El país de Savonarola Pedro Vallín

Hola de nuevo, lo primero. No sé si se acuerdan de mí. Hace cuatro años, bajé la persiana de esta casa roja. Tuve que salir. Yo sí me estoy acordando de algo. De la primera columna que escribí en este periódico. Se titulaba Banderas de vuestros padres. Eran los tiempos del procés. Se iba a romper España inminentemente y mi hijo y yo paseábamos por nuestro barrio. Le intenté explicar lo que eran aquellos pedazos de tela que habían aparecido de pronto en los balcones. Ha llovido mucho sobre aquellas banderas, ha llovido tanto que el agua se ha llevado a cientos por delante impunemente. El país no se rompió por ahí entonces. Pero algo está roto. Aquí y en todas partes. Algo más profundo, más grande, que la vieja y sucia política de este territorio del sur de Europa.
El papel de mi familia en la revolución mundial es el título de un libro del escritor serbio Bora Ćosić. Se publicó en 1969. En él, un niño cuenta la vida intrafamiliar en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Esa es la mirada: la crónica disparatada de la inocencia frente al inmenso absurdo de los totalitarismos en una época de caos. Es la misma premisa de otros grandes libros, Léxico familiar, de Natalia Ginzburg; es el existencialismo de la posguerra de Nada, de Carmen Laforet. Es que nos ha llegado ya el verano de muros para dentro y parece lejos todavía que un día algo o alguien tumbe nuestra puerta y el argumento gire. Llámalo derecha ultra o que una mañana te ves buscando en la página web de un magnate recién casado un kit de supervivencia para una, voy a escribirlo, tercera guerra mundial.
Cuánto nos tienen que robar, engañar, deportar, a cuántos kilómetros de distancia nace la indignación, la rabia, la ira suficiente para expresarnos
Cuánto de cerca nos tiene que tocar lo que sucede para que nos importe de forma verdadera. Cuánto nos tienen que robar, engañar, deportar, a cuántos kilómetros de distancia nace la indignación, la rabia, la ira suficiente para expresarnos. ¿Y de qué sirve hoy la expresión y dónde se manifiesta, en una red social? Y pensamos entonces si acaso tuviéramos nosotros las herramientas para desplazar algo, para impedirlo. En qué escala del zoom del presente histórico estamos situados: cómo de lejos quedan la aberración de muerte y exterminio sobre una franja estrecha en Oriente Medio, las decisiones dementes de cuatro señores predispuestos a generar un conflicto global. O la asistencia inmóvil a todos los falsos dilemas, democracia o seguridad, libertad o comunismo, la aceptación de premisas como que la corrupción cero no existe en política. Cómo que no.
Dónde quedamos entonces nosotros. Quizá se pregunten como yo cuál es nuestro papel en medio de este caos tan veloz, de la espiral de noticias, algo perdidos en este mes de julio que comienza, porque te urge un poco de descanso mental, mientras en ese teléfono que todos tenemos siempre demasiado encima se suceden noticias inmediatas cada vez más desesperantes. Y las leemos, nosotros, los militantes de la nada que dimos algunas victorias que otros y otras alcanzaron por supuestas. Los que no conseguimos sentirnos lo suficientemente culpables, responsables o amenazados para saber cómo movernos.
Ese pequeño malestar que sientes claro que te avergüenza, pero no estás en peligro, sigues a salvo en la contienda de tu propia casa. Y en esa parálisis privilegiada, qué menos, habrá que intentar mantener intacta la mirada, como el niño de esa novela, como el que no entiende por qué se ata una bandera a una ventana, y de ahí, allá cada uno y cada una, levantar una pequeña resistencia, aunque sea, en principio, tan íntima como pararse a pensar.
Eso vamos a hacer.
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