Hay vidas donde caben muchas pasiones en breves espacios de tiempo; otras parecen una sucesión de desdichas. Algunas se agotan justo cuando vas a darle el mejor mordisco.
La pregunta que subyace a todo esto reconozco que es muy bestia, pero quién no se la hace: ¿quién va a tener ganas de ir a tomarse una caña cuando agónicamente hayamos perdido los dos extremos de la falsa diatriba y estemos sin vida y sin bolsa?
No es la única mujer que, enfrentada en un largo combate entre la vida y la literatura, Carmen o Nada, se lleva por delante a la segunda.
Hay algo que me aleja de comprender cómo alguien puede ganar dinero jugando a videojuegos, ¿me he hecho mayor definitivamente? Pero, sobre todo, me hago la pregunta: ¿por qué hay decenas de millones de personas mirando a gente jugar?
La desconfianza puede sanar, pero siempre deja secuelas. Depositar toda la responsabilidad en ciudadanos agotados puede traer una fractura irreversible.
Los periodistas saben muy bien que un hecho cercano al lector, cultural o territorialmente, es más susceptible de ser noticia que otro alejado de sus intereses o preocupaciones.
Un país desarrollado no solamente lo miden el número de máquinas quitanieves que tiene para reducir las consecuencias de un temporal como el que estamos atravesando. Antes debería alarmarnos su incapacidad para atender a los ciudadanos que viven en condiciones extremas antes de que sea demasiado tarde.
Ni la maternidad ni la paternidad acaban en las dieciséis semanas. Ni en los seis primeros meses. O en los asombrosos y cansados años de la crianza. Van mucho más allá.
En estos tiempos de soledades, no hay nada mejor que la charla con el que se pone a sí mismo contra las cuerdas. Jamás vivimos un tiempo que mereciera tantas cuestiones.
No sé si para René esa canción puso un punto y aparte, pero una semana después de escucharla, empezó nuestra supervivencia. Y ahí nos quedamos. Mirando un horizonte que se alejaba de nosotros cuanto más corríamos hacia él.
Solo tres meses antes de esa Nochebuena, cinco hombres, dos de ETA y tres del FRAP, eran sentenciados a pena de muerte y morían ejecutados solo un día después. Franco había muerto, pero no el franquismo: Arias Navarro era presidente del Gobierno.
Nos miraremos de lejos, por encima de las luces de las calles. Sobreviviremos. Esperaremos que el año que viene, al regreso de diciembre, algo haya cambiado.
Los hombres abandonan sus líneas y asoman por encima de los parapetos. Se gritan “Merry Christmas” unos a otros. Con las manos en alto, un oficial alemán llega hasta la línea del enemigo. No disparen, pide.
Mi hijo me ha preguntado qué es la religión. Todos los jueves, la mitad de sus compañeros se separa para dar religión. No supe explicarle. Por qué hablarle de un concepto tan complejo y abstracto a un niño pequeño. Lo intenté y no lo conseguí.
A los mustios no nos gustan los hospitales sin médicos. Odiamos la inseguridad sanitaria y las listas de pacientes eternas de nuestros doctores. A los mustios no nos gustan las banderas cuando intentan tapar la realidad.
Nos ha conectado no solo con el grupo, sino con una sensibilidad hasta ahora desconocida para descifrar las literaturas anteriores, las músicas que ya escuchamos bajo el acorchamiento de las rutinas.
Ante la falta de historia y el abuso político para traer según interesa al presente lo ocurrido, nos volcamos demasiado apasionadamente en las ficciones, como si fueran la crónica total. Tanta es la falta que nos hace leernos.
Estamos en la era de la posverdad más kamikaze, donde la apariencia de los hechos es más relevante que los hechos en sí, a sabiendas de que este tipo de mecanismos de comunicación y de hacer política delante de un micrófono conducen a decir una falsedad. Una idea mil veces repetida no es una verdad.
Mi hijo se levantó por la noche y pidió que le lavara las manos porque se había tocado las plantas de los pies. ¿Qué está pasando?, le pregunté. ¿Está el virus en las cosas? No, le dije, sin saber ya si mentía o no.
A lo mejor esto no va tanto de ideologías y sí de clase social. A lo mejor va de hacer el máximo ruido posible para que nadie repare en la falta de médicos, de pruebas, de vidas que no se pierden.
Que para que se produzca el encuentro, alguien se respondió una a una a todas las preguntas surgidas de la escritura, que fueron muchas. Y que decidió lo correcto. Lo correcto es lo que ese libro en concreto le pedía y no lo que le exigían otros. Literatura.
La diatriba no es economía o salud. Dejó de serlo hace tiempo. A veces, las ficciones nos explican mejor la vida que la vida. Y su posible futuro.
¿Sirve o no sirve señalar culpables en estos momentos? La enfermedad avanza implacable. Los ciudadanos estamos padeciendo una política que no está a la altura de las circunstancias.
La desmemoria histórica también olvida a sus enfermos. Una mala gestión política de una enfermedad puede cometer errores vitales para muchas familias. Lavarse las manos de responsabilidades tuerce el futuro de los demás.
La educación de mi hijo no es un derecho mío, es suyo. Va al colegio por él y por todos sus compañeros.Lo único que me toca como madre es morirme de miedo unos metros por detrás.
www.infolibre.es ISSN 2445-1592