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Cataluña afronta un 12M marcado por la incertidumbre sobre los pactos y su impacto en clave nacional

La nueva legislatura

Del 'cuanto mejor, mejor' de Euskadi al rupturismo en Cataluña: el soberanismo ante la investidura

Oriol JUnqueras (ERC) y Arnaldo Otegi (EH Bildu) en un acto electoral en Barcelona.

El soberanismo, tanto el de derechas como el de izquierdas, afronta sus propios debates internos de cara a la investidura de Pedro Sánchez. En Euskadi, el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y Euskal Herria Bildu (EH Bildu) compiten para quién es más útil en Madrid, mientras que en Cataluña tanto Junts per Cataluña como Esquerra Republicana (ERC) rivalizan en dureza contra el presidente del Gobierno en funciones. Estas dos estrategias evidencian dos maneras distintas de entender qué demandan sus votantes y qué papel les piden que ejerzan no solo en la investidura, sino también durante la legislatura que arranca el próximo 17 de agosto.

Aunque tras el 23J las candidaturas nacionalistas y regionalistas en su mínimo histórico, el 8% del total de la Cámara. Para buscar un número tan reducido de representantes de formaciones territoriales, hay que remontarse a las elecciones de 2008, las segundas que ganó José Luis Rodríguez Zapatero justo antes del estallido de la gran recesión. Sin embargo,, en el actual contexto político tienen más poder que nunca para decantar la balanza hacia un lado o para forzar una repetición electoral, lo que les obliga a marcar una estrategia a corto, medio y largo plazo.

En el resultado de los comicios generales está la clave de estas estrategias. En Cataluña el independentismo ha obtenido 14 diputados repartidos a partes iguales entre ERC y Junts. Es casi la mitad de la legislatura que expira, en la que los de Gabriel Rufián contaban con 13 escaños, por los ocho de Junts y PDeCat —se presentaron conjuntamente pero luego se produjo una escisión que les dejó en cuatro a cada uno— y los dos de la CUP. En cuanto a Euskadi, los soberanistas sumaron 11 escaños: seis de EH Bildu, cinco por Euskadi y uno por Navarra por los cinco del PNV, la misma cifra que en 2019, pero invirtiendo los papeles, con los de Arnaldo Otegi como claros beneficiados de la noche electoral.

La batalla vasca

La batalla vasca se libra entre el PNV y EH Bildu, que mantienen una pugna por asumir la defensa de los intereses de Euskadi en el Congreso, en vísperas de las elecciones autonómicas que tendrán lugar el año que viene. El objetivo de los abertzales es tratar de romper su perímetro ideológico y disputar al partido de Andoni Ortuzar su tradicional hegemonía como partido más votado, pero también como interlocutor privilegiado con el Gobierno de España. Para lograrlo han acentuado su perfil social y de izquierdas en el Congreso y demostrado su constante disposición al diálogo constructivo, dejando el cuanto peor, mejor en el pasado y acercándose a posiciones más posibilistas. Por su parte, el objetivo del PNV es revalidar el Gobierno vasco, liderado actualmente por Íñigo Urkullu, una batalla que se prevé ajustada no solo con Bildu sino quizás también con los socialistas, que fueron la formación más votada el pasado 23J.

La investidura de Sánchez es otro de los elementos clave de cara a esos comicios autonómicos. Otegi ha cambiado de estrategia respecto a hace cuatro años, cuando su formación se abstuvo, y ya ha anunciado su predisposición a votar favorablemente al candidato socialista para evitar un escenario de repetición electoral que pueda darle un gobierno a la derecha y la extrema derecha. "Inclinaremos siempre la balanza hacia el soberanismo, el progresismo y la izquierda”, aseguró en la noche electoral. "Si hace falta votar a favor de la investidura de Sánchez, lo haremos", subrayó.

El PNV también se ha mostrado dispuesto a votar a favor de Sánchez, al tiempo que han cerrado la puerta a Alberto Núñez Feijóo. Una de las cuestiones que Ortuzar ha reclamado a Sánchez es "un acuerdo sobre el modelo territorial" con vascos y catalanes para su investidura, mientras que ha descartado cualquier acuerdo con el PP ya no solo porque Vox esté dentro de esa ecuación, que aboga por ilegalizar al PNV, sino también porque rechazan el "discurso antinacionalista" de los conservadores.

Para los socialistas el PNV es un aliado mucho más cómodo que Bildu, tanto en Euskadi como a nivel nacional. La predisposición de Otegi contribuir a la gobernabilidad de España llegó a incomodar al PSOE, pero fue el precio que la izquierda abertzale se impuso a cambio de su homologación como una fuerza política más en el escenario político del Congreso. Tras las elecciones autonómicas y municipales del pasado 28M, Bildu ha vuelto a mostrar su cara más pragmática y ha facilitado el gobierno de María Chivite (PSOE) sin pedir nada a cambio.

La batalla catalana

En el caso catalán uno de los principales objetivos de Junts el 23J pasaba por superar a ERC en votos para enmendar su estrategia de diálogo en Madrid y forzar un cambio de rumbo independentista. Finalmente, la formación de Gabriel Rufián se impuso, aunque Nogueras se quedó a 70.000 votos de sorpassar al republicano. Durante toda la campaña electoral, y prácticamente desde que ERC se convirtió en uno de los apoyos parlamentarios de Sánchez, la estrategia de los postconvergentes ha sido afearles su predisposición a contribuir a la gobernabilidad de España "a canvi de res", a cambio de nada.

La relación entre ambas fuerzas es compleja. ERC y la antigua convergencia siempre fueron dos mundos diferentes provenientes de dos segmentos sociales distintos con la ideología como su principal punto de discrepancia. El independentismo les unió, especialmente después de las elecciones de finales de 2012 y la primera gran manifestación de un ciclo histórico de diadas, cuando enlazaron sus destinos. No entró entonces Esquerra en el Gobierno de Artur Mas, pero empezaron a diseñar una hoja de ruta que llevaría al 1-O de 2017.

En el fondo siempre fue una unión artificial de partidos, porque no se escondían a la hora de trasladar las diferencias entre ellos. La política catalana se convirtió desde entonces en un desafío para el Estado y en una auténtica trituradora de líderes y políticos. Un camión que destrozó también el propio sistema de partidos y que desgarró a la todopoderosa CiU, que acabó escindida.

El espacio posconvergente es ahora el más duro en el ala independentista. Esta década hizo que ERC se convirtiera al final en la CiU de entonces, primando el pragmatismo y las relaciones con La Moncloa, mientras que lo que ahora se conoce como Junts apuesta por el “ho tornarem a fer” (lo volveremos a hacer), en referencia a la vía unilateral. Ante la investidura de Sánchez el dilema de la formación es seguir apostando por esa vía y, por tanto, tumbar el gobierno socialista o aprovechar su posición de fuerza y tener protagonismo durante la legislatura.

Aunque ERC ha solicitado a Junts que negocien conjuntamente su posición de cara a la investidura de Sánchez, entre ambos partidos existen heridas sin cerrar. Además de la aprupta salida de los potconvergentes del Govern catalán, en privado muchos cargos de Esquerra critican la actitud de los líderes de Junts. Mientras los republicanos se quedaron en España y se enfrentaron a la cárcel a consecuencia del procés, Carles Puigdemont se fue de España y vive como eurodiputado en Bruselas. Y otra sensación entre muchos cargos de Esquerra y del sector que ha perdido en Junts: no se puede volver a forzar a la gente y hacerle creer que es posible aprobar una república en estos momentos.

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