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La política de los hijos de fruta

Varias personas durante una manifestación contra la amnistía, en Cibeles

La escena podría ser de Berlanga. De repente, en una de las protestas frente al Congreso durante la investidura, una señora, confusa, hace esta pregunta a un manifestante enfadado: “¿Contra quién vamos?”. Esta inocente duda refleja el vicio por excelencia de la política actual: la obsesión por intentar destruir al adversario, con una buena dosis de descalificación.

Esta tercera legislatura socialista empieza con un grado de confrontación en el que los insultos han cruzado líneas rojas. Improperios como “¡Pedro Sánchez, hijo de puta!” son coreados en las protestas contra la amnistía de Ferraz. El insulto se ha normalizado tanto que la presidenta de la Comunidad Madrid, Isabel Díaz Ayuso, lo profirió desde la tribuna del Congreso de los Diputados. 

Parece mentira que hace solo ocho años, en el debate electoral de 2015, media España se escandalizase con el “usted no es una persona decente” de Pedro Sánchez a Mariano Rajoy. El entonces presidente, visiblemente indignado, tachó a su vez al socialista de “ruin, mezquino y deleznable”. Comparado con lo que escuchamos estos días, estos insultos parecen casi eufemísticos. Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Hay tres fenómenos que ayudan a comprenderlo. 

1/ La descalificación no es ideológica, es exclusivamente personal

En las últimas décadas, el insulto ha perdido la carga de valores ideológicos que tenía en el pasado para orientarse exclusivamente hacia lo personal. Así lo empezaron a documentar Núñez y Guerrero en El lenguaje político español (Cátedra, 2002). La retórica ya no se centra en la crítica política per se sino en ataques ad hominem de naturaleza despectiva dirigidas a un individuo o grupo concreto.

No podríamos entender la normalización del insulto en política sin el impulso del trumpismo. Trump es el político que ha abierto camino a los demás líderes populistas, con sus salidas de tono. Un estilo que han abrazado en los últimos años políticos como Milei en Argentina, Bolsonaro en Brasil, Salvini en Italia, Farage en Reino Unido o Le Pen en Francia, entre muchos otros. 

“Dentro de la tradición del populismo de derechas, la política de los insultos ha sido un ingrediente clave, ya que utilizar un lenguaje que rompiera las normas se convirtió en una estrategia política”, explica el historiador Óscar Winberg en Insult Politics: Donald Trump,right-wing populism and incendiary language.

El discurso de la oposición en España, especialmente el de Santiago Abascal e Isabel Díaz Ayuso, sigue la misma dirección. Tal y como sucedió con la demonización de la figura de Pablo Iglesias por parte de la derecha, los mensajes que lanzan para criticar la gestión del Gobierno son básicamente ataques personales a Sánchez, del que han ido construyendo una imagen de presidente ambicioso y sin escrúpulos, con insultos como “criminal”,“autócrata”, “tramposo”, “traidor”, “dictador”, “golpista” o “peligro público”.

2/ El insulto cada vez está más presente en el Congreso

Hasta la entrada de la extrema derecha en el parlamento español, la mayoría de los insultos más graves se habían pronunciado en espacios como mítines, declaraciones en medios de comunicación o publicaciones en redes sociales, ya que, por norma general, el decoro parlamentario y el control por parte de la Mesa han dificultado los excesos verbales de los diputados. 

Sin embargo, en el debate de investidura de Sánchez, Abascal le comparó con Hitler y le acusó, de nuevo, de preparar “un golpe de Estado”. Durante su intervención fue interrumpido por Francina Armengol, quien le pidió que tirase sus palabras, a lo que el líder de Vox se negó. Ese mismo día, Ayuso llamó “hijo de puta” a Sánchez desde la tribuna. En vez de disculparse, su equipo bromeó poniendo la excusa de la fruta para después justificar la descalificación. “Es lo mínimo que [Sánchez] se merece”, alegaron. 

El hecho de que los partidos de la oposición no condenen con rotundidad este tipo de descalificaciones personales, legitiman a sus seguidores y al resto de ciudadanos para que asuman con normalidad del insulto en discusiones con familiares y amigos de diferente ideología y en las protestas en la calle, con el deterioro para la convivencia que eso supone, como estamos viendo estos días. 

3/ Instalados en la campaña del insulto permanente

Según la catedrática de la Universidad Autónoma de Madrid Marina Fernández Lagunilla, “los insultos solían ser muy abundantes en los periodos de campaña electoral”. Sin embargo, hace tiempo que se normalizaron también en el día a día de la política, aunque no haya elecciones a la vista. 

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En su libro Sin palabras: ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política?el recién nombrado director ejecutivo de la CNN y exdirectivo de la BBC y de , critica la utilización de un discurso político cada vez más agresivo, en el que “se ha consolidado una forma de hablar diferente a la de años atrás, en la que se usaba la retórica para explicar las propuestas y la argumentación para tratar de convencer al adversario”.

En España, tras la conformación del nuevo Gobierno de coalición llegará el momento de hablar de leyes y de políticas. La duda está en si la oposición seguirá centrando su discurso en la hipérbole y el insulto o se esforzará en encontrar argumentos para defender sus posturas desde la moderación, el razonamiento y el diálogo sosegado, alejándonos de esta política de los hijos de fruta. 

 

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