Cuando Vox llama a la puerta
Durante muchos años, España ha sido una anomalía política en la medida en que carecía de una formación de extrema derecha con representación parlamentaria. Con la irrupción de Vox, se dio fin a esa anomalía, pero se inició otra, pues, mientras en el resto de Europa los partidos de la derecha democrática han establecido un cordón sanitario frente a la extrema derecha, en España el Partido Popular no ha tenido el menor escrúpulo en pactar, cuando le ha sido necesario, con los herederos ideológicos del fascismo que acabó con la democracia en la Europa de los años 30 y provocó una Guerra Civil en España y una Guerra mundial.
La particular actitud de la derecha española frente a los nostálgicos del totalitarismo tiene que ver con la diferencia existente entre nuestra derecha y la europea. En efecto, la derecha europea debió combatir, desde finales de los años 30, contra el totalitarismo de la extrema derecha, en sus versiones nazi o fascista, mientras que la derecha española, en aquella época, se daba la mano con ese totalitarismo para acabar con la democracia en España. Y, a partir de ahí, un idilio derecha-extrema derecha que ha durado setenta años. En realidad, los ancestros de los dirigentes de Vox y del PP fueron quienes gobernaron, y arrasaron, este país desde 1936 hasta 1975. Y, de hecho, Vox es fundado por dirigentes del PP, por lo que las alianzas no suponen sino recomponer lo roto hace escasos años.
Las lonas amenazantes comienzan a proliferar por las fachadas de nuestras ciudades, mostrándonos a quienes no comulgamos con su manera de pensar el camino de la basura o del exilio
Por ello, no nos coge de sorpresa la celeridad con la que, tras las elecciones municipales y autonómicas, PP y Vox han comenzado a cerrar pactos por todo el país. Alguien dijo que Vox es el PP con un par de copas de más. Es evidente que las celebraciones poselectorales han animado a los dirigentes del PP y, en esa euforia poco contenida, han decidido abrazar lo que Vox les ponga por delante. Así, en Aragón, Azcón nos ha colocado a una antivacunas y negacionista del cambio climático, Marta Fernández, al frente de la Cortés de Aragón. Nada nos ha dicho nuestra presidenta, de momento, sobre la condición plana o esférica de la Tierra, pero me temo lo peor. Por su parte, en Valencia, nos colocan como responsable de cultura a alguien, Vicente Barrera, que se jacta de ser nieto de quienes ganaron la guerra y se piensa si llamar a su caballo Caudillo o Duce. Es decir, un demócrata convencido, de los de toda la vida. Su condición de torero, por otra parte, se convierte en una perfecta metáfora de lo que entiende por cultura la derecha patria.
Y una vez que esas dos copas de más se convierten en eje político, empezamos a encontrar las consecuencias. Una obra de Virginia Woolf, Orlando, es censurada en un ayuntamiento de Madrid (la tierra de la libertad, ya saben. Que no del libertinaje, claro); en Cantabria, PP y Vox retiran de la programación de verano la película infantil Lightyear. Por cierto, lo mismo que ha sucedido en algunas de las avanzadas democracias laicas del Golfo Pérsico. Y las lonas amenazantes comienzan a proliferar por las fachadas de nuestras ciudades, mostrándonos a quienes no comulgamos con su manera de pensar el camino de la basura o del exilio.
Aunque mi texto pueda contener ciertas dosis de humor, nos encontramos ante una situación de tremenda seriedad. El 23J este país se juega mucho, no solo un gobierno, sino cómo será nuestro porvenir. Tal como se vienen desarrollando las últimas semanas, cabe preguntarse qué tipo de enseñanza se va a permitir en las comunidades autónomas en las que Vox tenga influencia, que control ideológico van a establecer sobre escuelas y universidades. Incluso qué películas serán aceptables en los cines. No es una pregunta baladí, prohibir una representación de Virginia Woolf es todo un síntoma. El PP nos prometía un verano azul. No dudamos de su vocación de regreso al pasado y de su nostalgia por las camisas azules, pero nos da la impresión de que, más que de Verano azul, con su “No nos moverán”, son de Funny games, la terrible película de Haneke. Yo, desde luego, si Ayuso llama a mi puerta para pedirme una docena de huevos, me empararé de sudor frío.
_________________________
Juan Manuel Aragüés Estragués es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. Proyecto: 'Racionalidad económica, ecología política y globalización: hacia una nueva racionalidad cosmopolita'.