Periodismo

Fabrice Arfi, el Woodward & Bernstein francés

Fabrice Arfi, periodista de Mediapart.

Fabrice Arfi es un investigador tenaz. Le viene de su padre, un policía en la brigada de Delitos Financieros de Lyon que -el mundo puede ser muy pequeño- conoció a Edwy Plenel cuando éste husmeaba para Le Monde en las cloacas del miterrandismo. De su madre, una profesora, Arfi dice haber heredado “la indignación”. Si se juntan las dos cosas, la paterna pasión por las pesquisas y la materna rebeldía ante las injusticias, el resultado, añade, se llama “periodismo”.

Pero Fabrice, como le llama todo el mundo en la redacción parisina de Mediapart, no estudió nunca Periodismo ni ninguna otra carrera universitaria. Nacido en Lyon hace 31 años, de cabello, cejas y barba oscuros, rotunda nariz gala y físico corpulento, Fabrice terminó el bachillerato, dejó los estudios y se puso a hacer trabajillos aquí y allá, prefiriendo los que tenían que ver con la prensa. Consiguió entrar en algunas redacciones locales, y, en 2008, cuando Plenel anunció el nacimiento del primer diario digital francés completamente de pago, Fabrice se le ofreció como reportero de investigación.

Ahora, cinco años después, el joven Lyon se ha convertido en el Woodward & Bernstein francés, el periodista que ha desvelado el fraude y la evasión fiscales ni más ni menos que del ministro de Presupuestos y, de esta guisa, ha hecho temblar V República.

Fabrice Arfi es un tipo más bien serio, pero cuando le pregunto cuántas veces ha visto Todos los hombres del presidente, el filme de Alan Pakula sobre Watergate, una sonrisa anega su rostro. “Lo menos 15 veces”, responde.

El pasado otoño, cuando comenzó a trabajar en lo que sería el caso Cahuzac, el primer descubrimiento de Fabrice fue que la fortuna y la forma de vida del flamante ministro de François Hollande no se correspondían con sus modestas declaraciones de Hacienda. ¿Dónde estaba, pues, el dinero? Fabrice empezó a seguir pistas, recoger y analizar documentos y acosar a fuentes. Hasta que un día, en el Café de Flore –“era la primera vez que iba allí y, por cierto, hacen un chocolate delicioso”-, una de esas fuentes le soltó: “¡Fabrice, nunca vas a encontrar el dinero!”. El reportero casi saltó de gozo. Lo tenía: alguien le confirmaba, aunque de modo indirecto y para intentar disuadirle, que Cahuzac tenía un dinero oculto. Luego vino el soplo de que existía una grabación de años atrás en la que Cahuzac reconocía tener una cuenta en Suiza. Había sido un error garrafal –la vida está llena de ellos, para alegría de los investigadores- del que luego sería ministro socialista. Cahuzac había dejado un mensaje telefónico oral en un contestador equivocado. Por si acaso, la persona que lo recibió lo guardó.

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Hacerse con la grabación fue arduo, pero Fabrice también lo consiguió. Y solo entonces, el pasado 4 de diciembre, Plenel dio su luz verde a la publicación en Mediapart de la historia. A continuación, vino la mentirosa actitud de gran señor ofendido de Cahuzac, el apoyo corporativo de la clase política (“estoy a favor, por supuesto, de la vida privada y la presunción de inocencia, pero los de arriba han convertido eso en muletillas para blindarse y para ahogar investigaciones bien fundadas”) y el silencio hostil del universo mediático tradicional.

“Han sido unos meses muy duros, pero ya estábamos acostumbrados al hostigamiento del poder”, dice Fabrice. “Cuando aquí mismo publiqué revelaciones sobre corruptelas de Sarkozy, ya tuve que sufrir escuchas telefónicas, seguimientos policiales y amenazas anónimas. Así que lo peor”, prosigue, “ha sido la soledad mediática. Que los otros periódicos fueran prudentes ante nuestras revelaciones sobre Cahuzac, lo comprendo. Lo que no es normal es que fueran agresivos con nosotros, que nos tildaran de “amenaza para la democracia” y cosas así”.

Fabrice Arfi se está haciendo un filósofo de nuestro oficio. “El concepto de respetabilidad se ha convertido en Francia en el pretexto de buena parte de la profesión para no ser curiosos, y eso es un crimen profesional”, reflexiona. Y antes de volver a concentrarse delante de la pantalla del ordenador, me regala esta cita de Pierre Nora que le gusta mucho: “El buen periodista es el que enciende la mecha que quemará los dedos”.

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