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Una parte de la socialdemocracia busca en los valores de la izquierda la receta para poner fin a su declive electoral

Norbert Walter-Borjans y Saskia Esken (Alemania), Jeremy Corbyn (Reino Unido), Bernie Sanders y Elizabeth Warren (Estados Unidos) y Nicola Zingaretti (Italia).

¿Está girando la socialdemocracia hacia posiciones más a la izquierda? La llegada de Norbert Walter-Borjans y Saskia Esken al liderazgo del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) el pasado 30 de noviembre no sólo amenaza la estabilidad del gobierno de la gran coalición alemana sino que parece abonar la estrategia de los partidarios de un rearme ideológico para poner fin al progresivo retroceso de los partidos que durante décadas sirvieron de contrapeso a las políticas democristianas en casi todo el continente.

Walter-Borjans tiene 67 años y Esken 58. El primero fue ministro de Finanzas en Renania del Norte-Westfalia, y la segunda es una diputada experta en el mundo digital. Juntos encarnan el deseo de las bases del SPD de cambiar la relación de sumisión en la que el partido entró a través de la gran coalición con la derecha de Angela Merkel y afrontar la decadencia electoral que les sitúa por debajo del 15% de los sufragios, claramente por debajo de Alianza90/Los Verdes, que amenazan con sustituir definitivamente a los socialdemócratas como la fuerza hegemónica de la izquierda germana.

La nueva dirección del SPD atribuye la pérdida de apoyo electoral de los últimos años a la decisión de haber abrazado las políticas neoliberales. Eso es algo que comparten con Jeremy Corbyn, el líder del Partido Laborista británico, elegido en 2015 también en elecciones primarias con el mandato de devolver a la formación su perdida identidad de izquierdas tras años de fidelidad a las políticas centristas de la tercera vía de Tony Blair.

Corbyn, un político de 70 años forjado en el sindicalismo, el pacifismo y el activismo en defensa de los derechos humanos, enfrenta estos días el desafío de vencer a los conservadores de Boris Johnson con un programa que él mismo califica de “radical”. Con él quiere cambiar el país apostando por una “transformación verde” de la economía, renacionalizando sectores como el ferroviario, el de agua, la energía o el servicio de correos y aplicando medidas como una subida del salario mínimo y una reforma impositiva dirigida a que los “milmillonarios” ayuden “a financiar servicios públicos de primer nivel”.

No lo tiene fácil. El debate gira, sobre todo, en torno al Brexit, y ahí Corbyn ha optado por una posición ambivalente. Ha prometido que si gana convocará un segundo referéndum en seis meses, aunque él mismo se niega a apoyar la salida o la permanencia, lo que según algunos analistas está alimentando el voto de los liberaldemócratas, nítidamente partidarios de seguir en la UE. Los británicos votarán el próximo jueves y, según las encuestas, los laboristas están lejos de poder ganar a los conservadores.

  El dilema del Partido Demócrata en EEUU enfrenta a los partidarios de las políticas progresistas con los que creen que sólo podrán ganar a Trump desde posiciones centristas

A menudo los analistas citan a Pedro Sánchez en España y a António Costa en Portugal como dos ejemplos de éxito de la vuelta a las esencias de la vieja socialdemocracia después de años de sequía electoral. Y creen que el debate interno en el Partido Demócrata en Estados Unidos se desarrolla en el mismo eje: los partidarios del rearme ideológico se disponen a dar la batalla, con la ayuda de las bases, para abandonar las posiciones centristas y recuperar la identidad de izquierdas, un objetivo que lideran claramente los precandidatos demócratas Bernie Sanders, de 78 años, y Elizabeth Warren, de 70 años, ambos con escaño en el Senado.

En Estados Unidos la discusión se desarrolla en dos ámbitos: la defensa de posiciones que apoyen a los más desfavorecidos y que además sirvan para enfrentar la creciente desigualdad del país y el dilema de si es posible ganar a Donald Trump abandonando el centro político, el espacio en el que militan Joe Biden y Michael Bloomberg.

 

Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, en un mitin en Iowa.

Más discutible parece, en principio, situar en esta tendencia la aplastante victoria del gobernador de la región del Lazio, Nicola Zingaretti, en las primarias para elegir al nuevo secretario general del Partido Democrático italiano. Zingaretti, de 54 años, representa el ala más izquierdista del partido, si bien el proceso de redefinición de esta formación —en horas muy bajas en términos electorales— se está viendo condicionado por el acuerdo de gobierno alcanzado con el M5S. Un pacto obligado por la necesidad de evitar las elecciones anticipadas que busca el líder de la ultraderecha italiana, Matteo Salvini, primero en todas las encuestas.

José Fernández Albertos, politólogo e investigador del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC, confirma que “en este momento concreto hay un descrédito de las posiciones más moderadas” de la socialdemocracia, las que “han ocupado más posiciones de poder en épocas recientes” y “que están siendo respondidas pendularmente por un creciente atractivo de las fuerzas más izquierdistas”. No obstante, advierte, “no está claro que estas fuerzas izquierdistas no sean vulnerables a los mismos problemas que los moderados han sufrido en estos últimos años”.

La también politóloga de la UAM e investigadora de la Universidad Carlos III de Madrid Sandra León sostiene que lo que está pasando en la socialdemocracia en Alemania, Reino Unido, España y Portugal, así como en el Partido Demócrata en EEUU, obedece a lógicas distintas, aunque “un elemento explicativo común es el progresivo deterioro del apoyo electoral de esos partidos, sobre todo desde la Gran Recesión, aunque la socialdemocracia en Europa experimenta un continuo deterioro desde los años ochenta”.

Reconectar con el electorado

León coincide con Fernández Albertos en que la pérdida de apoyo electoral está en el origen de las tensiones internas que dan lugar a la búsqueda de nuevas vías para “reconectar con el electorado, recuperar la credibilidad” y distanciarse “de los errores cometidos por el partido en el pasado”. Pero en su opinión “no está claro que el giro a la izquierda pueda reportarles mayores réditos electorales”. Ha sido así “en algunos casos, como el portugués”, pero no el de otros, “como por ejemplo, Corbyn”. Al menos de momento.

En el mismo sentido, Ignacio Jurado, formado en ciencia política en la Universidad de Oxford y profesor visitante de la UC3M, no se atreve a concluir si lo ocurrido en el SPD es “una tendencia”, aunque “tampoco parece un caso aislado. Para mí es una evidencia de las tensiones que hay dentro de la socialdemocracia entre mantener un compromiso centrista que en las circunstancias actuales supone ser parecidos en algunas políticas a los partidos de derechas o marcar un perfil más izquierdista y desviarse del consenso”. No obstante, “cómo se produce ese desvío todavía no está claro”: en algunos casos parece “un desvío más populista” y en otros tiene los rasgos “de la socialdemocracia clásica”.

 

Mette Frederiksen, primera ministra danesa, a su llegada a una reunión de la OTAN en Londres.

Es verdad que la tendencia hacia la izquierda no está teniendo lugar en todos los países. Hace pocos meses los socialdemócratas daneses, liderados por Mette Frederiksen, de 42 años, se impusieron en las elecciones con un programa que combinaba medidas sociales y ambientales y mano dura contra la inmigración. Eso sí: con el apoyo externo de varios partidos situados a su izquierda. De hecho, Fernández Albertos no ve “un patrón muy claro en el grado de izquierdismo o moderación de los más exitosos”, aunque sí opina que “los que logran permanecer mejor en el poder son los más capaces de integrar, bien en su seno, bien mediante coaliciones de gobierno, a las fuerzas emergentes”, desde los ecologistas a la nueva izquierda.

En opinión de Sandra León, y más allá del caso danés, existe la percepción de que la socialdemocracia “no ha querido o no ha sabido responder” a los cambios que se han ido produciendo durante los últimos treinta años, como la globalización, una estructura productiva donde la relación entre capital y trabajo se ha desequilibrado a favor del capital, el aumento de las desigualdades y la falta de movilidad social. “La socialdemocracia se encuentra ante el reto de dar una respuesta a esos desequilibrios en un entorno mucho más complicado, debido a que la soberanía nacional está más limitada”.

Jurado atribuye a “cuestiones culturales” el hecho de que en algunos sitios los partidos socialdemócratas se hayan escorado a la derecha adoptando un discurso menos favorable a la inmigración. “Esto ha ocurrido en Dinamarca. En Austria también hemos visto que su nueva líder ha movido el partido al centro”.

No obstante, puntualiza, “tampoco creo que haya habido una tendencia a la derechización en los últimos años. Los partidos socialdemócratas llevan tiempo perdiendo su identidad y eso permite que algunos sientan que deben competir con la extrema derecha con posiciones reaccionarias en el eje cultural”.

¿Y qué pasa allí donde los partidos socialdemócratas tradicionales se han hundido, como Francia y Grecia? ¿Podrán recuperarse algún día? León cree que la transformación del espacio político de la izquierda como consecuencia de la fragmentación y la volatilidad de los votos todavía está en marcha, de manera que es arriesgado “hablar de ‘consolidación’ de ‘hegemonías’ entre los partidos políticos”.

  “Una vez que aparecen nuevos actores, articulando mejor que la socialdemocracia tradicional las demandas izquierdistas, se le hace difícil a la socialdemocracia tradicional ocupar es espacio”, señala Fernández Albertos

Fernández Albertos piensa también que “son pocos casos para dar respuestas definitivas. Es cierto que una vez que aparecen nuevos actores, articulando mejor que la socialdemocracia tradicional las demandas izquierdistas, se le hace difícil a la socialdemocracia tradicional ocupar es espacio”. Pero hay diferencias, advierte: “en el caso de Grecia es más una sustitución; en el caso francés es más una división” entre la izquierda liberal moderada que se ha ‘macronizado’ frente a la izquierda contestataria de Jean-Luc Mélenchon.

Jurado comparte este criterio. “Es pronto para decir” que se trata de un cambio consolidado. El de Francia “aún parece un espacio en transformación”, aunque en Grecia, admite, sí parece que Syriza “ha absorbido gran parte del electorado del Pasok y se ha convertido en el nuevo partido de la socialdemocracia”, en parte también porque “se ha moderado notablemente”.

En este contexto resulta difícil establecer referentes. Las bases tradicionales de la socialdemocracia “están cambiando, algunas de ellas expresan intereses difíciles de compatibilizar, y aparecen nuevos temas en la agenda y nuevos competidores que aspiran a canalizarlos”, señala Albertos. “Mi sensación”, añade Sandra León, “es que, en la búsqueda de un nuevo modelo a seguir, las fórmulas son más autorreferenciales y retrospectivas—regreso a las esencias del partido— que prospectivas y basadas en un líder o modelo actual”.

No obstante, añade Jurado, aunque “puede que haya algunas nuevos líderes que empujen hacia la izquierda, son homologables. No creo que cada vez haya más diversidad. Los casos que hemos comentado son todavía pocos y aún podemos encontrar un patrón común en el conjunto de la familia socialdemócrata”.

Una identidad todavía reconocible

En el mismo sentido, Fernández Albertos sostiene que los socialdemócratas siguen siendo “uno de los grupos más reconocibles”, como se puede observar en el Parlamento Europeo. “Por supuesto que en este proceso de realineamiento”, con “nuevos temas de competición y nuevos partidos, sus estrategias son diferentes y ocupan un espacio deliberadamente ambiguo y cambiante, pero no diría que se han quedado sin agenda”. Tampoco en el pasado, recuerda, las estrategias eran similares y estaban muy incluidas por las coyunturas nacionales.

Ignacio Jurado cree que “la socialdemocracia lleva en un estado catártico al menos dos décadas”. El último impulso, señala, se lo dio la tercera vía de Blair y fue hacia el centro. ¿Cuándo perdió su identidad? “Ha sido un proceso progresivo que responde tanto a factores sociales como económicos”, responde. Por un lado, las bases tradicionales de la socialdemocracia “se han ido erosionando”. “Los socialdemócratas eran una alianza entre ciudadanos educados y la clase trabajadora”, pero la clase trabajadora “ya no existe como la conocíamos” y los ciudadanos de mayor educación “han virado hacia opciones distintas como los partidos verdes”. Para colmo, la creciente globalización económica y las restricciones supranacionales como las que marcan el terreno de juego de la Eurozona “delimitan mucho el margen de acción). “Ambos procesos han sido progresivos y han ido dejando fuera de juego a la socialdemocracia”, sentencia.

Sandra León coincide con la opinión de Jurado. Lo que ha perdido la socialdemocracia “es el modelo económico sobre el que se sustentó su éxito político”, asegura. Ese modelo se basó hasta los años ochenta en una globalización limitada, el equilibrio entre capital y trabajo y en un crecimiento económico que permitió la expansión del Estado del Bienestar. “Pero ese modelo económico se ha disipado con la llegada de la hiperglobalización, el cambio en el sistema productivo y el consiguiente desequilibrio entre capital y trabajo”.

Estos cambios, precisa, “han dado lugar a sociedades más fragmentadas, a un mayor distanciamiento entre los intereses de las distintas clases sociales”. De manera que la socialdemocracia se ve obligada a “apelar con un mismo discurso a intereses crecientemente divergentes”. Y ese es un desafío “que va más allá del reto que supone atender a las demandas de distintos colectivos —mujeres, inmigrantes, LGTBI,— desde la defensa del principio de no-discriminación”.

Albertos cree que el “declive estructural” que enfrenta la socialdemocracia “tiene que ver con la erosión de sus bases electorales tradicionales y con la aparición de nuevos competidores que beben de parte de sus votantes tradicionales”. Recuperar los niveles de apoyo del pasado parece complicado pero, en su opinión, “la socialdemocracia sigue jugando un papel central y relevante en la mayor parte de nuestras democracias y la fragmentación política y la necesidad de pactos la ponen en una posición en cierto sentido privilegiada para influir en las políticas”.

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Tampoco Jurado “firmaría todavía su certificado de defunción”. “Es cierto”, admite, “que vivimos en tiempos difíciles, acompañados de mucha fragmentación. Pero la socialdemocracia puede todavía aspirar a reconstruir un espacio que agrupe a ciudadanos con perfiles distintos” y “que tengan unos intereses compatibles”.

Sandra León apunta que la creciente fragmentación de los sistemas de partidos en toda Europa y el menor peso parlamentario de las formaciones socialdemócratas europeas les obligará a “avanzar su agenda necesariamente en colaboración con otros partidos, como las formaciones a su izquierda o los partidos verdes”. A su juicio, “una cuestión esencial para entender la competición entre los partidos del ámbito de la izquierda durante los próximos años” será “quién consigue capitalizar la previsible politización de la crisis climática”.

Las implicaciones de la crisis climática son tan variadas —afectan a asuntos tan distintos como el modelo de producción o las migraciones— que dan a este asunto un “gran potencial para crear coaliciones transversales de electorados. El partido que consiga capitalizar políticamente la crisis climática estará mejor preparado para generar coaliciones de intereses con capacidad de sostener mayorías electorales” concluye Sandra León.

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