Cuatro expresidentes: cuatro relatos y una mentira

¿Quién querría ser presidente? ¿De qué material están hechas esas personas? ¿Quién quiere una responsabilidad y exposición así? ¿Cuánta ambición de poder hay que tener, cuánta vocación de servicio, cuánta ideología? ¿Cuánto pesan aquella victoria y aquella derrota en el resto de tu vida?

Cuatro hombres han sido presidentes del Gobierno de España y hoy son expresidentes y están vivos. Hombres que llegaron al más alto poder cargando las ilusiones de cambio de un país, que emergieron desde el desgaste de su predecesor, que se trasladaron con sus familias a ese Palacio de la Moncloa asomados al declive de Madrid y se pusieron al frente del Gobierno. 

Estos cuatro hombres quisieron levantar un relato que les trascendiera. Por qué no va a ser pertinente que se preguntaran a sí mismos quiénes serían ellos para la historia del país, si llevaron sus riendas, si no había nadie más que les respaldara cuando llegó la decisión final. Síndromes palaciegos o soledad, los cuatro subrayan sus aciertos, pero los cuatro fueron arrollados por aquello que menos les gusta recordar, algunas cuestiones que no se les preguntan, y por algo será, y que no todos admiten todavía. Un catálogo de cuatro formas de sujetar el poder y ejercerlo, cuatro formas de ser un hombre al frente de un Gobierno y una fotografía en movimiento de la historia reciente de España. Eso retrata dentro y fuera de foco, subrayado o entre líneas, la serie La última llamada. 

Felipe González: “La raíz de la serpiente”

El documental arranca con Felipe González y los 202 diputados con los que arrasó el PSOE en 1982. Y traza, sobre todo, la personalidad de aquel que vivió en el Palacio de la Moncloa durante cuatro legislaturas, catorce años de poder, una voz, hoy, incómoda para su propio partido. Un hombre al frente de un país que comenzaba a abrir sus ventanas tras la noche oscura del franquismo, que tenía por delante la conquista del Estado del bienestar, que se dice tímido, al que no le molesta la soledad, un padre silencioso durante los desayunos, que extraña la naturaleza, que se aficiona a los bonsáis. La amistad y ruptura con Alfonso Guerra, con los sindicatos, la entrada de España en la Comunidad Económica Europea y el referéndum sobre la OTAN en el 86, las huelgas. En ese primer capítulo, reconoce González que nunca quiso mostrarse públicamente afectado frente a los años más duros del terrorismo, pero que el atentado de Hipercor, en 1987 en Barcelona, en el que murieron 21 personas y quedaron heridas 45, le rompió. Recuerda también el expresidente bajo cuyo Gobierno actuaban los GAL un momento en el que tuvo la posibilidad de acabar con la cúpula de ETA, localizada en Francia. “¿Podemos salvar 50 o 60 vidas si cortamos la raíz de la serpiente?”. 

José María Aznar: “El Gobierno dijo en todo momento la verdad”

Ambición, vocación, determinación, coraje y sentido de la Historia son las cualidades que para José María Aznar debe tener un líder político. Se olvida, entre esas virtudes, quizá, la transparencia, la honestidad, el sentido profundo y menos simbólico de la representación política y la inmunidad hacia el delirio de grandeza que poseyó para siempre al cuarto presidente de la democracia. El retrato personal en el que se afanan él y quienes fueron sus asesores se centra en un hombre castellano, de rutinas, austero, que juega al pádel, que pronunció aquel “España va bien”, el milagro económico. Se ríe Aznar cuando recuerda haberle dicho al Wall Street Journal que el milagro económico de España era él. Muy humilde este expresidente. Llega entonces uno de los dilemas políticos más difíciles: la noticia del secuestro de Miguel Ángel Blanco, concejal de su partido en Ermua, el chantaje al Gobierno, la llamada a la familia: el asesinato. Pero aquel sentido de la Historia tan personal, su afán de poner a España junto a otras naciones, llevó a nuestro país a uno de los episodios más infames de su narrativa contemporánea y que terminaría con su Gobierno en 2004: la participación en la guerra de Irak y la gestión política de la masacre del 11-M en Madrid. Es extraña la claridad con la que Alejandro Agag, asesor de Aznar entonces, explica que allí donde un atentado derribó dos rascacielos en Nueva York, el Gobierno vio una oportunidad de trascender internacionalmente. No reconoce Aznar aquellos errores fatales y vuelve a mentir, otra vez, cuando comenta “con el mayor énfasis”: el Gobierno dijo en todo momento la verdad, en todos los minutos del día. 

'La última llamada' retrata un catálogo de cuatro formas de sujetar el poder y ejercerlo, cuatro formas de ser un hombre al frente de un Gobierno

José Luis Rodríguez Zapatero: “No estamos tan mal”

Zapatero resultó no ser un “Bambi”, como le llamó Alfonso Guerra. El PSOE estaba huérfano en el año 2000 y un nuevo liderazgo se consolidaba, el de un hombre de León que da un discurso en el congreso del partido y dice: “no estamos tan mal”. Cuatro palabras que definirán una trayectoria y que no pronunció al final de su mandato, pero podrían haberle servido cuando no calibró una crisis económica mundial que afectaría incisivamente a España. El optimismo como virtud y defecto. Zapatero llegó y sacó a las tropas españolas de Irak y firmó uno de los mandatos que más avances en derechos sociales conquistaron: el primer Gobierno paritario, el matrimonio entre personas del mismo sexo, el divorcio exprés, el primer ministerio de Igualdad con la primera ley contra la violencia de género, la primera ley de Memoria Histórica, la convicción profunda de que el terrorismo podía erradicarse a través del diálogo. 

Mariano Rajoy: “Cuanto mejor, peor” 

Llegó después aquel señor, M. Rajoy. Un gallego que hablaba como hablaba. Cuanto mejor, peor; cualquier tiempo pasado fue anterior. Sobre música cómica, aparece en el documental aquel tipo alto, con barba, con sorna, al que le gusta caminar. Al que parece que el Gobierno le haya caído encima y preferiría estar siempre en otra parte. En la nueva foto política que se va tomando en esos años en España, así lo dice un asesor suyo, el presidente Rajoy envejece veinte años de golpe. Let Rajoy be Rajoy, deciden. Pero llega en 2017 la crisis institucional más grave del país: el 1 de octubre de aquel año, se celebra un referéndum por la independencia en Cataluña. Son los tiempos del Procés y el presidente dice que se resiste lo que puede, pero aplica el artículo 155 de la Constitución. Varios líderes son procesados, condenados y encarcelados. La sociedad española arranca una polarización ideológica que llega hasta hoy. El día 1 de junio de 2018, se celebra una moción de censura que derrota a Rajoy tras la sentencia del caso de corrupción Gürtel. Sobre su sillón parlamentario de Presidente del Gobierno, en el Congreso, un bolso de mujer. De nuevo, Mariano prefirió estar en otra parte y, esta vez, así lo hizo. 

¿Es posible que el peso de las razones de la derrota supere al de la impronta positiva que dejaron en el país? Pues depende del caso. Parece que hay decisiones que jamás podrán entenderse bajo el peso que arroja la Historia. Hay palabras que siguen sin pronunciarse, por ejemplo, perdón, terrorismo de Estado, policías patrióticas. Si la serie hubiera sido grabada unos años más allá, ¿cuál sería el relato que busca el presidente actual? ¿Quién será Pedro Sánchez? ¿El presidente de la pandemia? ¿El del primer Gobierno de coalición de la democracia? ¿El que, como él mismo dijo una vez, sacó a Franco de Cuelgamuros? ¿El de la amnistía? ¿El de la recuperación económica, los equilibrios políticos, los derechos sociales, la resistencia personal contra todo pronóstico? 

Quedan dos años hasta las próximas elecciones generales, veremos. 

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