la obediencia ciega y la disciplina jerárquica. Aunque parezca un contrasentido, no lo es. La cúpula militar de la época no tenía muchas convicciones democráticas y dudaba qué hacer ante el asalto de Antonio Tejero.

Muchos estaban indecisos, a la espera de acontecimientos, porque creyeron que Alfonso Armada actuaba con el consentimiento del rey. A lo largo de la noche, el general Fernández Campo, secretario general de la Casa, fue tanteando todas las capitanías generales, y cuando supo a qué atenerse, se encargó de comunicarles, uno a uno, que el rey no tenía intención de apoyar el golpe de Estado. Para preservar la Corona tenía que apostar por la democracia. Las conversaciones telefónicas fueron lentas y exhaustivas, por eso el rey apareció tarde en televisión para anunciar la continuidad democrática. Pasada la una de la madrugada del 24 de febrero, al dar por fracasada la intentona golpista, pude escribir mi crónica, que releo cuarenta años después.

Nativel Preciado es periodista y escritora.

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