Sostenibilidad

El "milagro almeriense" del regadío se estanca en la pobreza

Agricultores trabajan para levantar los invernaderos afectados por el paso de la borrasca 'Gloria' en Níjar (Almería)

El pasado lunes, el Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó la nueva serie de estadísticas sobre condiciones de vida en las ciudades, referentes a 2019. Dos municipios almerienses, Níjar y Vícar, dependientes casi en exclusiva de la agricultura intensiva mediante regadío e invernaderos, cierran el ranking con la menor renta neta media anual por habitante: 7.097 euros, en el caso del primero, y 7.634 en el caso del segundo. El desarrollo de la industria hortofrutícola de la zona a partir de la década de los 70, calificado de "milagro" por su eficiencia y sofisticación, no es capaz de evitar estos niveles de pobreza. Como se preguntaba Quique González, ¿dónde está el dinero? Los críticos con el modelo señalan al modelo; y los que sustentan al modelo señalan a la población migrante, buena parte de ella sin papeles y malviviendo en chabolas.

No sorprenden las últimas posiciones de Níjar y Vícar. No es la primera vez que cuentan con el dudoso honor de cerrar la lista del INE. La alcaldesa del primer municipio, Esperanza Pérez (PSOE), escribió una carta al respecto la primera vez que el pueblo apareció en esa posición. Echó la culpa a las deudas de la anterior corporación municipal, al trazado del AVE que les deja fuera para el transporte de mercancías y al precio del agua desalada. "Níjar necesita ayuda. Somos una de las poblaciones que más crece en población, casi al mismo ritmo que nuestras fincas de producción de agricultura ecológica, pero los ingresos que recibimos por habitante en el municipio más extenso de España no dan más de sí", aseguraba por entonces la primera edil.

Otras voces apuntan a que el problema es ese: crecer, crecer y crecer. "Hasta finales de la década de los años sesenta, Almería ocupaba el último lugar entre las cincuenta provincias españolas por su renta per cápita. Hoy ha dado un salto espectacular debido a su sector agrario" se podía leer en El País en 1982. "El crecimiento de la renta agraria en Almería a partir de los años sesenta ha sido realmente espectacular y hasta tildado de milagroso". No fue Dios sino la ciencia, de la mano de la técnica, la que obró el milagro: un nuevo sistema de regadío que aprovecha, literalmente, hasta la última gota, y que se conjuga con el sol y el calor del sur peninsular para convertirse en la huerta de Europa.

Sin embargo, el agua no es infinita y el modelo está agotado, en opinión del ecólogo de la Universidad de Alicante Fernando Maestre, que esta semana reflexionaba en Twitter sobre los datos del INE. "Es un problema complejo porque no es solo económico, ni social, ni ambiental... es todo a la vez". La asombrosa eficiencia del regadío almeriense bajo plástico es parte del conflicto, explica el investigador, en base a la paradoja de Jevons: lo ahorrado no se ha utilizado para hacer sostenible la actividad y gastar menos agua, sino para acabar utilizando más recursos hídricos. Las hectáreas de invernaderos en Almería no dejan de crecer.

Cuando las explotaciones mineras se fueron de la provincia andaluza en los 50 tras quedarse sin recurso que extraer, el milagro del regadío devolvió la actividad utilizando el agua de los acuíferos. Se agotaron. Desde 1998, los invernaderos de Níjar solo utilizan agua desalada. No llueve lo suficiente y los trasvases no llegan a esta esquina de la Península. Y ese agua no es barata. Ya está subvencionada; los agricultores y los políticos almerienses quieren aún más subvención. "El milagro almeriense no podría exportar si el agua desalada no estuviese subvencionada", asegura Maestre.

El modelo, además, es desigual, critica el investigador: la insostenibilidad no es solo ambiental, sino económica y social. Necesita mano de obra precarizada, generalmente migrante, con o sin papeles, que hace desplomarse el indicador del INE. 7.097 euros de renta media, mientras que, según el Anuario Agrícola 2021 de la horticultura intensiva almeriense, el valor de los pimientos comercializados alcanzó el millón de euros. "Es una riqueza que está en manos de unos pocos. Se basa en mano de obra migrante en situación irregular. Una masa de trabajadores muy grande que no cotiza y es economía sumergida", considera Maestre.

Andrés Góngora, secretario provincial de COAG Almería y nijareño, niega la mayor: la industria hortofrutícola almeriense no utiliza mano de obra irregular. Los sin papeles, que cifra en unas 3.000 personas, están empadronadas en el municipio pero carecen de ingresos, "si eso alguna peonada suelta", y son los que hacen desplomarse a la estadística. Culpa al "efecto llamada": muchos migrantes, habitualmente africanos, consiguen trabajo en la huerta y atraen a sus familiares y amigos, con la esperanza de un puesto de trabajo en la agricultura almeriense.

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Regularizados o sin regularizar, las poblaciones de migrantes en infraviviendas en Almería son una realidad difícil de ocultar, así como su vínculo con la industria hortofrutícola. El voto a Vox, que mantiene en estos municipios andaluces un discurso abiertamente xenófobo, se disparó en las últimas municipales, alcanzando un 25,55%. La situación de marginalidad y exclusión de muchos de ellos hace que sean percibidos como el enemigo para buena parte de la población nijereña.

"Algún día la situación va a reventar", considera Maestre: un modelo que se basa en una profunda desigualdad, que sobreproduce frutas y hortalizas en épocas de falta de demanda porque no puede parar, que utilizó el agua barata hasta que se acabó y que ahora consume agua cara y cuyo plástico contamina el entorno. "El mercado no está regulando nada: maximiza el beneficio a corto plazo" a costa de la insostenibilidad. Para el ecólogo, parte de la solución pasa por más Estado: aumentando los inspectores de trabajo y evitando las situaciones de precariedad.

Para COAG Almería, la solución pasa por más madera: en este caso, más agua. Un recurso hídrico desalado asequible y la posibilidad de utilizar las aguas residuales que se generan en los entornos urbanos. Pero tanto el investigador como el representante de la patronal agraria coinciden en la necesidad de un cambio en la cadena alimentaria que deje más dinero en el lado de la producción: que los intermediarios se lleven menos dinero. El futuro a corto y a medio plazo no es halagüeño, con el encarecimiento de prácticamente todos los insumos. "Somos los primeros eslabones de la cadena; tanto el agricultor como el trabajador. O se paga más o esta situación no va a cambiar".

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