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La desigualdad enquistada desnuda las carencias del PIB como vara de medir la economía española

Monedas de un euro e inferiores.

Si Bill Gates –o Elon Musk, o Bill Gates, o Amancio Ortega– entrara en un bar de barrio, de repente el PIB del bar se dispararía, y también el PIB per cápita. El parroquiano que apura su vino peleón en la esquina de la barra, informado del súbito incremento, podría llegar a pensar que su suerte ha cambiado... pero lo cierto es que seguiría tan pobre como antes de que el magnate atravesara el umbral de la puerta.

Esta parábola y otras similares son a menudo utilizadas para ilustrar la incapacidad del PIB a la hora de integrar un factor clave de la economía y la sociedad: la desigualdad. La parábola se deja fuera el otro gran flanco del PIB expuesto a la crítica: al ser un indicador de referencia mundial, en la práctica estimula las comparaciones entre países, lo cual alienta la competencia por alcanzar mayores niveles de crecimiento, para desesperación de quienes creen que la era del cuanto más mejor a toda costa demostró su inviabilidad con la Gran Recesión y es suicida ante el cambio climático.

Y, sin embargo, ahí está el PIB: solo, sin rival, en todo lo alto.

Gobierno, OCDE, Comisión, FMI, Goldman Sachs...

A pesar de sus limitaciones y sesgos, todo el debate gira en torno al Producto Interior Bruto, que sirve como nota trimestral del curso de la economía y, más aún, de medidor del resultado de la políticas, lo cual a su vez las condiciona. La OCDE, la Comisión Europea, el FMI, el Banco de España, Funcas, un puñado de bancos privados españoles e internacionales, los omnipresentes JP Morgan y Goldman Sachs y por supuesto el Gobierno: todos pronostican o miden la evolución del PIB. Y el INE –en el caso de España– lo establece oficialmente. Los titulares se suceden cuando tal institución rebaja una décima, tal otra la sube. A veces, "el PIB" se traduce por "la economía". En vez de, "el PIB crecerá tanto", se dice "la economía crecerá tanto".

El elemento picante lo pone que alguna institución internacional haga un pronóstico más pesimista que el Gobierno, que ahora sitúa su previsión de crecimiento del PIB en el 4,3% para 2022 y el 2,7% para 2023. En cambio, el FMI cree que los porcentaje serán del 4% y 2% en 2023. Por ahí se mueven los cálculos. Y alrededor de los mismos se superponen las voces de expertos y las valoraciones del Gobierno y la oposición. Es clave si crecemos más o menos que "los países de nuestro entorno".

"Dominante" y "peligroso"

"El PIB sigue siendo dominante. Esto es peligroso sobre todo en contextos de mucha desigualdad, porque el PIB esconde mucho cuando el 1% controla un 30% de lo producido", explica Diego Sánchez-Ancochea, catedrático de Economía y director del Departamento de Desarrollo Internacional de la Universidad de Oxford, autor del ensayo El coste de la desigualdad. Lecciones y advertencias de América Latina para el mundo (Ariel, 2022).

"El PIB es totalmente insuficiente, no nos permite ver la situación real de la mayoría de la población",ade Juan Carlos Llano, director del informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, que se refiere al caso concreto de España. "Aquí el PIB puede crecer, y de hecho así ha ocurrido, mientras crecían la pobreza y la desigualdad. Claro, el PIB mide la riqueza, el tamaño de la tarta, pero no cómo se reparte. Es totalmente insuficiente en España, donde los años de crecimiento, tanto antes de la crisis [de 2008] como después, no se han traducido en bajadas de la pobreza. El PIB puede crecer a todo trapo y que la pobreza no baje", afirma.

La fotografía del PIB no tiene definición para mostrar la desigualdad. Y ese es un problema grave en España, sobre todo a raíz de la Gran Recesión. En 2019 el 1% más rico acaparaba casi 3 puntos más de la renta total que el 50% más pobre. Tanto la pandemia como la inflación hacen previsible un agrandamiento de la brecha, como alertan todos los organismos internacionales. La avería del ascensor social ha ampliado un 30% la brecha de pobreza por origen familiar.

El PIB crece, la pobreza también

Llano, de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, ilustra sus reservas sobre el PIB poniendo encima de la mesa su último informe, elaborado a partir de indicadores económicos oficiales [ver aquí un resumen y aquí completo]. ¿Qué dice el estudio? El incremento del PIB no genera por sí solo "reducción de la pobreza".

El informe cuestiona de raíz la idea de la recuperación económica postcrisis basada "en la creación de empleo, de cualquier empleo, sin importar las condiciones, y en el incremento del PIB". La economía española, señala el informe, ha mostrado ya una "incapacidad de recuperar las condiciones de vida anteriores a la crisis" incluso con una "mejora macroeconómica" que implica "cifras del PIB nominalmente por encima de las registradas en 2008". Es un diagnóstico que Llanos ve demostrado para la salida de la Gran Recesión y válido para el actual escenario de salida de la pandemia e inflación. Dos datos ilustrativos recogidos en el informe. Entre 2013 y 2019 la tasa de pobreza pasó del 20,4% al 20,7%. Es decir, subió 3 décimas. ¿Qué hacía mientras el PIB per cápita? Crecer de forma "ininterrumpida y acelerada", pasando de 21.899 a 26.426 euros (+20,67%).

El informe permite ver la secuencia completa. "Los años de bonanza económica [antes de la crisis] no trajeron como consecuencia una reducción de las tasas de pobreza, pues se mantuvieron en torno al 20% entre 2004 y 2008, a pesar de un incremento del PIB per cápita de casi 5.000 euros (25%) en el periodo 2003-2007", señala el informe. Sin embargo, la llegada de la crisis sí impulsó luego una "elevación sustancial" de las tasas de pobreza. Finalmente, llegó la llamada "recuperación". Pues bien, el PIB per cápita creció en 2.080 euros (+9,5%) justo en los años en se concentró el máximo incremento de la pobreza: 2013-2016. Sólo a partir de entonces, la pobreza comenzó un periodo de mejora que supuso una reducción de 1,3 puntos, hasta llegar al 21% en 2020. "Sólo después de tres años de intenso crecimiento del PIB comenzaron a trasladarse los resultados macroeconómicos a la tasa de pobreza", recoge el informe. Y además, levemente. Fue necesario un crecimiento del PIB del 11,2% (2.447 euros entre 2016 y 2019) para conseguir una reducción de la tasa de pobreza del 7%.

Desde 2007 a 2020 la economía española ha experimentado todo tipo de tendencias. Pero hay un indicador que permanece ahora como entonces. Durante todo ese periodo, es decir, desde el principio de la serie, el coeficiente Gini de medición de la desigualdad ha pasado de 32,4 en 2007 a 33 en 2020. Si quitamos 2020, con unos datos distorsionados por el covid, vemos que el año anterior, 2019, estaba en 32,1. Durante ese mismo periodo (2007-2019), el PIB per cápita creció un 11,1%.

¿La conclusión de todo ello? Sale del informe citado: "PIB y empleo son condiciones necesarias, pero no suficientes" contra la pobreza, la exclusión y la desigualdad. Son imprescindibles, además, medidas de reparto de la riqueza. Pero esas, claro, no computan en el PIB.

Un indicador con limitaciones

Porque, ¿qué mide el PIB? El INE lo define como el "indicador económico que refleja el valor de los bienes y servicios finales producidos" en un territorio durante un periodo. El territorio puede ser una comunidad o un país, lo que permite hacer comparaciones dentro de España y de España con otros países que utilizan la misma metodología. El instituto de estadística lo considera una cifra que "sintetiza la actividad económica" y "permite evaluar el comportamiento general de la economía y el resultado de la política económica". El PIB nacional se publica trimestralmente y el autonómico, una vez al año. Mientras tanto, como hemos visto, hay un aluvión de pronósticos y mediciones.

Las críticas al PIB no son sólo políticas, también técnicas, aunque ambas van entrelazadas. Es decir, los contrarios a la pibcracia alegan una supuesta insuficiencia en su alcance, que a su vez tiene implicaciones en la forma en que miramos la economía, reduciendo la importancia del bienestar social. En el plano técnico, las objeciones se suelen centrar en lo que omite: calidad de vida, nivel de su sistema educativo o de sanidad, medio ambiente, calidad de los bienes y servicios, condiciones laborales... Hay aspectos que –no sin polémica– sí están incluidos, como prostitución, tráfico de drogas o juego ilegal, que el INE también estima siguiendo las directrices de Eurostat.

Estas objeciones técnicas están conectadas con las político/ideológicas. "El PIB es un indicador para medir la riqueza de los países que eu substancia en el valor de la producción de determinados bienes y servicios. Pero la pregunta es: '¿Es un buen indicador para medir el bienestar de la ciudadanía?'. En este sentido, deja bastante que desear, porque no indica cómo se distribuyen los ingresos en la ciudadanía" señala Ángel del Castillo, miembro de la Plataforma contra los Fondos Buitre y Attac, que señala que quedan fuera actividades como "el trabajo voluntario".

Cuestionamientos

Hay dos voces a nivel internacional que han contribuido especialmente a cuestionar el PIB. Una es la del premio Nobel Joseph Stiglitz, que lleva al menos veinte años diciéndolo. En plena pandemia, Stiglitz explicaba así su punto de vista: "Si hubiéramos tenido mejores medidas [que el PIB], habríamos tenido una mejor idea del daño que la crisis de 2008 estaba causando. Deberíamos trabajar en una mejor medición de la salud de la economía, para ver hasta qué punto nuestras políticas de estímulo están mejorando nuestras sociedades. Nuestro enfoque no nos ha permitido calcular la fuerza de nuestra economía. Hay una gran diferencia entre si un vehículo tiene una rueda de repuesto o no. Pero en la forma en que medimos el PIB, un vehículo sin rueda de repuesto es más eficiente. Hemos creado una economía sin rueda de repuesto".

La segunda voz que cuestionó el PIB ya se apagó. Y no es una cualquiera, sino la de su propio creador, Simon Kuznets (1901-1985), que dejó constancia de que estaba en desacuerdo con la forma en la que lo que debía ser una medición del "bienestar económico" acabó siéndolo "actividad económica". "Hay muchas cosas en la economía que no son buenas para la sociedad pero sí para la economía. Por ejemplo: si hay más crímenes se le paga más a los abogados y a la policía, y eso cuenta en el PIB", explicaba en 2018 a la BBC Diane Coyle, autora de El PIB: Una historia breve pero entrañable.

El PIB se impone

La Gran Recesión primero y ahora la pandemia y la crisis por la inflación han devuelto vigencia al debate sobre el PIB. No es nuevo. Instituciones como la OCDE, el Banco Mundial o el FMI, así como la propia Comisión Europea, están tratando de introducir en las mediciones criterios que tengan en cuenta la "inclusividad" del crecimiento. Pero ninguna de estas iniciativas, como el Índice de Desarrollo Humano, rivaliza en impacto mediático, económico y político con el PIB.

Los rigores del indicador de referencia castigan al mismísimo Joe Biden, que junto al presidente de la Reserva Federal de EEUU, Jerome Powell, se afanan estos días en argumentar que, pese a que el país ha entrado en recesión, esa etiqueta causa una impresión injusta en una economía que ha creado un millón de empleos en tres meses. ¿Y qué es técnicamente una recesión? Dos trimestres consecutivos de retroceso del PIB. Sí, otra vez el PIB como vara de medir.

En mayo de 2020, en plena pandemia, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, dio por amortizado el PIB porque "progreso sin justicia es retroceso" y era necesario un "nuevo parámetro" que mida la "felicidad". La realidad es que el "nuevo parámetro" no llegó a concretarse y a finales de julio López Obrador celebraba que el PIB de México crecía mientras el de otros países caía. "Vamos recuperándonos, vamos avanzando", señalaba. ¿No es previsible que si el PIB crece en Estados Unidos el próximo trimestre, Biden sea el primer en salir a celebrarlo?

Así que el PIB sigue mandando. Y lo hace incluso allí donde la desigualdad es mayor. "En América Latina el PIB sigue siendo el indicador dominante. En países como Ecuador y Bolivia se habló del buen vivir y de la necesidad de alternativas, pero a la hora de la verdad los gobiernos acaban centrándose en la idea de promover el crecimiento del PIB como la forma más clara de promover el desarrollo. Creo que hay evidencia más que suficiente de que eso no es la posición más adecuada. El PIB y el PIB per cápita pueden crecer porque aumenta la riqueza de los más ricos. Es más interesante ver cuál es el crecimiento del 40% más pobre de la población", afirma Sánchez-Ancochea, de Oxford. Aunque está especializado en América Latina, sus críticas tienen resonancias en España, donde el académico de Oxford detecta síntomas de enquistamiento de la desigualdad que le recuerdan a los vistos en países del subcontinente americano.

La difícil alternativa

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A menudo el debate sobre el PIB se mezcla con el del crecimiento/decrecimiento. "A mí no me parece válido afirmar que tiene que decrecer el PIB, porque el PIB es un indicador, como su propio nombre indica, bruto, brutísimo. Es evidente que hay dimensiones insatisfechas, muchas personas no tienen acceso a bienes y servicios básicos. Por lo tanto, ¿qué debe crecer y qué debe decrecer? Esto hay que aclararlo", exponía Juan Torres, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, en una entrevista con infoLibre en febrero.

En una reciente publicación en Twitter, el economista Daniel Fuentes, profesor en la Economía de Alcalá, se mostraba partidario de no caer ni en el "fetichismo", ni en la "excomunión" del PIB.

"Basta con saber qué es, qué mide y qué no. Sin más", exponía. Fuentes recuerda que otros indicadores, como el Índice de Desarrollo Humano de la ONU o el Better Life Index de la OCDE "acaban teniendo una correlación muy fuerte con el PIB". Luego no es fácil escapar de esas tres letras. Coincide Sánchez-Ancochea: "Los indicadores basados en la satisfacción y la felicidad son complicados porque son más subjetivos y dificultan la comparación entre países. Más que buscar un indicador mágico, necesitamos completar el PIB con otros que muestren la forma en que la mayoría de la población va mejorando o no sus condiciones de vida", explica.

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