Plaza Pública

'Luca' (Enrico Casarosa, 2021) o Disney como pedagogía 'queer'

Fotograma de la película 'Luca'.

Con Luca, una historia de amistad entre dos muchachos que tienen que ocultar su verdadera naturaleza como monstruos marinos, Disney ha vuelto a hacer su enésima “primera incursión” en la infancia y adolescencia gay/queer/LGTBI (táchese lo que no corresponda). Porque, claro, dos chavales “diferentes” y la arcadia son el punto de partida de muchas historias con las que ordenamos nuestra vidas: de Tom Sawyer, a Krámpack de Cesc Gay o en la reciente Verano del 85 de Ozon. Para algunos, por otra parte, lleva haciendo incursiones al menos desde 1940, aunque es verdad que siempre nos parece una novedad. Los niños maricas de mediados del siglo XX orbitábamos en torno a Disney, a menudo de manera vergonzante: hasta los once años se consideraba que la fascinación que Disney ejercía en los niños era algo correcto, apropiado para tal estadio vital, pero si continuaba más allá, era objeto de preocupación y a muchos nos llevó a negarlo, ocultarnos, disfrutarla sólo en privado porque no queríamos ser aquello en lo que Disney nos convertía a partir de cierto momento. Nuestra conexión con Dumbo, nuestras fantasías con el príncipe de La bella durmiente, desde aquellos momentos, se nos hacía casi angustiosa. Cuando la masculinidad heterosexual se proponía como una agenda obligatoria, Disney era el enemigo, al proponer escapar a mundos en los que se nos permitía no lidiar con la problemática agenda heterosexual. En un iluminador ensayo de Homografías, de Ricardo Llamas y Paco Vidarte, se detalla este momento en que pasamos de ser niños graciosos y ocurrentes a “niños maricas”, momento que conlleva una batería de “expertos” dispuestos a volvernos al buen camino y una gran preocupación. Creo que las reacciones a Luca constituyen una nueva ilustración de algo que siempre ha estado ahí.

En cuanto a los estudios Disney, no creo que fueran conscientes de tanto revuelo. Que ciertos niños se sintiesen próximos a las fantasías que los estudios producían era algo de lo que no se hablaba. La relación no se buscaba: el niño queer se conceptualizaba como un problema, no como un sector de público al que una compañía pudiera dirigirse. La relación se debía a ciertos paralelismos entre los niños de las narrativas y el niño queer, instintivamente reacio a seguir el camino que se le imponía. Hoy podemos leer El libro de la selva como un film profundamente queer, pero sin duda nadie en los estudios Disney pensaba en esos términos.queer En aquella época, por ejemplo, un pre-adolescente semidesnudo restregándose sobre la tripa de un oso peludo era sólo un pre-adolescente semidesnudo restregándose sobre la tripa de un oso peludo. Y quien se atreviera a sugerir algo más probablemente habría acabado en la cárcel.

Posiblemente el punto de inflexión se produce con la llegada de Howard Ashman a los estudios Disney en un momento especialmente crítico para la compañía, con el fin de trabajar en La sirenita. Fue el fin de la inocencia. Ashman era culturalmente gay y venía de la tradición del musical de Broadway que desde los años cincuenta trazaba afinidades entre experiencia o cultura gay y decisiones narrativas y estéticas. Ashman comprendía el potencial queer de Disney y su relación con la infancia queer. Evidentemente esto no podía hacerse de manera muy explícita (oficialmente siempre se negó esa relación aunque el número de artistas gays visibles en todos los niveles de la productora es notable), pero uno puede ver cómo a partir de este momento el baile entre Disney y el público queer es cada vez más claro. La canción Part of Your World de este film se convirtió en un auténtico hito entre los gays de cierta generación, uno de los temas que sonaban en ciertos bares y que cantábamos con entusiasmo y lágrimas. De alguna manera la canción parecía articular cierto anhelo de alguno de nosotros. No, el anhelo de Ariel de ser parte del mundo humano no es específicamente homosexual. Y sin embargo, nuestras lágrimas fluían y nuestros sollozos interrumpían un canto que era, de facto, comunal, que servía como expresión de una experiencia compartida. El resto de la historia, por cierto, se inspiraba en un relato de Hans Christian Andersen en el que cierta crítica ha sabido ver un correlato de la experiencia de su autor como homosexual frustrado. El caso es que a partir de entonces se producen cada vez más guiños y cada vez resulta más difícil de negar que éstos son conscientes. Aunque muchos los supieron ver en El jorobado de Notre Dame o Hércules, la verdad es que el producto más acabado en este sentido es Frozen, que significa una vuelta de tuerca al subgénero de princesas Disney (aquí la ya reina lo que quiere es que la dejen en paz y el príncipe pretendiente de su hermana resulta ser un canalla), e incluso propone, con Let It Go, un perdurable himno que puede dar voz a una salida del armario, un poco como aquello de A quién le importa en otro tiempo.A quién le importa Coco supuso un interesante giro cuando, aunque no hubiera contenido LGTB, algunos de sus creadores se presentaron como hombres y mujeres gays sin complejos al recibir el Oscar en 2018. Gestos como aquel nos autorizan, por lo menos, a hablar de intencionalidad queer en algunas producciones Disney-Pixar: no se trata de una fantasía o algo ideológico, lo que siempre sospechamos ahora sabemos que está ahí.

Con Luca se ha vuelto a incidir en el guiño, nunca del todo reconocido, al espectador del espectro queer o al que quiere “algo más” en una película de dibujos animados. queerAlgunas cosas que encontramos en Luca estaban ya en La sirenita, pero han pasado treinta y tantos años y hoy leemos de manera diferente y, sobre todo, expresamos reacciones de manera diferente. Hay una manera oblicua de leer que hoy es perfectamente legítima y, de hecho, imparable. No me parece útil entrar con excesiva vehemencia en el debate sobre si Luca “es” una película LGTBI o incluso “sobre” la experiencia LGTBI. Yo diría que claro que sí, cualquiera puede verlo. Y, también, absolutamente no, cómo se le ocurre insinuarlo. Ambas cosas podrían probarse de manera contundente, y el lector puede adentrarse en el mundo de YouTube para encontrar ejercicios retóricos que cubren impecablemente ambas opciones.

De un tiempo a esta parte, Disney-Pixar sabe que no puede mantenerse totalmente al margen de las batallas culturales, y se ha especializado en nadar y guardar la ropa. Periódicamente nos hace guiños sobre su compromiso con el público LGTBI, pero sus productos se construyen pensando en la negación plausible de tal compromiso: si aparece algo que aluda explícitamente al afecto homo, se produce en los márgenes para que, si es necesario, pueda omitirse donde tales mensajes no son bienvenidos. Esto ha generado acusaciones de queer baiting: Disney, como otras compañías, nos interpela como consumidores pero sin hacer realmente nada por nuestra causa donde realmente importa. Luca sería un nuevo ejemplo de lo que muchos han identificado simplemente como descaro comercial. La película está llena de motivos que nos hacen identificar una experiencia queer proto-gay, y reconocerlos funciona como anzuelo para que hablemos de ella en un contexto queer, pero es evidente que narrativamente va de otra cosa, con lo cual el producto no es marginalizado por quienes objetan a la normalización de la experiencia queer. queerSiguiendo esta agenda, el director Enrico Casarosa, ha insistido contundentemente en que no se trata de una historia “LGTBI” sino de una historia de amistad “antes de que los novios y las novias se interpongan”. Las declaraciones son contundentes y han sido utilizadas por quienes niegan el carácter queer de la película, queerpara acusar a quienes ven una película con toques queer de exagerados, histéricos o de barrer para casa.

Pero es que las cosas no funcionan así. Ni en la vida ni en el arte. Es verdad que Pixar-Disney no va a entrar a saco en la sexualización de la adolescencia (aunque se podrían contar historias muy interesantes sobre ciertas estrellas del Disney Channel) y tampoco puede, en estos momentos y para sus productos más mainstream, introducir las convenciones románticas heterosexuales en una historia entre dos personas del mismo sexo. Pero lo que importa es que, en cualquier caso, no se puede aislar la experiencia pre-sexual de la visión plenamente sexual como si fueran dos cosas que no tienen que ver unas con otras. El niño queer lo es antes de entrar en las dinámicas sexuales. La experiencia pre-sexual del niño queer siempre ha tenido elementos que anuncian una subjetividad queer posterior. Y la película introduce una serie de elementos que el niño queer y el adulto que fue un niño queer reconocerá en muchos entornos y que son comunes a la etapa pre-sexual y la etapa en la que “los novios y las novias aparecen”. El niño queer recibe, antes de llegar a una etapa de búsqueda sexual, voces y avisos de que ciertos caminos no serán tolerados. queerPor ejemplo, los antagonistas de los protagonistas son reconocibles especialmente en una experiencia queer. El tío Ugo, al que la familia está caracterizando como uno de esos absurdos curas de nuestra infancia. De hecho, aunque se produce una reconciliación, la familia se presenta como algo asfixiante que intenta impedir que el protagonista explore su deseo. Y Ercole, el machirulo del pueblo es el vivo relato de muchos matones de patio de colegio, al que se atribuye una xenofobia que deriva en violencia. Por otra parte, la principal aliada de Luca y Alberto es Giulia, una niña “rarita”: un poco chicote, poco dada a la estética princesa (ella es más de astronomía), deportista. La abuela de Luca, otra aliada, articula una idea central a mucha pedagogía sobre el niño queer: habrá gente que nunca lo aceptará, pero otros sí, y de lo que se trata es de elegir a los amigos. Si a esto se añade la presencia de dos ancianas que comparten casa y que resultan ser también monstruos marinos, me parece totalmente fuera de lugar la acusación de que ahí no hay nada gay y que estamos leyendo excesivamente. La literalidad es uno de los males de nuestro tiempo. Sí, es una historia de monstruos que caracteriza a sus pre-adolescentes como pre-sexuales. Pero hay que señalar que las películas no son sólo lo que la trama cuenta literalmente.

La era del armario, con la imposición de la invisibilidad, convirtió a los espectadores homsexuales en lectores avezados de signos, en espectadores que re-interpretaban la trama para articular su propia experiencia, pero sería un gesto meramene retórico declarar que estos signos hacen de Luca una película queer. Otros más atrevidos que yo lo han hecho. La videobloguera Rowan Ellis (Unhinged Lesbian), en su comentario sobre la película se limita a decir que si ella ve que Luca es queer, entonces, se pongan como se pongan Casarosa y otros blogueros, la película es queer y punto. Me gustaría compartir su entusiasmo, pero siempre creo que el matiz es importante y la contundencia no siempre convence a quienes no acaban de verlo. Pero sí me parece que el mundo de los blogs ha cambiado el modo en el que significan las películas. Siempre hubo críticos, pero el crítico trabajaba para un medio y funcionaba dentro de parámetros de lo decible más o menos amplios pero siempre limitados. Llegar a crítico de un medio implicaba adoptar un lenguaje. En la crítica de los videobloggers hay una verdad visceral que puede no convencer a todos, pero que en su provocación contribuye a lecturas mucho más amplias. Lo que antes veíamos en secreto, hoy seguro que lo ha visto algún videobloger. Y esto es bueno (creo).

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Mi posición no es que cada uno lee a su manera y que si quieres que algo sea gay es gay. Que también, pero que no basta. En realidad, como digo, me importa poco que la película “sea” o “no sea” “sobre” la experiencia LGTBI. Nos sobran exégetas y nos faltan pedagogos. No se trata, a mi juicio, de imponer una interpretación sobre otra, de decidirnos entre dos lecturas con diagnósticos opuestos. Quizá sea más importante plantearnos, cuando se da, como aquí, ambivalencia narrativa, qué queremos hacer: queremos activar la ambivalencia siguiendo una agenda que apoye y confirme decisiones liberadoras sobre lo que uno es, sobre identidad y sexualidad, o queremos negar esas potencialidades para imponer una visión sobre identidad y sexualidad que no será liberadora para todos. Lo innegable es que hay suficientes elementos en esta película para que pueda utilizarse como pedagogía LGTBI. Y aquí la pelota está en el otro lado de la red. Más allá de las intenciones de los creadores, la decisión que tienen que tomar quienes hablan sobre ella es si quieren visibilizar los aspectos específicos de la experiencia del niño queer o si quieren negarla y ocultarlos. Y si Disney-Pixar está creando un espacio, dentro y fuera de la narrativa, en el que, al menos, nos invita a entrar, a crear pedagogía, a encontrarnos a nostros mismos, no soy yo quien vaya a cuestionarlo.

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Alberto Mira es escritor y profesor en la Oxford Brookes University

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