Luego será tarde

Lo que temíamos. ¡La bestia electoral se ha despertado! Se van a multiplicar los gestos histriónicos, las palabras gruesas y el menosprecio a la capacidad de razonamiento de la ciudadanía. Se produjeron desde el primer día, y al constatar que no causaban rubor ni vergüenza ajena, con el pistoletazo de las urnas se levantará la veda.

Tal zafia aproximación a la política puede tener varias razones, la falta de capacidad para generar algo más sustancioso entre ellas. Pero a mi entender, la principal es la propia voluntad de degradación de “lo político”, de la que los populismos sacan generosa tajada.

En la excelente entrevista de Antonio Contreras a Jesús Maraña (infoLibre 8.1.2022), este se refiere a los “regímenes de democracia autoritaria o iliberal, que aprovechan los instrumentos democráticos para imponer retrocesos en el propio sistema democrático”. Es completamente cierto, un instrumento puede utilizarse para generar música celestial o para partirle la crisma al oyente. Así que la decisión queda en manos del espectador, que debe escoger entre un concierto estimulante o el riesgo de salir magullado. Dependerá de su conocimiento de la trayectoria y las intenciones del concertista, léase del candidato. Pero ello requiere de un esfuerzo que el músico avieso trata de desactivar.

Hasta ahora, lo que se ha llamado lucha cainita entre partidos ha sido patente, no solo entre ellos, sino incluso en el interior de estos. ¿Se puede afrontar una campaña electoral así? Pues parece que sí, ya que de lo que se trata es de llamar la atención, y siempre sobresale más una pelea que un abrazo. ¿Tiene remedio? Nuevos actores en escena pueden mitigar o aumentar el fenómeno.

A dos años vista de los comicios estatales, está emergiendo el proyecto Yolanda Díaz. Sobre ella, Maraña apunta “que sería deseable que significara la unificación de esa fragmentación a la izquierda del PSOE”. ¡Por descontado!, pero ¿basta?, ¿no debería ser más amplia, si no la unificación, sí la coordinación?

¿Qué ha pasado hasta ahora? Con gestos más o menos elegantes, con artimañas más o menos marrulleras, se intenta el trasvase de un fragmento de la izquierda u otro. El resultado: la misma suma total, con distintos sumandos que dan más o menos relevancia a uno de ellos. Pero también, a menudo, con un resultado total que les impide gobernar, con lo que la relevancia queda en nada… y su prestigio, en menos.

Queda claro que ni Yolanda ni Pedro van a pescar gran cosa en los caladeros de la extrema derecha, llámese PP o Vox. Así que ponen el cebo y tiran la caña en el estanque del vecino. Suma igual, resultado: cero.

Antes de caer en el desánimo, pensemos en los peces. En todas partes está cayendo la participación, en buena parte gracias al autodescrédito de la política impulsado por las burdas prácticas de la oposición. Se está generando una enorme bolsa de posibles electores que no van a ejercer su derecho al voto, salvo que una anécdota, un bulo o un error hinchado mediáticamente les haga levantar el culo e ir a la urna. Es el caladero ideal para la derecha populista. Ante tal situación, pensemos en el luctuoso atentado de Atocha y cómo creó una reacción favorable a la izquierda, al quedar patente la mentira pepera. La emoción pudo con la pereza y el desencanto.

¿Y ahora? ¿Yolanda Díaz con un Más España?, ¿con un Recortes Uno?, ¿rebañando votos a Podemos, Izquierda Unida o al PSOE, mientras estos se los trapichean entre sí? ¿No sería más efectivo el acercarse a esta bolsa enorme, cercana a la mitad del censo, millones y millones de personas que no entienden de presupuestos, ni de legislación comunitaria, pero sí, y mucho, de lo difícil que es sobrevivir dignamente con salarios vergonzosos?

Están ahí, inquietos, desasosegados, asqueados por los rifirrafes parlamentarios y los devaneos judiciales. Están ahí y son carne de cañón para los populismos y su dominio de las técnicas de influencia social. Lamentablemente, no basta con la esforzada labor de los medios como infoLibre. Maraña defiende la necesidad de que los lectores se impliquen. Y así lo hacen muchos de sus suscriptores, pero no es eso. Ellos ya votan, y mayoritariamente opciones progresistas.  Se precisa una labor pedagógica constante y de alcance universal, que Yolanda Díaz reclama. Pero no para difundir solo las bondades de la acción de gobierno, que también, sino la necesidad de que se perciba la presencia de una corriente masiva que empuja hacia un mundo más justo y solidario. Sí, muy bien, pero ¿cómo llegar al segmento de población alejado de la política, antes que lo hagan los Trump de pacotilla que pululan por ahí?

Uno de los factores que inclinan la balanza a la hora de participar en algo, como sería el voto, es la emoción, aquella corriente más allá del frío conocimiento, que nos conecta con otras personas que sienten lo mismo. Si es suficientemente fuerte, propicia el dar el paso. ¿Podría ser la percepción de que la izquierda, en su acepción más amplia, seguirá con una cierta cohesión la senda de un cambio profundo en España?, ¿que lo que los une es más fuerte y sólido que los matices que les distinguen?

¡La bestia electoral se ha despertado! Se van a multiplicar los gestos histriónicos, las palabras gruesas y el menosprecio a la capacidad de razonamiento de la ciudadanía

A raíz del Frente Popular en las elecciones de 1936, el historiador Santos Juliá nos dice: “El 15.1.36, [al ver que] los representantes de Izquierda Republicana, Unión Republicana y Partido Socialista [que constituyeron el Frente Popular], que firmaban también el Partido Comunista, el POUM, el Partido Sindicalista, la Federación de Juventudes Socialistas y la UGT… inmediatamente volvió a encenderse, en aquella mitad de España que se sintió derrotada en las elecciones de 1933, la esperanza de un nuevo triunfo, inspirada no tanto por lo que el pacto decía, sino por el simple hecho de decirlo, por la escueta razón de su existencia”. Por el simple hecho del pacto, por la existencia de una sintonía entre fuerzas tan dispares en sus planteamientos y también en el volumen de sus bases, como el PSOE o Izquierda Republicana, el PC o el POUM. Incluso por la contención de la poderosa CNT, cosa que sería de agradecer también en muchos grupos de izquierdas que hoy en día dedican más esfuerzo a denostar a sus semejantes que a denunciar las cacicadas de la derecha.

Queda tiempo para las elecciones generales. Así que un análisis sereno, ecuánime, por parte de las fuerzas en el gobierno y otras fuerzas de izquierda (las más posibles, parlamentarias o no), en el que se dieran ya las líneas maestras de la futura coalición en caso de ganar las elecciones, quizá podría generar esta emoción solidaria que empujara a muchos no votantes a las urnas. No sería un programa común, no precisaría de ninguna fusión o absorción, simplemente debería poner de relieve los puntos en los que ya ahora, antes de los comicios, se está de acuerdo en avanzar. Podrían aparecer también los puntos de desacuerdo como orden del día de futuros debates, dado el carácter heterogéneo de las fuerzas. Pero el mensaje estaría ahí, para luchar contra el populismo que primero hincha un problema para luego dar con la solución fácil pero falsa. —No, dirían, los problemas están ahí, y nosotros, Pedro, Yolanda, Alberto, Íñigo, y también José María o Unai, fuerzas sociales y políticas, pensamos conjuntamente que la línea a seguir en A, B o C es esta, y prometemos sentarnos a debatir sobre los temas D y E, dado que hoy en día las posturas aún no coinciden. Sí, antes, no después, evitando el garrafal error de 2019, en que una repetición de elecciones para conciliar el sueño trajo la peor pesadilla de la mano de un Vox envalentonado.

No hay ninguna garantía de que el mundo no derive hacia un fascismo de nuevo cuño, aupado por los populismos barriobajeros. Trump puede volver a ganar, Zemmour o Pécresse tienen opciones, ¡hasta Berlusconi entra en liza! Se perciben indicios en numerosos países. ¿Por qué no en el nuestro, donde si seguimos así, el PP puede llegar a ser el soporte de un Vox gobernante?, ¿cómo pararlo?

No es preciso ser profeta para augurar que no habrá mayoría absoluta para ninguno de los contendientes. Tampoco para ver que la derecha continuará e incluso aumentará su actitud negativa y degradante, así como su capacidad de influir en el grueso de electores pasivos, más allá de sus propios seguidores, lo que se verá reforzado por una ley electoral que favorece a la derecha rural caciquil. Quizá solo se podrá compensar con la percepción por la ciudadanía de que, más allá de las diferencias, que son muchas, hay una sólida sintonía en hacer avanzar el país en la línea que se está siguiendo ya ahora, pero con mayor empatía y tiempo por delante.

Pero antes, para motivar, no después para llorar. 

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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. También es miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre.

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