Los hombres nos suicidamos más. Y no es por la genética

Javier Padilla

"La masculinidad es una jaula muy pequeña"

Chimamanda Ngozi Adichie

El consumo de drogas, el sinhogarismo o el suicidio son tres de los fenómenos que muestran que hay algo que no está bien en lo que se refiere a los hombres en nuestra sociedad. No está bien, no es genético y tiene mucho que ver con cómo es ser hombre hoy en día. Son tres asuntos que afectan, y mucho, a la salud, y cuya solución no va a salir ni de que los hombres se esfuercen más ni de que encontremos una cura especialmente dirigida a ellos.

Una sociedad que incita a los hombres a asumir más riesgos, a relegar a un segundo plano el cuidado (el propio y el de los demás), a consumir más tóxicos o que ridiculiza e individualiza la expresión de la vulnerabilidad, está empujándolos (empujándonos) a tener peor salud y, sobre todo, a no ser capaces de restituirla cuando está dañada. 

Decir que la masculinidad más dominante no tiene nada que ver con que los hombres nos muramos, de media, cinco años antes que las mujeres, es terraplanismo epidemiológico, y así hay que señalarlo. Esto no es algo opinable, como no lo es que la diabetes aumenta el riesgo de cardiopatía isquémica o que el tabaco causa cáncer de pulmón.

Una vez tenemos esto claro, podemos dejar a los negacionistas de la evidencia seguir vociferando y empezar a ver de qué manera arreglamos esto.

La masculinidad no tiene por qué ser un determinante de enfermedad, y esto es algo que hay que resaltar. No hay nada genético ni prepolítico en que los hombres muramos antes, muramos más de forma violenta (a manos de otros hombres, por lo general) o adoptemos conductas más nocivas para nuestra salud. Es, sin duda, posible plantear ideales y referentes para que la masculinidad sea un activo para la salud, para que ser hombre sea un sinónimo de bienestar y buena vida, y no un ensalzamiento del distanciamiento afectivo y la asunción de riesgos. Esto no se puede hacer desde la autoflagelación o la ridiculización, sino desde la plena convicción de que esto no es solo un asunto de los hombres. La masculinidad no es una-cosa-de-chicos, sino que es una cuestión que se construye y consolida socialmente, con la participación de los hombres y las mujeres. Que esa masculinidad dañe la salud de los hombres es una responsabilidad de la sociedad en su conjunto.

La masculinidad no es una-cosa-de-chicos, sino que es una cuestión que se construye y consolida socialmente, con la participación de los hombres y las mujeres

Si desde una perspectiva de salud pública tuviéramos que destacar cinco aspectos de una masculinidad que mejorara la salud de los hombres, podríamos destacar los siguientes:

  • Que sea relacional. Pocas cosas hay más relacionales e interdependientes que la salud, y pocas cosas tienen más capacidad para mejorar la salud (la de ahora y la del mañana) e incluso disminuir la mortalidad que tener fuertes vínculos sociales.
  • Que cuide y autocuide. En una época en la que el autocuidado parece haberse convertido algo a medio camino entre cancelar una cita si no te apetece y comprarte un lote de productos de skincare, aprender a cuidarse, a poner la salud como un elemento importante de la propia vida y a cuidar al resto de la gente con la que uno se relaciona (no solo cuando están enfermos, sino también en lo cotidiano) no puede ser algo que se identifique solamente con lo femenino.  
  • Que tenga orgullo de sí misma. Uno de los problemas a la hora de pensar en una masculinidad en positivo que aporte salud es que suele hacerse, en ocasiones, desde la culpa o el pedir perdón por ser hombres. Hay que hacerse cargo de la posición que se ocupa en el mundo y de las consecuencias de las acciones que uno desarrolla, pero hay que poder hacerse cargo con orgullo de lo que se es y de lo que se puede construir. Y que ese orgullo no asiente sobre el hecho de hacer de menos al otro (las mujeres, los hombres con otra forma de masculinidad, los hombres de otro lugar, etc)
  • Que nos sostenga. Si la masculinidad no sirve para que en los momentos más críticos de nuestra vida, como puede ser cuando uno está pensando en quitarse la vida, tenga la capacidad de sostenernos y de aferrarnos a lo que merece la pena, entonces esa masculinidad es imposible que sea un activo para la salud, y es más fácil que sea como el meme de la mano de la persona en un barco que choca la mano del que se ahoga en vez de agarrarla para salvarla.
  • Que sea ejemplo. La crisis de la masculinidad es una crisis representacional. Frente a una forma de ser hombre que se representa por un ejército de señores que quieren ser Elon Musk, cuesta pensar en referentes alternativos más allá de “mi padre” (el de cada uno). Hace falta construir ejemplos cuya hazaña por la que ser seguidos no sea la de ser un ser odioso-pero-hecho-odioso-a-sí-mismo, sino ejemplos de cómo ser para vivir mejor, para tener vidas más agradables. Una masculinidad que no te prometa ser Jeff Bezos (para incumplir esa promesa), sino que te prometa vivir mejor (y pueda cumplirlo).

Quienes durante mucho tiempo se han quejado de que desde ciertos ámbitos no se hablaba de lo que les pasaba a los hombres, ahora levantan la voz porque se habla desde la perspectiva que a ellos no les cuadra, demostrando que no tenían ni un ápice de preocupación por la salud de los hombres, sino que querían utilizar un silencio como arma arrojadiza.

Hay mucho bienestar por conquistar fuera de esa jaula tan pequeña. 

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Javier Padilla es secretario de Estado de Sanidad.

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