Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
En la respuesta que el escritor y político Marqués de Molins da al discurso de ingreso del poeta Ramón de Campoamor a la Real Academia Española en 1862, propone tres elementos fundamentales para la consecución de lo que llama las “revoluciones de la civilización” y que tienen, a mi juicio, un destacado componente de actualidad.
Dice que es necesario que haya tres inescrutables manifestaciones para el desarrollo de las revoluciones: Un corazón que lo desee, con lo que abre la puerta al planteamiento de los poetas; un entendimiento que lo formule, aplicando esta función a los filósofos y, definitivamente, un brazo que lo cumpla, dándole esta particularidad al soberano o al guerrero.
Desde mi punto de vista, estas tres vías de participación en la revolución son muy destacables si tenemos en cuenta lo que podemos encontrar en el seno de nuestras sociedades actuales.
Porque si asumimos esa fuerza y ese ímpetu real, la idea desde la que nace el impulso correspondería a los y las poetas. Y si nos detenemos en esta participación veremos cómo nos hemos desentendido de la aportación que la literatura –o la creación literaria– podría entregar al desarrollo de las políticas que determinen la vida futura de los ciudadanos y ciudadanas. Y es que el poeta, lejos del achaque de Platón de fingir el discurso, puede proponer un elemento fundamental: El enfoque humanista que construye desde la principal pieza de análisis de las gestiones y las acciones del Estado.
No debemos desdeñar esta aportación, entre otras razones, porque facultaría a la masa social para integrar una actitud de contestación ante la fuerza del neoliberalismo o la puesta en marcha de movimientos de exclusión, o ante cualquier enfoque tecnocrático.
Que el ser humano es la medida de todas las cosas, como decía Protágoras, puede ser solo un aforismo o la contestación ante los apeaderos de la civilización tal y como la entendimos. El poeta maneja los resortes para viajar al centro del ser, en algunos momentos desde la metafísica, en otros desde lo social, para interpretar sus verdaderas necesidades, los impulsos que las ponen en marcha.
Pero también el filósofo sostiene el núcleo más favorable del discurso, porque, como decía el Marqués de Molins, es el entendimiento que lo formula.
Desde el ímpetu del poeta surge entonces la capacidad de asimilación de la idea. Y esa idea tiene que ser la base del discurso político; no desde una actitud de rechazo o exclusión, sino desde la visión general del ser humano en su conjunto, como una acción de unificación de intereses y de objetivos comunes. Luego vendrá el concurso del que gobierna y el que propone las leyes desde las que se gobierna, pero asentado fundamentalmente en la idea del poeta y la fórmula del filósofo.
¿Y cómo podemos asimilar estas conclusiones en nuestras sociedades actuales? ¿Tienen cabida real las aportaciones de los poetas y los filósofos? Creo que indudablemente sí, porque determinan, a estas alturas del deterioro de las democracias y del protagonismo de movimientos de ultraderecha, la fuerza de una idea desde la que ir construyendo una contestación definitiva a cualquier actitud que no frecuente el humanismo como región necesaria.
Pararse a pensar en el trabajo de poetas y filósofos para los gobernantes significa también activar mecanismos de revolución en el centro del impacto social
No pensemos que abordar estos caminos ahora podría ser una utopía en la civilización que nos ha tocado vivir, porque determinan, al menos, la reflexión sincera, el concurso de la inteligencia y el núcleo de cualquier propuesta para incrementar, entre otras cosas, la solidaridad entre individuos.
Pararse a pensar en el trabajo de poetas y filósofos para los gobernantes significa también activar mecanismos de revolución en el centro del impacto social, así como cualquier acción que anime a conquistar espacios de libertad o compromisos con la paz, o determine movimientos hacia la solidaridad o en contra del rechazo. Asimilar el rumbo de civilizaciones que dependan de la idea del poeta o de la fórmula del filósofo, para que puedan ser transmitidas a la acción de los gobiernos, implica apostar fuerte por una nueva manera, no solo de comprender lo que somos, sino de dotarnos de herramientas para saber qué queremos ser.
La filosofía o la poesía están en el centro del pensamiento, facultan para pensar bien, construyen desde la moral y amplifican el sentimiento social. ¿Qué podemos pedir ahora a la política, en los momentos más difíciles de un mundo que camina hacia un destino no muy optimista en cuanto a derechos sociales y a la unión de civilizaciones? Un proceso de asimilación de la inteligencia, una apertura radical que nos haga ver la luz edificante del humanismo.
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Javier Lorenzo Candel es poeta.
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