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Los costes sociales de la crisis

España se instala en el círculo vicioso de la precariedad

Protesta de los profesores precarios de la Complutense de Madrid.

La precariedad no es un daño colateral provocado por las deficiencias de la economía española, o al menos no es sólo eso. Es antes "una premisa, un punto de partida" del funcionamiento de nuestro mercado laboral en la era de la crisis permanente, según el sociólogo Jorge Moruno, autor de No tengo tiempo. Geografías de la precariedad. "Esto no es circunstancial. Es una realidad estructural en España. Nuestra condición de partida es servir a otros. Turismo a granel, sol y playa barata", incide. Así están las cosas. Con la precariedad nombramos un rasgo definitorio de la anunciada salida de la crisis, basada en la devaluación salarial y la "flexibilidad laboral", eufemismo apenas disimulado de la pérdida de derechos. Según el discurso económico dominante, combatir la precariedad vendría a ser retrotraernos a los errores previos a la crisis, cuando nos empeñamos en "vivir por encima de nuestras posibilidades". Es la precariedad la que ahora delimita –según este discurso– nuestras posibilidades reales. Las del presente y las del futuro. Porque es un modelo venido para quedarse.

Pese al crecimiento macroeconómico, pese a trabajar 320 horas más al año que los alemanes, según datos de la OCDE de 2015, los salarios no despegan y la temporalidad no aterriza. Incluso Bruselas riñe a España por el exceso de empleo temporal. Al mismo tiempo proliferan empresas que exprimen la desesperación de parados y precarios con fórmulas para hacerlos pagar por trabajar, sobre todo en las fases de selección y formación. CCOO advierte que la tasa de precariedad en España es del 26,1%, casi el doble que la media de la UE (14,2%). El ejército de parados, con una tasa del 16,74%, tensiona todo el mercado laboral y debilita la posición del trabajador.

La crisis se alarga. Diez años ya. Y empieza a abrirse paso una constatación: la precariedad se retroalimenta, haciéndose con el tiempo más difícil de eludir para cada individuo que la sufre y para el conjunto de la sociedad. Año tras año es más complicada de extirpar de la sociedad, del mercado laboral, del funcionamiento de la economía e incluso del lenguaje. "Se está desarrollando una cultura de la precariedad", señala Jaime Aja, sociólogo del trabajo.

Debería –al menos en teoría– desarrollarse una oferta ajustada a la precariedad. Pero no. Los precios suben. El respiro de la bajada del petróleo toca a su fin. El precio del alquiler de la vivienda, fundamental para cualquier proyecto de emancipación, está disparado.La mercancía inmobiliaria se revaloriza por sus crecientes expectativas de beneficio vinculado al turismo. Estamos en otro boom, pero arrastrando a la vez el crash del anterior. En paralelo una supuesta "economía colaborativa", con apariencia de válvula de escape para las clases medias empobrecidas, ha acabado desvelándose como una forma especialmente salvaje de capitalismo, tanto por su política laboral como por su impacto en la ecología urbana (Airbnb y la gentrificación) y su escasa aportación a las arcas públicas en forma de impuestos.

Aumenta la penetración de gigantes multinacionales –Uber, Deliveroo...– que basan su éxito en el trabajo de falsos autónomos, con obligaciones similares a los contratados de antes, pero abonándose ellos mismos sus cotizaciones. Y con serias limitaciones para cogerse bajas o vacaciones. Las reformas laborales han creado el marco óptimo para reducir a la mínima expresión el valor trabajo y dejar indefensa a la mano de obra.

Los ajustes de la oferta de consumo acaban ahondando en el modelo precarizador: ropa y viajes low cost, plataformas para "poner a trabajar" tu coche o tu casa o aplicaciones, como Mom2Mom, para cuidar hoy de los hijos de otro a cambio de que mañana otros cuiden de tus hijos. Ya hay plataformas que te permiten comer las sobras de restaurantes "de calidad", aunque aún no han llegado a España. Al tiempo. Los medios saludan con euforia cada nueva idea genial para que el trabajador pobre apure cada céntimo.

Es frecuente que los precarios acepten entrar en esta dinámica de salir del paso, mientras sindicatos y académicos comprueban cómo crece entre los trabajadores, sobre todo los jóvenes, la desconfianza en el conflicto social como vía de transformación de sus condiciones materiales. "Ese núcleo central de la sociedad española que llamamos en integración plena es ya una estricta minoría, mientras que el espacio de la exclusión social –que era en torno a un 16,3% de la población en 2007–, se ha intensificado notablemente hasta alcanzar al 25,1% de los hogares en 2013", señala el Informe Precariedad y cohesión social de la Fundación Foessa, elaborado en 2014. El informe alerta de que caminamos hacia un modelo social "dualizado". Una ingente masa precaria y una minoría estable, imprescindible para mantener en pie el sistema. La tendencia no ha cambiado desde la publicación del informe.

La evolución intergeneracional del nivel de vida ha retrocedido, como ponen de relieve informes de Caixabank Research, Funcas y la Resolution Foundation. La renta de los hogares de los llamados "millennials" es menor, con respecto a la media, que la que tenían sus iguales de la generación anterior. En una carta abierta dirigida a los millennials con motivo de un reciente informe de Caixabank Research, Enric Fernández, economista jefe de Caixabank, escribe: "Si ya has encontrado un empleo, es probable que tengas un sueldo bajo, inferior quizás al que hubieras conseguido hace diez años. [...] Las consecuencias de la crisis en el mercado laboral de los más jóvenes han sido más duras en España que en otros países. Uno de los motivos es que teníamos un mercado laboral muy segmentado entre los que los economistas llamamos insiders y outsiders. Los primeros están muy protegidos [...]. Los segundos tienen contratos temporales o están desempleados. En momentos en los que una crisis económica exige grandes ajustes [...], losoutsiders soportan estos ajustes de forma desproporcionada, ya sea porque pierden su empleo o porque el empleo que encuentran tiene remuneraciones mucho más bajas. Y los jóvenes que empiezan su carrera laboral son, por definición, outsiders. Veremos qué sucede en la próxima crisis [...]".

La nueva lógica impone una bajada del índice de emancipación juvenil, una ingente cantidad de talento –financiado con fondos públicos– abandonando el país y un envejecimiento de la población. Un dato en el que no solemos reparar: casi 2,5 millones de españoles ya viven fuera de España. La mala calidad del empleo aquí desincentiva a cientos de miles de profesionales bien preparados. De los que se quedan, los jóvenes inestables de hoy podrían ser además los adultos empobrecidos de mañana. Está por ver qué sistema de pensiones les espera.

infoLibre analiza con cinco investigadores el círculo vicioso de la precariedad.

  Reingeniería social

Jorge Moruno, autor de La fábrica del emprendedor y No tengo tiempo, subraya que el fenómeno de la precariedad no está sólo ligado al trabajo. "Es un proyecto de reingeniería social", afirma, citando la famosa frase de Margaret Thatcher, heroína del involucionismo conservador: "La economía es el método. El objetivo es cambiar el alma". La precariedad afecta, reflexiona Moruno, a "la manera en la que imaginamos lo que es posible y lo que no, lo que es normal y lo que no". La contrarrevolución liberal cambió el alma de Occidente. La gran crisis financiera de 2008 puede sustituirla. "Está en duda todo aquello que daba sentido a la sociedad del empleo, basada en una modalidad de trabajo remunerado que te permite proyectar tu vida a medio y largo plazo. Ahora hay una ausencia de brújula", afirma Moruno, para quien es necesario un "new deal" del siglo XXI con "garantías incondicionales" al margen del salario. Es decir, una renta básica. De otro modo, siguiendo el razonamiento de Moruno, continuamos en la rueda de hámster.

La falta de brújula se ha cubierto con un nuevo imaginario, un nuevo discurso, un nuevo lenguaje. Es el discurso del doer –el que hace; en lugar del thinker, el que piensa–, que persigue su propio destino animado por las técnicas del coaching. Ya no te despiden, te desconectan. Tirando de más términos anglosajones, tan propios del nuevo paisaje sociolaboral, Moruno subraya que el mercado laboral ha aprovechado y al mismo tiempo propiciado el cambio cultural para pasar de la economía del "just in case" a la economía del "just in time", adaptada a la última urgencia del mercado, al tiempo real. En un marco así –afirma el sociólogo, miembro del Consejo Ciudadano de Podemos–, "las empresas tienen que soltar todo el lastre que puedan para adaptarse en todo momento a las demandas de consumo, lo cual se traslada a las relaciones laborales".

"Esto afecta a la familia, las amistades, la pareja, la forma de estructurar los tiempos, la conciliación de la vida personal y laboral...Todo tu tiempo se convierte en tiempo disponible para lo que pueda surgir, incluidas las 'trabacaciones'. Nos convertimos en jornaleros del dato, en braceros de la información", explica. El círculo vicioso de la precariedad "acaba convirtiendo a las personas en servicios". "Somos contratistas de un servicio, que somos nosotros mismos, vendiéndonos y fabricándonos una marca en un mercado que no nos garantiza nada. Y aunque es ahora más difícil ascender socialmente que hace 40 años, está más instalado que nunca el discurso del 'si quieres, puedes'", afirma Moruno, que señala cómo, una vez el trabajador "se queda fuera del circuito del empleo y del dinero", cada vez tiene más difícil su incorporación.

El capitalismo basado en la precariedad tiene la habilidad de tejer una red que caza en contradicción a sus críticos. ¿Quién no consume ropa o vuela en low cost, aunque sabe que sus precios se basan en la reducción de costes laborales? "Quizás Uber tenga el monopolio en unos años y suba los precios, pero de momento al precario le puede convenir usarlo [por ser más barato]. Por eso jamás hay que hacer un juicio moral", dice Moruno, que aconseja mirar al siglo XIX, "con su acento en el mérito personal, el trabajo sin prestaciones, sin derechos e intermitente", para comprender la situación actual.

  El trabajador culpable

El proceso de "individualización de las condiciones laborales" y de desaparición de los "derechos colectivos" debilita a los sindicatos, advierte el sociólogo Jaime Aja. La afiliación es menor entre los inestables. Ha habido un éxito del discurso de la precariedad, que fomenta la "cultura del emprendimiento", introducida ya sin complejos en los planes de estudios de Primaria. "La culpabilización del trabajador presenta el paro o la precariedad como un problema psicológico, personal. Es el mismo enfoque de las políticas sociales, que llevan todas el llamado 'compromiso de activación'", señala.

El problema es que el "emprendimiento" se sigue llamando así aunque ya no remita a esa figura del pequeño empresario que prueba fortuna, sino a "la periferia última del mercado laboral, al último mono de la empresa flexible, lo que en Argentina llaman el 'cuentapropista'", señala Aja. La nueva masa de precarios sólo es posible porque el trabajador tieso se siente parte de una clase dinámica y con aspiraciones. A esta clase se dirige Òscar Pierre, fundador de Glovo, cuando dice: "En el futuro la gente tendrá múltiples vías de ingresos". Es decir, pedir un contrato es quedarse atrás. Esto es posible por la entronización del teletrabajo, la disponibilidad permanente, los valores de la supuesta "liberación personal", señala Aja. "El mensaje del liderazgo motivador es que lo importante es sentirse libre", añade. Esto no es nuevo. Hace décadas que las empresas descubrieron que las "relaciones informales" –el típico partido de fútbol de la empresa– son capaces de aumentar la satisfacción del trabajador tanto como las condiciones objetivas. La diferencia es que en España el fenómeno de la precariedad está adquiriendo dimensiones inéditas, que obligan a redoblar el esfuerzo para prevenir un estallido.

En artículos como Clase, precariedad laboral y crisis de régimen, Aja expone que el contrato social del 78 implicaba un quid pro quoquid pro quo. A cambio de una masiva destrucción de empleo agrícola e industrial, se ofrecía un sistema de pensiones y un sistema educativo público, señala el sociólogo. "El trabajador pensaba que su sacrificio permitía al menos a su hijo una formación universitaria", expone Aja. ¿Qué ha pasado? Tanto el sistema de pensiones –garantía de jubilación tranquila–, como el educativo –vía de ascenso social– están en entredicho. Y los jóvenes precarios se sienten estafados, con una formación inútil que no les garantiza ni trabajo ni, seguramente, pensión.

Los precarios se encuentran un mercado del trabajo segmentado y unas escuálidas perspectivas de armar una carrera profesional. De las instituciones emanan discursos optimistas sobre el futuro y continuos llamamientos a la adaptación a la nueva realidad. Del sistema educativo, una formación crecientemente utilitarista. Aja afirma que la derecha ha aprovechado para desplegar "una política de shock", a modo de las descritas por Naomi Klein, que está funcionando tanto en el orden social como en el psicológico. ¿Se ha debilitado electoralmente la derecha con todo ello? Por ahora no lo parece.

  La difícil rebeldía política

El modelo económico español no sólo engendra precariedad. Se basa en ella. La necesita para sostener su crecimiento macro. Romper esa tendencia exigiría un cambio de políticas, que conllevaría sus propios riesgos. Pero –he aquí otro elemento que contribuye al círculo vicioso– precisamente el paro y la precariedad acaban resultando perjudiciales para las opciones políticas consideradas progresistas. La izquierda, digamos. Tanto el elevado paro como la precariedad inclinan históricamente a los electorados a opciones conservadoras, señala Jordi Pacheco, decano del Colegio de Sociólogos y Politólogos de Cataluña. "La gente que entra y sale del paro, con trabajos precarios y mal remunerados, acaba teniendo la sensación de que compite con 'los de fuera', y eso alimenta los discursos antiinmigración y antidiversidad", tan propios de la derecha, expone Pacheco. Todo se ha vuelto "más líquido, más inseguro", desde las relaciones personales a la relación con los partidos. "La volatilidad del voto va a ser mayor. La frustración podría llevarnos a opciones extremas", afirma Pacheco.

Un ejemplo. Un joven que pretende empezar a vivir la vida autónomamente se encuentra con un sueldo de 600-700 euros y un precio del alquiler que, sólo para su habitación, consume buena parte de su salario. El politólogo alerta del impacto que esto puede tener en la opinión del joven sobre las instituciones, el Estado y la propia democracia. Por supuesto, puede brotar la rebeldía. Pero también la resignación, sobre todo porque precariedad llama a precariedad y los años van pasando sin mejora. "Si tienes trabajo precario es más fácil que te vayas a la calle. Eso te hace tener más miedo a perder el trabajo. Si tienes un hijo, es más fácil que sufra pobreza infantil, que a su vez es causa de futuros problemas sociales", señala. ¿Quién se salva? Los precarios que tienen "una estructura familiar fuerte detrás" se pueden permitir más oportunidades. Al final la precariedad multiplica las diferencias sociales preexistentes.

Pacheco cree que "la flexiblidad, la precarización y los problemas materiales" acaban por paralizar el trabajador, cada vez menos conectado a la movilización. Y se da una paradoja. Los que se sienten llamados a la protesta –otra cosa sería al conflicto social en el centro de trabajo– son los que tienen red detrás. "Piensa en mayo del 68. Cuando el Estado del bienestar se consolida y no me tengo que preocupar por comer, es cuando empiezo a pensar cómo quiero que sea el mundo, y pienso que no quiero estar 50 años dándole al manubrio del proyecto fordista. Si tu preocupación es no llegar a fin de mes, no tener para pagarte la vivienda, es difícil...", afirma. Y más cuando el bombardeo cultural te vende tu precariedad como una posibilidad de vivir "sin atarte 50 años a una empresa". El nuevo incentivo postmaterialista es la inseguridad disfrazada de aventura. El precario, siguiendo a Pachecho, tiene fácil acabar confiando más en el mercado que en el Estado, otra disposición ideológica favorable a la derecha política y económica.

  Aceptación e inviabilidad

Elsa Santamaría, directora del máster Ocupación y mercado de trabajo de la Universitat Oberta de Catalunya, percibe ya "una cierta adaptación social a la precariedad, favorecida por un escenario individualista y competitivo, que nos hace pensar que esto es 'lo que hay', esto es 'lo que nos ha tocado' y que es preferible tener un empleo, de cualquier tipo, por precario que sea, que no tenerlo". Santamaría destaca que hay sectores en los que la precariedad se asume de forma más natural. "Esta aceptación convierte a las personas precarias en agentes activos de su propia precariedad. Un ejemplo lo ilustra Remedios Zafra en su libro El entusiasmo, cuando habla de los trabajos culturales, académicos y creativos". Así por ejemplo el clásico periodista sub-mileurista que aguanta los números rojos de su cuenta corriente porque se siente "testigo privilegiado de su tiempo". No es difícil trasladar el caso a pintores, profesores o diseñadores mal pagados.

"La precariedad es consecuencia y causa al mismo tiempo de la lógica actual del sistema económico. Evidentemente en situaciones de crisis económica se agravan las situaciones de precariedad laboral (desempleo, desempleo de larga duración, bajos salarios..) y afloran o se visibilizan condiciones de precariedad que en épocas de bonanza no parecían problemáticas (por ejemplo, la temporalidad del empleo o las jornadas parciales). Pero la precariedad no sólo es el resultado de un deterioro económico, la precariedad es fruto de una forma concreta de gobernar el empleo y los aspectos laborales y sobre todo, de una ideología económica en la que los derechos de los trabajadores y trabajadoras no están situados en un primer plano", señala Santamaría, experta en sociología del trabajo, precariedad laboral, aspectos psicosociales del trabajo y políticas de empleo.

Lo que engrasa la rueda de hámster de la precariedad es la idea de que cualquier otra ideología es inviable. La única lógica aceptable es la del mercado, que tiene carta blanca para actuar al margen de los derechos. Por ejemplo, el alquiler. "El mercado de la vivienda tiene mayor conexión con el sistema financiero que con las demandas sociales. No se rige por las necesidades de las personas, sino por lógicas especulativas que poco tienen que ver con la economía real", señala Santamaría.

  el conflicto laboral

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¿Por qué los conflictos sociales vinculados a la vivienda han tenido mayor potencia que los vinculados al trabajo?, se pregunta Rubén Martínez, investigador del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro de La Hidra Cooperativa. La cuestión es clave, dice Martínez. "En el último ciclo de movilización, el que empieza el 15-M, el trabajo no fue un tema central. La única gran alianza entre clases medias y clases bajas en un espacio movilizado se ha dado en torno a la PAH. Se ha producido más conflicto alrededor de la vivienda que del trabajo, que no organiza masivamente a la sociedad", añade. A su juicio, ahí reside una parte importante de la explicación del avance y la consolidación de la precariedad laboral en España, además de en sus raíces históricas. "En los únicos lugares donde se han consolidado en Europa salarios fuertes ha habido negociaciones tras organizaciones alrededor del conflicto laboral. Eso aquí no ha ocurrido", afirma, recordando que las mayores subidas de salarios, entre 1976 y 1979, coinciden en España con una fuerte movilización obrera.

Hoy la intensidad del conflicto laboral es baja, al margen de los brotes de Coca-Cola, Amazon, las kellys, los manteros... A Thatcher se le atribuye otra frase de enorme elocuencia para ilustrar el alcance de la revolución conservadora: "No se trata de acabar con las clases sociales, que las habrá siempre, sino con el sentimiento de clase". En efecto, uno de los tapones para la alteración del actual statu quo es psicológico. La asunción desde Maastricht, por parte del movimiento obrero, de que los salarios "tienen que estar ligados a las rentas del capital", en palabras de Martínez. "Eso había sido una línea roja del movimiento obrero", recuerda. Pero ya está borrada. Ahora hay una línea roja: los beneficios –o incluso su crecimiento– deben garantizarse siempre y ante cualquier eventualidad antes de empezar a hablar de condiciones laborales.

El problema es que el modelo laboral español democrático tiene un déficit de garantías porque, antes de consolidar sus logros, llegaron las renuncias derivadas, precisamente, de Maastricht. El enfoque liberal de Bruselas no encuentra en España diques de contención, como en países con Estados del bienestar más desarrollados. La Comisión Europea "lleva veinte años sin regular materia laboral", al margen de la actualización de alguna directiva, señala Adrián Todolí, profesor de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad de Valencia y experto en el impacto en el mercado de trabajo de la economía digital. Ante la irrupción de los gigantes tecnológicos y las plataformas "colaborativas", la Comisión está actuando en el ámbito de la protección de datos o las medidas antimonopolio, pero no en el campo laboral. Tampoco hay actuaciones políticas decididas contra el dumping laboral en Europa –la competencia entre trabajadores que acaba tirando de los salarios a la baja– o las empresas buzón –constituidas en países con legislación fiscal o laboral favorable, pero que operan libremente en territorio europeo–.

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